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ARGENTINA, CHILE y LA UNION AMERICANA
                          

Folleto editado en set./1984 por el Centro de Estudios Sociales y Políticos “Sociedad Popular Peronista”

(Jose Maria Rosa)


Obras de Leonardo Castagnino El Problema del Beagle

Antecedentes e interesados


DEDICATORIA

Dedico este libro a la Juventud Argentina.
Pongo como explicación del mismo estas palabras de Jauretche.

“Se ha falsificado la historia para que la inteligencia nacional estuviese en el Limbo, mientras operaban otras inteligencias al servicio de una política planificada, desde luego porque toda política implica un plan. Pero desde el Limbo no se puede pensar el futuro. Las naciones están en el mundo y no en el Limbo, y desde el mundo – la realidad – construyen su destino. Pasado, presente y futuro son historia. La política de la historia falsificada tendió precisamente a cegarnos la visión de los fines históricos con fines ideológicos, de no dejarnos ver los nacionales para limitarnos a los que llamaron “institucionales”. De allí nuestros demócratas que no acatan a las mayorías, y nuestros liberales que reprimen la libertad. Se ha incorporado a nuestra educación el dogma de que la finalidad de la emancipación Argentina fue construir determinado régimen político, determinada forma institucional, y no ser lisa y escuetamente una nación donde la sustancia predominen sobre la forma. Seria demasiado grosero suprimir la nación, simplemente se le atan las manos haciendo de los instrumentos de su defensa, las redes que la aprisionan” (Política nacional y revisionismo histórico, 1959).

JOSÉ MARÍA ROSA


I – NUESTRO SECULAR LITIGIO CON CHILE ¿QUIENES SON LOS RESPONSABLES?

Chile en la PATAGONIA

Los enemigos de la Argentina no han sido tanto los chilenos como los malos argentinos. Y los imperialismos, desde luego, que son enemigos netos de argentinos y chilenos. Chile ocupó en 1843 el estrecho de Magallanes aprovechando las complicaciones internacionales de la Argentina amenazada por la intervención anglofrancesa. Lo hizo incitada por un exiliado argentino, Domingo Faustino Sarmiento, que, enemigo de Rosas (que entonces gobernaba nuestro país) aglomeraba materiales contra su gobierno sin importarle, cosa que ocurre muchas veces a los exiliados políticos, que perjudicaba a su propia patria. En los números del 11 al 28 de noviembre de 1842 de su diario El Progreso, único diario de Santiago de Chile, Sarmiento demuestra la conveniencia de adelantarse a la Argentina en la ocupación del estrecho. El 21 de mayo de 1843 zarpa la expedición chilena que fundaría una base militar y naval – Fuerte Bulnes – apoyo de una colonia – Punta Arenas – de la cual irradiaría la penetración chilena en el sur. La expedición se hizo secretamente para evitar una protesta argentina. Solo trascendió la campaña de El Progreso y más tarde de La Crónica, también de Sarmiento que, entusiasmado por la acogida de su campaña, sostenía ahora que no solo el estrecho sino toda la Patagonia, era de los chilenos.

Rosas, que vio materializarse en 1845 la intervención anglofrancesa, con la secuencia del secuestro de la escuadra, bloqueo del Río de la Plata, ejércitos mercenarios y el Paraná abierto a cañonazos por los interventores, debió dejar para otro momento la expulsión de los chilenos. Tuvo que limitarse a una formal protesta, retirar la legación argentina de Santiago, ordenar a Pedro de Angelis y Dalmacio Vélez Sársfield que recopilasen los antecedentes de la argentinidad de la Patagonia. De Angelis publicó su alegato en 1852 y Vélez Sársfield en 1853.

Pero Rosas ya no estaba en Buenos Aires. El Ejército Argentino de Operaciones con su general Justo José de Urquiza a la cabeza, ganado por los civilizadores, había dejado la barbarie y convenido con Brasil la caída de la tiranía popular. Pero eso pertenece a otro capítulo de nuestra historia. Lo que nos interesa es saber que se hizo de la protesta argentina y la ocupación chilena del estrecho. Urquiza, ahora presidente constitucional (pero no democrático) de la República Argentina concluye con Chile el 30 de agosto de 1856 un tratado de amistad sin pedirles cuenta por la ocupación del estrecho ni exigirles su retiro. Recibido el O.K. diplomático, los chilenos se quedarían para siempre.

Pero todavía no irradiaron de allí. Su único objetivo parece haber sido comercial:
abastecer a los steamers (buque a vapor) que navegaban el estrecho, especialmente a los norteamericanos, en esos tiempos en que no existía el canal de Panamá para comunicar marítimamente a California con los puertos del Atlántico. En tiempos de la navegación a vela (hasta fines de 1830) el estrecho estuvo poco menos que abandonado pues sus fuertes vientos y difíciles recodos hacía que los navegantes prefiriesen la larga ruta del cabo de Hornos o la más plácida del canal de Beagle, para circuncidar el continente.


Paréntesis imperialista (1856-1866) Fraternidad hispanoamericana.

En las costas e islas del pacífico - en menor cantidad en el Atlántico - abunda el guano, fertilizante que se exportaba para mejorar las exhaustas tierras europeas. Lo explotaban compañías inglesas cuyas pretensiones eran exorbitantes, y no tardaron en entrar en conflicto con los gobiernos. En 1856 Perú, Bolivia (que entonces tenía litoral en el Pacífico), y Chile incorporándose poco después Ecuador, convienen un tratado continental para defenderse solidariamente contra la prepotencia británica. Sintiéndose apoyado, el presidente Juan Antonio Pezet de Perú, resuelve no renovar la concesión del guano en las islas Chinchas y explotarlo por cuenta fiscal. En 1862 invita a los países hispanoamericanos a un Congreso Continental en Lima para formalizar la alianza y protestar por la intervención de Inglaterra, Francia y España en México que culminaría después con la proclamación de Maximiliano como emperador de México apoyado, contra la posición nacionalista de Benito Juárez, por la aristocracia mejicana, los soldados franceses de Napoleón III y el oro inglés de Rothschild.

Mitre, presidente de la República Argentina desde octubre de 1862, no acepta que su país concurra al Congreso Continental (dice la nota del 10 de noviembre de 1862 firmada por su ministro Rufino Elizalde). "... La República Argentina jamás ha temido por una amenaza de la Europa... En su larga época de la dictadura de los elementos bárbaros que tenía en su seno, las potencias europeas le prestaron servicios muy señalados... La acción de la Europa en la República Argentina ha sido siempre protectora y civilizadora... La República Argentina está identificada con la Europa hasta lo mas que es posible”.

