Doctor en Derecho de la Universidad de Córdoba, Alejandro Heredia fue uno de los gobernadores federales mas cultos. Conocía literatura clásica y hablaba el latín, y fue quien le enseñó los primeros conocimientos del latín a su protegido Juan Bautista Alberdi.
Las provincias de Salta, Jujuy y Catamarca condecoraron a Heredia con el título de “Protector”. En mayo de 1837 Rosas lo designa comandante del Ejercito Confederado que entraba en guerra con el dictador Santa Cruz de la Confederación Peruano-boliviana.
Con su sagacidad para conocer las actitudes de las personas y su habitual capacidad deductiva para anticipar los hechos, Rosas en cierta forma intuyó el fin de Heredia. Comentando la situación de las provincias del interior, en carta a Estanislao López el 1° de octubre de 1835 le decía: “…deduzco de toda esta cadena de sucesos que el señor Heredia ha estado y está rodeado de Unitarios que no cesan en asecharlo, que al fin le han de dar el pago con la perfidia y ferocidad que acostumbran , entre tanto que él creía haber hecho, como me dijo en una carta, una fusión de partidos, para darme a entender que lejos de tener que temer, debía esperar mucho de ellos porque no hay quien les quite de la cabeza a algunos de nuestros federales el sistema de cortesías y miramientos indebidos y perjudiciales con que esa clase de hombres hipócritas en sus palabras y modales, mientras no pueden obrar a cara descubierta, y sin ninguna decencia, porque en su corazón son la quintaesencia de la inmoralidad”.(Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas.t.II.p351 - Archivo Gral de la Nacion.Sección Farini.Leg 18)
Con cierto idealismo, Heredia pretendió pacificar las provincias del norte fusionando los partidos unitario y federal. Rosas, más intuitivo y conocedor del proceder de los unitarios, le advierte de su error, y el 16 de julio de 1837 le escribe: “…en fuerza de su índole y de los sentimientos suaves y generosos que le imprimieron en su educación (…) no llega a penetrar ni persuadirse bien a fondo de toda la perversidad y acedía de los unitarios”, y le advertía que podría sucederle lo mismo que a Dorrego y Quiroga; los hechos le darían la razón a Rosas.
El asesinato
El general Alejandro Heredia fue asesinado el 12 de noviembre de 1838, en un punto llamado Los Lules, distante 3 leguas de Tucumán, en circunstancias que iba en carruaje acompañado de su hijo, con dirección a su casa de campo. Fue atacado por una partida armada encabezada por el comandante Gabino Robles, Vicente Neirot, Lucio Casas y Gregorio Uriarte. Heredia recibió un pistoletazo en la cabeza. Los asesinos se apoderaron del coche y dejaron en el lugar el cuerpo de Heredia, que aún respiraba, en compañía de su hijo. El cadáver fue desdichado, el Gobernador permaneció allí dos días, durante los cuales las aves de rapiña lo mutilaron horriblemente.
Declaraciónes de un cobarde
Entre los complotados por la muerte de Heredia estaba uno de sus protegidos, el unitario Marco Avellaneda, que fue llevado a juicio en Metan, en el año 1841. En su inverosímil defensa, Avellaneda aceptó haber prestado sus caballos a los asesinos sin conocer sus propósitos, hallarse en el lugar del crimen de casualidad porque cabalgaba a Lules a visitar un pariente que no identificó. Explica que entró a Tucumán con los asesinos gritando “¡ha muerto del tirano!” porque lo obligaron a seguirlos y tuvo miedo, que reunió esa noche a la Legislatura para elegir nuevo gobernador presionado por los asesinos, y que ni entonces ni nunca denunció ni persiguió a Robles por estar atemorizado.
Marco Avellaneda se declaraba inocente y cobarde. Fue declarado culpable y condenado a muerte como “instigador y principal culpable de la muerte de Heredia”. Su cabeza fue exhibida en una pica en la plaza de Tucumán.