El repatriado
A pesar de la falta de respuesta a sus cartas por parte de Rosas, Lamadrid decide trasladarse de todos modos a Buenos Aires. “Resolví marchar –dice Lamadrid en sus Memorias- sin comunicar mi pensamiento a nadie, y saqué mi pasaporte , momentos antes de salir el paquete Rosa para Buenos Aires, el 30 de agosto del año 1838, y sin avisar al señor Rosas”
Llegado a Buenos Aires, Lamadrid trató por todos los medios de ganarse la simpatía y aceptación de Rosas:
“Allí se dedicó Lamadrid con el mayor esmero a hacer la corte a la familia del dictador, -dice Paz en sus Memorias- asistiendo diariamente a la tertulia de la hija, y visitando con asiduidad a las cuñadas, etc. Muy pronto recogió los frutos de su declinación, pues que recibió por lo pronto un regalo del señor Corvalán. Siempre deseoso de estrechar sus relaciones, -continua Paz- esperó la ocasión de ir a la quinta de Palermo, donde al fin tuvo la fortuna de hablar con su compadre, de comer con él y de pasar un día en su compañía. Colocado el señor Lamadrid en esa pendiente, cada día avanzaba un poco en la carrera del favor y de la confianza del dictador, para lo que necesariamente le era menester aumentar las muestras de adhesión. Así es que lo vimos del todo metido en esas reuniones incalificables, en las que, con el vaso en la mano y a presencia del retrato del Ilustre Restaurador, se fulminaba el extermino de la mitad de los hijos de la república”
El propio Lamadrid confirma los dichos de Paz: “Habían pasado ya 9 días de mi llegada –relata Lamadrid en sus Memorias- cuando fui llamado por el señor ministro Arna, quien me dijo a nombre del gobernador que “había hecho yo muy mal en venirme” sin su licencia, pues desde que él no había contestado a ninguna de las cartas, debí yo considerar que “no convenía mi llegada”….así concurrió el tiempo y acabó el año 1838 sin haber logrado ver una sola vez al señor gobernador. Yo había tomado la costumbre de visitar todas las noches a las señoras doña Manuelita y su señora tía, que estaba siempre con ella…A principios de enero de 1839 se apareció en mi casa el general Corvalán, con un pliego del señor gobernador. Abro el pliego y me encuentro sorprendido con 10 o 12.000 pesos moneda corriente y sin una sola letra del señor gobernador. Puse una carta al señor Rosas –continúa Lamadrid- dándole las gracias por este beneficio y se la llevé yo mismo a su hija la señorita doña Manuelita, para que se la entregara”
Más adelante relata Lamadrid en sus Memorias que concurría diariamente a la casa de gobierno y a cuantas reuniones y fiestas federales se daban, y da por razón para ello que era por “por un efecto de gratitud, pues a más del regalo que me había mandado con el general Corvalán, siguió haciéndome dar los 50 pesos fuertes o su equivalente en papel; y más que todo por captarme la confianza del señor Rosa para que me mandara a Tucumán”.
Efectivamente se ganaría Lamadrid la confianza de Rosas, que lo manda posteriormente a Tucumán para que regresara el armamento de la Confederación que se hallaba depositado en esa provincia por motivos de la guerra contra el tirano de la Confederación Peruano-boliviana, general Santa Cruz. Lamadrid viaja a esa provincia entusiasmado y componiendo efusivas vidalitas federales, pero al llegar a Tucumán se pasa de bando sin ningún escrúpulo.
Los brindis efusivo
En esa momentánea adhesión al gobierno durante su permanencia en Buenos Aires, no dejaba Lamadrid de participar en reuniones y brindis. En sus Memorias dice que “en varias reuniones y fiestas federales, era yo siempre invitado para los brindis” y refiere, sin dar muchos detalles, que “un día de reunión en le teatro con motivo de los exámenes de las señoritas”, echó él “un brindis en favor del gobierno”.
Sobre esos brindis de los cuales nos da breve referencia Lamadrid , nos lo es dada con mayor detalle por La Gaceta Mercantil de octubre 21 de 1839, en que dando cuenta de una de esas reuniones federales relata que “El general Soler, tomando en sus manos una bandera nacional que llevó Rosas en su campaña del desierto pronunció una entusiasta alocución, después de la cual se cantó el himno nacional argentino. Sirvióse en seguida un refresco, y pronunciaron brindis entusiastas los señores García, Garrigós, Lahite, Mansilla, hasta que levantándose el general Gregorio Araoz de Lamadrid, dijo:
“Brindo, señores, porque los traidores unitarios que han tenido la vileza sin ejemplo de venderse a los indignos agentes de la Francia para invadir y mancillar la independencia de la patria, vengan cuanto antes con sus despreciables amos para recibir el castigo que merece su infamia, y para que se convenzan los soldados franceses de que su poder no es bastante para arrebatar a los argentinos su independencia. ¡Viva la confederación argentina! ¡Viva su eminente jefe el Ilustre Restaurador de las Leyes! ¡Mueran los traidores a su patria!”
Al momento del brindis, probablemente no tuviera Lamadrid decidida su futura traición a Rosas. Tras el efusivo ¡Mueran los Salvajes Unitarios¡, y ante el entusiasmo del momento, por milagro no se autoeliminó en público.
Fuentes:
- Quesada, Ernesto. Lamadrid y la Colaliciónb del NOrte. Edit.Artes y Letras. 1929
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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Fuente: www.lagazeta.com.ar