En abril de 1864 ocurre algo elocuente en las islas Chinchas. Inglaterra no va a mover su escuadra por la minucia del desconocimiento de una concesión. Los imperialismos tienen muchos y poderosos medios. No se presenta una escuadra inglesa, sino la escuadra española del Pacífico que custodiaba las últimas posesiones ibéricas en Oceanía (Filipinas, Marianas, Carolinas), echa sus anclas en las Chinchas, y su almirante Luis Hernández Pinzón, notifica al gobernador peruano que las islas todavía son españolas, pues España no ha reconocido la independencia del Perú. Quita la bandera peruana e iza la española, acto seguido expulsa a los extractores peruanos de guano y restablece la concesión de la empresa inglesa... Bueno es tener en cuenta que la pobre España de Isabel II está económicamente y políticamente atada a Inglaterra, y el poderoso ministro Mendizábal maneja la “patria financiera” al gusto británico.

La conmoción es grande en toda América española por el cometido del almirante Pinzón; Perú declara la guerra a España. El Congreso Continental brama de indignación. Todos los gobiernos hispanoamericanos envían su total apoyo al Perú, hasta Francisco Solano López de Paraguay a pesar de sus complicaciones internacionales. El de Chile (preside el patriota José Joaquín Pérez) en nombre de la solidaridad de la raza, declara también la guerra a España. El único que toma una posición neutral es la República Argentina de Mitre.

Como Sarmiento de paso por Lima en viaje a Estados Unidos donde ha sido acreditado representante, ha adherido sin poderes ni instrucciones al Congreso Continental (porque es un diplomático con cabeza propia) y aplaudido la guerra a España, más por fobia antiespañola que por solidaridad continental, Mitre desde Buenos Aires lo amonesta por adherir “a la pamplina del Congreso americano de Lima, iniciado por odio a la democracia norteamericana”...“Ni como político, ni como argentino, ni como gobernante de un pueblo que se respeta puede solidarizarse con Perú y Chile”.

En febrero de 1865 el almirante Pareja (sucesor de Pinzón) arría la bandera española de las Chinchas. Es que las cosas han cambiado y el buen sentido ha predominado en los peruanos y renovado la concesión inglesa. Ha recibido órdenes de Madrid y cumple. Pero el buen marino no entiende de concesiones onerosas, de imperialismo “de liberación”. No ve otra cosa que el honor de la bandera española.

La escuadra española se dirige contra Chile y Perú que han declarado la guerra a España. No ha recibido instrucciones de hacerlo, pero en su horizonte mental de guerrero heroico. Una declaración de guerra debe contestarse a cañonazos, aunque nadie se lo ordene.

En noviembre frente a Coquimbo los chilenos consiguen apoderarse de la cañonera española Covadonga, que motiva el suicidio del almirante Pareja por el contraste. Inútilmente median los abogados chilenos y peruanos de las compañías guaneras ante el almirante Méndez Núñez, su sucesor. A tanta distancia de la Madre Patria, el ministro O’Donnell no tiene medios rápidos para detenerlo, y Méndez Núñez se traba en combates con chilenos y peruanos; el 31 de marzo de 1866 bombardea Valparaiso, el 2 de mayo intenta apoderarse de Callao junto a Lima, donde epica e inútilmente, es herido de muerte. Ocho días después llega la orden de Madrid. La escuadra se vuelve a Filipinas. La Marina española tendrá dos héroes más en su panteón y las compañías inglesas sus contratos guaneros.

De esta absurda guerra del guano queda una enseñanza a chilenos e ingleses. Las empresas explotadoras son poderosas, comprenden los primeros, y no conviene obstaculizarlas; tratar con los ahogados chilenos, razonables y flexibles, es mejor que con los generales peruanos. Hacia 1868 todas las compañías guaneras del Pacífico tuvieron su sede comercial en Valparaíso, abandonando Lima con desencanto de los abogados y hombres de negocios de Lima.

Y con desencanto también, reconozcámoslo, de muchos chilenos que no eran abogados ni hombres de negocios y temieron la influencia del capital extranjero en su política exterior. Hombres como el presidente Pérez, los futuros presidentes Errazuriz Zañartú y Germán Riesco, los diplomáticos Enrique de Putrón y Jorge Hunneus y muchos más.


Sarmiento Presidente de la República Argentina (1868).

En octubre de 1868 Domingo Faustino Sarmiento asciende a la presidencia argentina. Es la ocasión para el Canciller chileno Adolfo Ibáñez, ligado a las empresas guaneras, para salir del enclave de Punta Arenas y tentar la explotación del fertilizante en la Patagonia. Ordena al gobernador de Punta Arenas que tome posesión de la Patagonia por lo menos hasta el río Santa Cruz – reservando los derechos chilenos a toda la Patagonia – porque tiene “la aprobación de S.E. el Señor Presidente de la República Argentina”, expuesta en sus artículos en 1849 en La Crónica.

Sarmiento designa a Félix Frías, que también había estado exiliado en Chile, como representante argentino, con instrucciones de contener a los chilenos en Punta Arenas. Llevará una nota personal al Presidente de Chile recalcando “la falta de delicadeza en servirse de apreciaciones de un diario que se proponía ser útil (a Chile) para comprometer a un Presidente”, lo que lo obligará “a descender del puesto que ocupo... Será una recompensa personal acaso merecida la que me dan los chilenos por el interés que me tomé en sus cosas, en su comercio, en su adelanto".

Pero Chile no quiere la renuncia de Sarmiento. Félix Frías conviene en 1872 con Ibáñez un statu-quo provisorio: Chile ejercería jurisdicción en el estrecho hasta Punta Arenas y la Argentina en la Patagonia hasta el río Santa Cruz, quedando la zona intermedia sujeta a un arbi-traje. El Congreso de Chile, que no tiene títulos válidos a la Patagonia, no acepta el arbitraje y las cosas se mantienen así durante cuatro años.

Hasta que en abril de 1876 ocurre un grave incidente: el buque francés Jeanne Amelie que cargaba guano en el Santa Cruz con autorización argentina, es detenido por la corbeta chilena Magallanes, y tal vez por impericia de sus captores se va a pique. Hubo ambiente revuelto en Buenos Aires, pero la Argentina no tenía buques acorazados de mar y debió dar largas al desagravio. El Presidente Avellaneda ordena al astillero Samuda Bross. de Poplar, Londres, la construcción de un acorazado de 4.300 toneladas (porte muy respetable) que se llamaría Almirante Brown. Pero los astilleros ingleses le entregarán el buque en 1881, cuando había terminado la guerra del Pacífico.


Tratado contra Chile (1873).

La expansión de las empresas guaneras en los departamentos de Antofagasta (boliviano) y Tarapacá (peruano), que trabajaban con personal chileno, hicieron temer en Lima y La Paz que Chile terminara por anexar dichos territorios. Desde la guerra del guano con España y la instalación de la sede de las empresas en Valparaíso; Chile, había reforzado sus armamentos.

En 1873 Perú y Bolivia convinieron un tratado secreto de alianza, e invitaron al gobierno argentino que sufría la expansión chilena en el Santa Cruz a compartirlo. Por consejo de su ministro, Carlos Tejedor, Sarmiento lo derivó al congreso que lo trató en sesiones reservadas. No pudo aprobarse por la oposición de Rawson que no aceptaba una alianza con Bolivia cuando estaba pendiente el problema de la pertenencia de Tarija (que fue provincia argentina hasta los tiempos de Rivadavia, en que se evadió incorporándose a Bolivia). No obstante la alianza se mantuvo de hecho.

Adolfo Alsina es ministro de guerra argentino en 1874. Su posición política es americanista, lo que lo separa, como muchas otras cosas, del europeismo de Mitre. Cuando fue gobernador de Buenos Aires fundó una ciudad que llamó Juárez en homenaje al presidente mejicano que defendía su patria contra la prepotencia extranjera. Había sido decidido opositor a la guerra con Paraguay que hizo Mitre en 1865, para sostener las pretensiones de Brasil contra un pueblo de nuestra raza. Ahora que es ministro de guerra, y jefe indiscutido del poderoso y popular partido autonomista, no oculta sus pretensiones contra la influencia británica en Chile y sus partidarios votan en el congreso la alianza con Perú y Bolivia.

En marzo de 1876 Alsina prepara, desde las líneas avanzadas de fortines (Italó, Trenque Lauquen, Guamini Carhué) lo que llaman en los periódicos “la conquista del desierto”. En realidad ya no hay indios en “el desierto” pues una guerra de veinte años (1856-1876) ha enfrentado desde los cantones establecidos por Mitre a indios y gauchos, exterminando a unos y otros en beneficio de la civilización. Martín Fierro no es un poema de imaginación.

Lo único que Alsina consideraba pausible, en el problema indio, era hacer como Rosas en 1833: tratar con los caciques las “prestaciones” para una subsistencia pacífica. Rosas mantuvo tranquilo el “desierto” durante su larga administración, bajo la vigilancia de Calfucurá, que era el encargado de repartir las “prestaciones”. Pero estas se suspendieron al caer Rosas, por considerarlas “subvenciones” y los malones, debido al hambre de los indios, recomenzaron más despiadados que nunca, bajo la conducción de Calfucurá, Payné, Mariano, Epumer, y demás indios que habían estado subordinados al gobierno.

Si en el “desierto” ya casi no quedaban indios (Calfucurá había muerto, de más de cien años en 1873; lo mismo Mariano; Epumer había sido apresado por Racedo, y la indiada de Pincen se entregó a Villegas), si solo estaba Namuncurá con los últimos mapuches ¿que objeto tenía la “expedición al desierto”, que Alsina prepara en 1877 con gran estruendo de prensa? Sus enemigos dijeron que era el lanzamiento de su candidatura presidencial, ya convenida por la “conciliación” de autonomistas y nacionales. Algunos maliciosos, decían que los 10.000 soldados de la expedición esperarían en Neuquén el estallido de la guerra diferida de Chile con Perú y Bolivia para cruzar la cordillera por los pasos accesibles del sur.

Es un misterio que no se ha revelado. Como hay muchos otros en esta etapa, diré borgiana, de la historia Argentina (borgiana de los Borgia, no de Borges).

El ministro de guerra no era querido por los oficiales que hicieron la campaña de Paraguay (Julio Roca, los hermanos Campos, Napoleón Uriburu, Lucio V. Mansilla), Roca; joven general de treinta años es la cabeza de esta oposición.

La correspondencia publicada de Roca, comandante de Río Cuarto, es explícita. A su pariente, y entonces confidente, Miguel Juárez Célman ministro de Gobierno de Córdoba, le dice en 1877: “Por lo que hace al Ministro Alsina, como él me trate, lo trataré”.

A Aristóbulo del Valle, que se opone a Alsina en el partido autonomista, le confiesa también en 1877 que “la situación con Alsina es grave... Estoy destinado a hacer una guerra a muerte al doctor Alsina”.

Ocurren en ese año cosas que tal vez son simples coincidencias, pero ningún estudioso los ha aclarado satisfactoriamente. Alsina, en plena salud y aún joven, al revistar los campamentos de frontera, ingiere alimentos en mal estado y muere. A Roca le ocurre lo mismo, pero en su campamento de Río Cuarto; debió permanecer seis meses en el lecho “y dos veces estuve a punto de sucumbir” escribe a sus amigos. Pero, su robusta naturaleza y juventud le repusieron, y heredó de Alsina el ministerio de Guerra, la campaña del desierto... y la candidatura presidencial para 1880. Dicen que, desde entonces hizo probar la comida por un conscripto.


La expedición al desierto de Roca, y la guerra del Pacífico entre Chile, Perú y Bolivia.

El 16 de abril de 1879 Roca inicia la campaña al desierto. En mayo ocupa Neuquén. No ha encontrado él, ni ninguna de sus divisiones a un solo indio de guerra, no ha habido un solo combate, ni siquiera una espantada. Apenas si vieron, a lo lejos, algunos indios que ambulaban hambrientos a pié, y se entregaban sin combatir. Racedo, jefe del IV División que debía operar por la zona donde estuvieron las tolderías de Pincén informa, que “al principio se vieron a tres o cuatro salvajes, que huían apenas nos acercábamos, pero después ni uno”. Pero supo que había indios porque de noche le robaban los caballos.


La Guerra del Pacífico.

Casi al mismo tiempo empieza la guerra del Pacifico. Las compañías guaneras, de capital inglés pero formalmente chilenas, se negaron a pagar el impuesto a la extracción de guano decretado por Bolivia. El gobierno de Chile en defensa de compañías chilenas, ocupa (el 14 de febrero de 1879) Antofagasta. Perú, obligado por su alianza salió en defensa de Bolivia y declaró formalmente la guerra el 5 de abril.

El pronunciamiento de la opinión argentina fue unánime a favor del Perú y Bolivia. Roque Sáenz Peña, como muchos otros jóvenes civiles y militares, se incorporaron voluntariamente a la guerra "porque la causa de Perú y Bolivia es la causa de América. es la causa de mi Patria” diría el primero. “Yo no voy envuelto en la capa del aventurero... dejo mi patria cediendo a convicciones profundas, no a imposiciones inmediatas del deber patrio sino a inspiraciones espontáneas del sentimiento americano”. Suponía que la Argentina entraría en la guerra... “presiento la palabra que asoma a todos los labios, el sentimiento que palpita en todos los corazones argentinos, presiento el estallido de la dignidad nacional que ha roto para siempre las pérfidas redes de una diplomacia corrompida”.

Se equivocaba Sáenz Peña. El ejército que estaba en Neuquen volvió a Buenos Aires. Muchos esperaban que unido a los 50.000 milicianos armados con fusiles Manlincher y cañones Krupp por el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, atacase a Chile por el sur. Pero no hubo nada, Roca quiere ser Presidente y Tejedor también y entre los milicos de línea del ministro de guerra y los rifleros del gobernador de Buenos Aires, se traba la guerra civil de 1880 con lo preparado para el exterior, la más encarnizada y sangrienta de nuestras guerras civiles.

En los dos días corridos del 20 al 22 de junio: batallas de Puente Alsina, Barracas, meseta de los Corrales (parque Patricios) y Constitución, se enfrentaron más de 20.000 combatientes y los muertos pasaron de tres mil, y no se sabe el número de heridos porque se atendieron en casas de familia improvisadas como hospitales de sangre. Pero Roca consigue llegar a la presidencia. En esos mismos días de junio de 1880, Roque Sáenz Peña, debe rendir a los chilenos el Morro de Arica que defendía como militar peruano.

Los chilenos vencedores, imponen sus condiciones: Tarapacá debe ser cedida por Perú definitivamente, por diez años Tacna y Arica; a su vencimiento un plebiscito resolverá su pertenencia definitiva (tratado de Ancón de 1883). Bolivia abandonaría a Chile su litoral íntegro (pactos – no llegados a tratado – llamados de tregua firmados en Valparaíso en 1884).


Tratado de límites argentino-chileno de 1881.

Roca asume en octubre de 1880; Bernardo de Irigoyen será su Canciller. Lo ha sido anteriormente con Avellaneda y ha discutido con los chilenos la solución del problema fronterizo.

Propone que la Patagonia sea Argentina en su parte occidental, separándola de Chile por la “cordillera nevada" (como decían las ordenanzas españolas); también sería Argentina la parte norte del estrecho de Magallanes donde se fundaría un puerto que pudiera competir con Punta Arenas.

Los chilenos aceptan a la “cordillera nevada”, pero consiguen que la cambien por una frase que entienden mas precisa “las cumbres mas elevadas de dicha cordillera (los Andes) que dividan las aguas y pasará por entre las vertientes que se desprendan a uno y otro lado”.

Los mediadores norteamericanos (ministros de Estados Unidos, en Buenos Aires y Santiago, ambos con el mismo nombre y apellido – Tomás Osborne – y el mismo grado de general), no quieren que la Argentina tenga una parte del estrecho; Magallanes es importantísimo para los Estados Unidos porque es la comunicación de sus puertos del Atlántico con los del Pacífico, y exigen que se establezca su libre navegación a perpetuidad y no se construyan fortificaciones ni defensas militares que obstaculicen el cruce de los buques de guerra de los Estados Unidos. En esas condiciones conviene dejar todo el estrecho a un solo país, lo que Irigoyen acepta.

Tierra del Fuego no había sido ocupada por argentinos y chilenos. Podría partírsela correspondiendo la parte oriental a la Argentina y la occidental a Chile corriendo la línea divisoria por un meridiano que saliera de la boca oriental del estrecho norteamericanizado y corriera hasta el canal de Beagle. ¿No habrá sido una forma de conformar a Irigoyen que pidió la parte norte del estrecho de Magallanes, darle la parte norte del canal de Beagle, que había servido, y aún servía como canal de comunicación entre el Pacífico y el Atlántico, más conveniente que el estrecho para los veleros? En su parte norte se podría levantar una población que podría pretender un discreto desenvolvimiento.

Las islas al sur del canal serían chilenas “hasta el cabo de Hornos y las que haya al occidente de la Tierra del Fuego”, y argentinas “la isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta y las demás que haya sobre el Atlántico al oriente de la Tierra del Fuego”.

La verdad es que ni chilenos ni argentinos tenían interés en estas islas inhóspitas y deshabitadas. Todos entendieron que el tratado había dado a la Argentina una buena parte del norte del canal de Beagle en compensación a su renuncia a una parte del norte del estrecho de Magallanes. Y todos los mapas que se confeccionaron entonces en Buenos Aires y en Chile daban como límite sur de la Argentina el canal de Beagle.


El principio de bioceanidad, Protocolo adicional de 1893.

Hasta que empezaron a ponerse los hitos en la cordillera. Como los límites habían sido trazados en 1881 sin conocerse mapas correctos, los chilenos descubrieron con desagrado que en la parte austral de la Patagonia, la cordillera se internaba hacia el Pacífico, y por lo tanto habían otorgado a la Argentina, aguas del Pacífico. El perito argentino Francisco Moreno exploró en las inmediaciones del paralelo 52 el seno de Ultima Esperanza, golfo marítimo del Pacífico que traspasaba la línea de las altas cumbres. Y por lo tanto era argentino.

Lo explora en toda su extensión. Es un mar interior de aguas profundas con salida al pacífico, por el estrecho que llama de Kynky preservado de los fuertes vientos por montañas. Recorre sus cavernas y grutas (encuentra en una de ellas el cuero del Gryphoterium, animal extinguido del cuaternario, con huellas de haber vivido en corrales construidos por un tipo de hombre desaparecido, y se lleva el cuero y los excrementos del misterioso fósil, que pueden verse en el Museo de la Plata.

Pero no son las investigaciones naturalistas del perito, lo que ahora nos interesa sino su descubrimiento de que la Argentina tenía puertos al Pacífico, cedidos por el tratado de 1881.

Los diplomáticos chilenos negocian con los argentinos una rectificación de límites. Invocando el “espíritu del tratado”, convienen con los torpes diplomáticos argentinos (ilustres nombres de Norberto Quirno Costa y Valentín Virasoro) que a pesar de haberse puesto en la Patagonia como límite las altas cumbres, “la soberanía de cada Estado es absoluta sobre el litoral respectivo, de modo que Chile no puede pretender punto alguno sobre el Atlántico, como la República Argentina no puede pretenderlo hacia el Pacífico”, aclarando que “si en la parte peninsular del sur, precisamente el seno de Ultima Esperanza, al acercarse al paralelo 52, apareciese la cordillera internada entre los canales del Pacífico que allí existen, los peritos dispondrán el estudio del terreno para fijar una línea divisoria que deje a Chile las costas de esos canales”.

Así perdimos el seno de la Ultima Esperanza, donde Moreno soñaba con un puerto argentino, protegido y de aguas profundas, con salida al Pacífico.

No se le ocurrió a los diplomáticos argentinos pedir que el principio de bioceanidad que habían aceptado en la Patagonia, se aplicara también en Tierra del Fuego, y las islas Picton, Lennox y Nueva pertenecieran a la Argentina. No era lo mismo un puerto de aguas profundas, que las inhóspitas islitas. Pero algo era.


Mapa de 1893: El Seno de la Ultima Esperanza en la Patagonia es cedido a Chile, por cuanto sus aguas pertenecen al Pacifico, sin que los diplomáticos argentinos pidan compensación con las Islas del Canal de Beagle en Tierra del Fuego situadas sobre el Atlántico. La Argentina renuncia a las costas del Pacífico al acercarse al paralelo 52, sin reclamar en compensación que en Tierra del Fuego, se reconozcan como argentinas, a las islas que están sobre el Atlántico.


La colonización de las islas del Beagle.

En 1895 el gobernador (chileno) de Magallanes, almirante Manuel Señoret se preocupa en poblar con ganado vacuno las islas Picton y Nueva, y decretó – en Picton – ha primeras concesiones de tierras, que fueron cedidas al súbdito Thomas Bridges a cargo de la Misión Anglicana de Ushuaia. No se la da el gobernador argentino de Ushuaia sino el gobernador chileno de Punta Arenas.

Por concesión del gobierno argentino, Bridges, que además de sacerdote era hombre de negocios, ya se había hecho conceder por el gobernador argentino de Tierra del Fuego la isla Gable situada en medio del Canal de Beagle, además de muchas tierras en Lapataia sobre el canal en zona indiscutiblemente Argentina. Pero si bien Gable y Lapataia fueron concedidas por el gobierno argentino, la de Picton la obtuvo por decreto de la Gobernación chilena de Magallanes. También en 1895 el gobierno chileno concedió la isla Nueva a Antonio Milicuque; en 1903 la vendieron a unos señores Stuven y Edwards, que acabaron por comprar a los sucesores de Bridges la concesión y pertenencias de Picton. De la isla Lennox no he podido encontrar antecedentes.

Estas islas están situadas a la entrada del canal de Beagle, y por lo tanto el gobernador de Tierra del Fuego debió enterarse. Ignoro si lo informó al gobierno argentino. Pero Buenos Aires no protestó.


Hispanoamericanismo en la Argentina.

La derrota de Perú y Bolivia fue recibida como propia en la Argentina y en todos los países hispanoamericanos. Cuando transcurrieron diez años del tratado de Ancón, y Chile no llamaba a plebiscito en Tacna y Arica, empezó a levantarse una oleada de oposición en toda nuestra América.

Entre nosotros, se formaron entidades en Buenos Aires para obligar a Chile a cumplir lo prometido, y aún los mas exaltados querían obligarla a devolver todas las conquistas de la fuerza “porque esos procedimientos no eran válidos entre países hermanos”. El diario La Prensa con su jefe de redacción Estanislao S. Zeballos se puso a la cabeza del movimiento. El desgarramiento del tratado aclaratorio de 1893 contribuyó a exaltar los ánimos contra Chile.

El movimiento americanista a cuyo frente se pusieron las más altas personalidades de la diplomacia, la cátedra, el foro y la prensa Argentina: Roque Sáenz Peña, Estanislao Zeballos, Indalecio Gómez, Carlos Rodríguez Larreta, Vicente Fidel López etc. llenó los escenarios del país. “La Argentina tiene un ideal en América; el mismo de San Martín y Bolívar” clamaba Zeballos.

Desde que José Evaristo Uriburu asume la presidencia en 1895 se produce un distendimiento en el país. Cesan, como en “unión sagrada”, las contiendas políticas. Se piensa en la guerra como recurso indispensable si Chile no devuelve lo quitado a Perú y Bolivia. Se dictan leyes de organización militar, se construyen fortalezas, campos de adiestramiento, puertos militares, diques de carena. El coronel Pablo Ricchieri recorre Alemania comprando los últimos modelos de armas (pidiendo que las fábricas destinen la comisión que siempre se da a los agentes compradores, a adquirir mas armas), se construye un ferrocarril estratégico a Neuquen, indudable teatro dé operaciones bélicas, muchas promociones militares son enviadas a instruirse en Europa, especialmente Alemania. Tal vez no se llegaría a una guerra con Chile, pero debe hacerse, según frase de Zeballos, una “política de visera alzada”. Se ordena la construcción de acorazados, principalmente en los astilleros italianos porque los ingleses son remolones a entregarlos.

Se llega así a equilibrar el poder marítimo de Chile, y sobrepasar su potencial de tierra. No se cree que Chile acepte una guerra contra la Argentina unida a Perú (cuya preparación bélica y marítima es considerable) y Bolivia (preparada por oficiales argentinos y con suministros bélicos de nuestra procedencia, según diría en el senado, el senador jujeño Domingo T. Pérez que anduvo en esos trámites). Todo el mundo era fervorosamente americanista; en la Tribuna, el diario de Roca (desde 1898 presidente por segunda vez de la República) se daba hospitalidad a los discursos americanistas aún cuando su tono juvenil ultrapasara la prudencia; Pellegrini asistía en primera fila a los actos americanistas y aplaudía a sus amigos Sáenz Peña, Zeballos y Gómez, aunque él no había querido expresar en público su pensamiento.


Los únicos decididamente opuestos al americanismo eran los mitristas.

El plan de los americanistas para que Chile devolviera “buenamente" las conquistas de la guerra del Pacífico (lo explicó después Zeballos), consistía en plantear en la próxima Conferencia Panamericana, que debía celebrarse en Méjico en 1901, el voto plebiscito obligatorio en los problemas de fronteras. Chile debía rendirse. Tanto más cuando la buena opinión chilena era opuesta a la influencia política de las empresas británicas.


La Conferencia Panamericana de México de 1901.

El error de los americanistas fue suponer que Estados Unidos era prescindente en la contienda. Pero Estados Unidos no era neutral. Era decididamente opuesta a los bloques americanos que ellos no pudieran controlar. Desde los tiempos de Monroe toda América, sajona o latina “era el destino manifiesto de los Estados Unidos ”.

Fue una ingenuidad de la representación Argentina, y de sus aliados peruanos, bolivianos, uruguayos, paraguayos, ecuatorianos y mejicanos. A la Secretaría de Estado norteamericano le sobraban medios para que no se desvirtuara el “destino manifiesto”. En la primera votación propuesta por la delegación argentina, Haití votó en contra quebrando la unidad latinoamericana, en la segunda Colombia se separó por sugestión norteamericana (aún no se había producido el desgarramiento de Panamá), en la tercera lo hizo Venezuela. La unidad americana se desgarró.


JUAN MANUEL DE ROSAS. La ley y el orden Armamentos.

Desde 1894 la Argentina se preparó públicamente para la guerra con Chile. No por el trazado de la línea fronteriza por las‘“altas cumbres” que sostenía nuestro perito Francisco Moreno contra la opinión chilena de Diego Barros Arana que pedía la “separación de las aguas” ; no era por unos páramos inhóspitos que iríamos a combatir, era por algo que trascendía las fronteras y tenía – por entonces – una gran vivencía en el espíritu argentino; el americanismo (hispanoamericanismo) presente en nuestra historia desde los días iniciales, y nunca abandonado del todo, pese al europeismo de la mayor parte de la oligarquía gobernante.

Algunos diarios, como La Prensa orientada por Zeballos, traducía ese sentimiento popular; la suerte de Perú y Bolivia nos era común, y la Argentina debería ponerse al frente de un movimiento continental que rechazara las conquistas debidas a la fuerza o al dinero de las empresas británicas que extraían guano. Cuando pasaron los diez años del tratado de Ancón y Chile no llamó al plebsicito prometido, los gobiernos comprendieron que se estaba en la obligación de ponerse en condiciones militares de tratar con Chile el sistema americano. Discutir con “la visera "alzada” según la frase de Zeballos.

En 1894 el ejército chileno contaba 15.000 soldados de línea y 100.000 guardias nacionales adiestrados que podían movilizarse en pocos días, y jefes de gran competencia, veteranos de la guerra del Pacífico; los oficiales completaban su adiestramiento en Europa, por lo general en regimientos alemanes. La escuadra tenía siete acorazados modernos (entre ellos el Esmeralda de 7.900 toneladas y el Capitán Pratt de 6.900) y siete torpederas menores, totalizando alrededor de 40.000 toneladas acorazadas. Los cadetes de la Escuela Naval culminaban su educación con periplos a Juan Fernández, o a la isla de Pascua (único archipiélago de Polinesia en poder de sudamericanos). El armamento era moderno y manejado por manos competentes.

El armamentismo de Chile había sido posible por la gran riqueza de la zona de fertilizantes quitada a Bolivia y a Perú. Al confirmarse que el plebiscito por Tacna y Arica quedaba diferido, y trascender el humillante adicional de 1893 al tratado de límites, que aceptaba la dominación chilena en el Seno de Ultima Esperanza, el estado de relaciones con Chile, hizo que el gobierno de Luis Sáenz Peña tratara en talleres ingleses la construcción de un acorazado de 4.800 toneladas a llamarse Buenos Aires, que los constructores demoraran dos años. Junto con el Almirante Brown, entregado en 1881, no bastaban ni mucho menos para equilibrar el poder chileno, y se dispusieron nuevas adquisiciones. La situación económica, largo tiempo deprimida por la crisis de 1890, empezaba a recobrarse.

El ministro de Chile en Buenos Aires, Walker Martínez, gran belicista, aconsejaba a su gobierno que aprovechase cuanto antes su superioridad militar para un golpe definitivo a la Argentina. “Hoy es seguro el triunfo de Chile. Una campaña marítima terminaría fácilmente la contienda, lo que no sería fácil llegados los refuerzos navales argentinos”. (J. M. Rosa Historia Argentina t. XI pág. 44).

Pero la posición belicista no era de toda, ni la mejor gente de Chile. Entre ellos el Presidente Errázuriz Echaurren, Germán Riesco, Enrique de Putrón y tantos más calificados de cuyanistas por la prensa belicista, por su espíritu americanista. El presidente habría dicho después de una reunión de gabinete a los belicistas – el régimen era parlamentario – estas palabras según su biógrafo Jaime Eyzaguire (Chile durante el gobierno de Errázuris Echarruen): “Bien señores. Supongamos que el valor proverbial del soldado chileno nos traiga la victoria como en todos nuestros conflictos anteriores. Después ¿qué?... Yo veo a nuestros rotos atravesar la pampa muy felices trayendo desde Buenos Aires, cada uno un piano de cola al hombro. Pero detrás quedaría un odio inextinguible que imposibilitaría toda existencia”.

Como hubo dificultades con los astilleros ingleses la Marina Real italiana transfirió en julio de 1895 un acorazado en gradas próximo a botarse en Génova; el Giusseppe Garibaldi de 6.840 toneladas, a quien se resolvió mantenerle el apellido Garibaldi en homenaje a Italia y teniendo en cuenta que el Héroe de Dos Mundos, había andado, si bien pirateando al servicio de los anglofranceses, por el Río de la Plata. En las mismas condiciones la Marina Real transfirió en 1896 el Varese de 8.100 toneladas rebautizado San Martín y se contrató en los astilleros de Génova otro de 7.300 a entregarse en 1898. Como las cosas apuraban se incorporó otro acorazado en gradas del tipo del Varese, que se llamaría Pueyrredón. Completó la flota una fragata construida en Inglaterra – la -Sarmiento – para instrucciones de cadetes, librada en 1898.

En 1895 se destinó un millón en oro para un dique de carena, que al año siguiente el ingeniero italiano Luiggi aconsejó construir en las inmediaciones de Bahía Blanca. Los trabajos, por algunos inconvenientes, solo pudieron empezarse en 1898, completándose con arsenales, fortalezas y un puerto militar. Por el momento dos diques pequeños lo suplieron cerca de Punta Lara.


El Ejército.

En 1894 se dictó la ley de guardias nacionales que obligaba al enrolamiento de los solteros entre diecisiete y treinta años “para defender el orden” bajo la penalidad que, en caso de incumplimiento serían incorporados al ejército de línea.

La G.N. (llamada nacional por francesismo porque desde los tiempos de Rosas dependía de las provincias) tenía sus propios oficiales provinciales, pero sería adiestrada durante ocho domingos, de abril a junio, por oficiales y suboficiales del ejército de línea. Lo de “defender el orden”, era para disimular, porque se los adiestraba con fusiles Mauser y Manlincher y cañones Krupp para combatir en guerra.

El pretexto que se dijo para “defender el orden” fue el peligro de una renovación de las, conmociones radicales de 1893. Pero por lo bajo, sin trascender del congreso, se habló de la posibilidad cada vez más amenazadora, de la guerra con Chile.

No bastaba. En 1895 el presidente José Evaristo Uriburu mandó al congreso el proyecto de Ley de Organización Militar y Guardia Nacional, copiando la legislación militar chilena, primera tentativa de movilización general del país.

Los guardias nacionales, ahora definitivamente nacionalizados y obligados a cualquier obligación militar, serían convocados al cumplir 19 años, y considerados aptos, a cumplir sesenta días de conscripción (en el debate se aumentó a noventa) bajo adiestramiento de oficiales y suboficiales de línea; de los veinte a los treinta años seguirían instruyéndose en polígonos de tiro. Esta G. N. de reserva podría ser movilizada lo mismo que la activa – de 21 años – en caso de peligro exterior.

Pese a la posibilidad de un conflicto con Chile, aunque se esperaba no llegara efectivamente a una guerra abierta, hubo críticas en la prensa y el parlamento. Esto era militarización prusiana, decía La Nación.

Manuel F. Mantilla representante mitrista por Corrientes en la Cámara de diputados se opuso “No hay necesidad de transformar al ciudadano en soldado. Esta neurosis militar en que estamos es inconveniente y peligrosa. Bien defendidas están nuestras fronteras por el ejército de línea... Tengo aquí escrito en letras grandes CHILE, diciendo que debemos imitar lo que se hace del otro lado de los Andes... Pero ellos están arrastrados por un atavismo al cual nosotros somos absolutamente extraños. Permite acaso su constitución ese procedimiento de germanizar pueblos americanos para transformar el ciudadano pacífico en soldado... Nosotros tenemos un sistema constitucional diverso, una tradición distinta, un anhelo nacional radicalmente opuesto”.

La necesidad de tener un ejército y una armada para recobrar el papel que la Argentina debió cumplir en América – y no para defender la frontera como decían los mitristas – venció la resistencia a desentenderse de Perú y Bolivia. La opinión popular era ampliamente americanista. La primera conscripción de guardias nacionales que se hizo en 1896 en Curamalal reunió 20.000 conscriptos y 1.800 oficiales.


Se somete al arbitraje las cuestiones fronterizas.

Las cuestiones fronterizas con Chile eran dos:

1) la cesión de la puna de Atacama que Bolivia había hecho a la Argentina en compensación de la provincia de Tarija, que había sido Argentina hasta los tiempos de Rivadavia y después se evade y anexa a Bolivia. No se quería que un Rawson objetara un tratado de alianza con Bolivia por la existencia de este problema. Bolivia cedió a la Argentina la inhóspita puna de Atacama, y el congreso argentino la aceptó en 1880. Pero Chile objetó la incorporación a nuestro país por cuanto era parte de la provincia de Antofagasta, que por el pacto llamado de “tregua” Bolivia permitió a Chile que la administrara. Fracasada una negociación, se resolvió designar una comisión de juristas argentinos y chilenos para resolver el problema.

Como árbitro en caso de desentendimiento se nombró al ministro de Estados Unidos en Buenos Aires Mr. Buchanam. Este falló en marzo de 1899 entregando tres partes de la puna (aquellas mas alejadas del mar) a la Argentina, y una a Chile. Lo curioso es que entregaba la parte chilena en propiedad, cuando este solo tenía un título de administrar. Pero no se hizo cuestión. “Al fin todo es mejor que pelearse y mucho mejor por simple placer de apunarse” comentó jocosamente Pellegrini.

2) Después del feo renuncio argentino de los Pactos de Mayo de 1902, se conoció el laudo de la Corona inglesa a la divergencia de los peritos en los límites de la cordillera. Como se esperaba no hubo altas cumbres ni divortium aquarum, Inglaterra distribuyó salomónicamente los 94.000 kilómetros disputados, en dos mitades desiguales: 54.000 para los chilenos y 40.000 para los argentinos.

No se sometió el Beagle a arbitraje por que no había cuestión sobre el Beagle. Nadie discutía su pertenencia a Chile.


El abrazo del estrecho (15 de febrero de 1899)

Sometidos los problemas fronterizos a los arbitrajes norteamericano e inglés, se dispuso un acto simbólico que demostrase las buenas relaciones argentino-chilenas. Los presidentes de las dos Repúblicas al frente de las escuadras adquiridas para combatirse, cambiarían una copa de champagne en el estrecho de Magallanes frente a Punta Arenas.

“La Nación”, para quien el problema con Chile era exclusivamente fronterizo, saludó con entusiasmo la paz advenida. Más cauta, “La Prensa” se limitó a aplaudir las buenas disposiciones de Chile para entenderse con el resto de América, no habría paz hasta que los chilenos no aceptasen el americanismo devolviendo las conquistas de la Guerra del Pacífico.


Sigue el armamentismo.

Esto era conciencia de todos. Las adquisiciones bélicas siguieron por ambas partes. Los oficiales del ejército, tanto en la Argentina como en Chile, eran mandados a Europa a seguir cursos de estado Mayor e incorporados a ejércitos europeos, principalmente el alemán. Los oficiales de mar, se educaban con preferencia en Estados Unidos o Italia (Inglaterra solo admitía ingleses o nativos de las colonias). En 1900 se creó en Buenos Aires, la Escuela Superior de Guerra bajo la dirección del coronel alemán Alfred Arendt.

En el presupuesto de 1899, ya superado en gastos de armamentos, se mejoraron los sueldos militares, lo que era justo, porque las nuevas condiciones exigían una dedicación total de jefes y oficiales. El coronel Pablo Riccheri después de una larga estada en los regimientos alemanes, y encargado de la adquisición de material bélico en ese país, fue designado en julio de 1900 ministro de guerra. Se hizo cargo del ministerio en septiembre.

Riccheri, por consenso unánime, era el oficial argentino de mayor competencia profesional. Agregaba a esa condición la de una gran moralidad patriótica que le había llevado a pedir que las altas comisiones que los fabricantes de armamentos dan a los encargados de comprarlos, se invirtieran íntegramente en más armamentos para su patria.

El nuevo ministro quiso adquirir un campo cerca de Buenos Aires, para instrucción de los conscriptos. Como el congreso se oponía a aumentar los excesivos gastos militares, tomó una medida que desconcertó a muchos; rebajó a 7.000 los 10.000 soldados de línea existentes. No necesitaba tantos contratados, y con la economía compró Campo de Mayo. Prefería los conscriptos a los soldados de línea, y había planeado aumentar aquellos, pues, a su juicio, la ley de 1895 se había quedado corta al fijarles solamente tres meses de instrucción. Al año siguiente, pues las cosas se precipitaban, Riccheri propone la Ley orgánica del Ejército que acabará con los soldados reclutados, salvo los suboficiales, y aumenta a uno o dos años el período de conscripción. En septiembre de 1900 el comodoro Martín Rivadavia, ministro de marina, hizo dictar la ley para personal subalterno de la Marina que terminaría con los reclutados extranjeros. Los conscriptos de la armada serían sorteados al mismo tiempo que los del Ejército sobre un padrón de los ciudadanos que hubiesen cumplido 18 años.


Se estrecha la solidaridad con Perú y Bolivia (1900)

Poco duraron las brisas amables del estrecho. El pacifista ministro de Chile en Buenos Aires, Enrique de Putrón, que había sustituido al belicista Walker Martínez, murió inesperadamente en julio de 1899; los esfuerzos del pacifista Errázuriz Zañartú desde la presidencia chilena para llegar a un entendimiento americano que evitase un enfrentamiento con la Argentina, Perú y Bolivia, y quizá con toda América hispanoparlante, chocaba con el cerrado patrioterismo parlamentario (desde la revolución de 1891 el parlamento chileno designaba los ministros).

Si bien la importancia de los yacimientos de guano no era la de antes (los fertilizantes sintéticos de procedencia europea estaban reemplazando al salitre chileno, con la consiguiente baja de su valor), la influencia de las empresas inglesas era todavía grande en las elecciones y en el periodismo y alimentaba las frases heroicas de repercusión popular. Se supo que Chile ofertaba, sin resultado, la isla de Pascua por un acorazado, y gestionaba un empréstito usurario en las plazas europeas para construir otro crucero en los astilleros ingleses Vickers que se denominaría Chacabuco. En respuesta la Argentina contrató con la casa Ansaldo de Génova dos acorazados de 8.000 toneladas a llamarse Rivadavia y Moreno. “Si Chile construye un acorazado, nosotros construiremos dos” explicó el ministro Roca al nuevo ministro de Chile. “Nuestra carrera armamentista con Chile es de tiro pesado”, se dice haberle oído al presidente. “Nosotros podemos llevarla mas tiempo”, comparando la floreciente situación argentina de fines de siglo con la chilena. “Nosotros tenemos resuello para obligar a Chile a devolver las conquistas de la guerra del Pacífico, pero Chile está agotado para mantenerlas”.

“Ahora o nunca” era la voz de orden en el parlamento chileno. Walker Martínez convertido en el apóstol del belicismo interpela al gobierno denunciando una penetración argentina en la zona cordillerana del lago Lacar, sometida a arbitraje, que estuvo a punto de promover la guerra, detenida con esfuerzo por el presidente Errázuriz. Manifestaciones belicistas recorren las calles de Buenos Aires, con las banderas los países hispanoamericanos (menos la de Chile por supuesto). Roca les dice: “Buscaré por todos los medios una situación conciliadora, pero si no es dado una paz honrosa, sabré afrontar la situación cualquiera que fuese” (G. Ferrari Conflicto y paz con Chile. p. 83).


La Conferencia Panamericana, México, (octubre, 1901).

La unidad hispanoamericana debería cristalizarse en la Conferencia Panamericana a realizarse en México en octubre de 1901. El Canciller argentino, Amancio Alcorta, haría presentar un voto sobre el arbitraje obligatorio que podría llegar a la revisión del tratado de Ancón y pactos de “tregua”. Pero era ingenuidad suponer que de un foro internacional donde gravitaba Estados Unidos, saldría la unidad hispanoamericana. Las delegaciones de Colombia, y Haití, movidas por la influencia norteamericana – supone Zeballos al estudiar la Conferencia en su Revista de Derecho, Historia y Letras – hicieron fracasar la postura Argentina que solo alcanzó los votos de las demás repúblicas hispanoparlantes y la adhesión de Brasil ¡Cómo se arrepentiría Colombia de su favor a Estados Unidos, cuando Teodoro Roosevelt le arrebataría Panamá!


En vísperas del desenlace.

En julio de 1900 la tácita alianza con Perú y Bolivia se exterioriza ruidosamente en homenajes populares en los aniversarios de sus fechas patrias. Roque Sáenz Peña invitado a usar de la palabra en el primero, dijo a sus compatriotas: “Buscáis sin duda reparación al egoísmo que hace pequeños a los pueblos grandes. La Nación salió por un momento de su neutralidad poniéndose al tono general recalcando la “significación internacional” de ese homenaje que “seria vano disimular, tanto mas cuando no hay para que”.

“Al día siguiente una manifestación estudiantil concurrió a la legación de Perú – dice G. Ferrari – y por boca de Juan B. Terán puntualizó la solidaridad Argentina con aquella nación”. Por la noche, en la función de gala la representación de La Gioconda fue precedida de los himnos argentino y peruano. A comienzos de agosto la fecha nacional de Bolivia fue evocada también con especial énfasis.


En 1901 se llega al clímax:

El descubrimiento de unos caminos construidos por ingenieros chilenos en territorio sometido al arbitraje, que aparentemente lo presentaban enlazado a poblaciones chilenas (no había llegado aún el perito inglés que inspeccionaría la zona, coronel Holdich), motivó un pedido de explicaciones argentino, contestada por la Cancillería chilena el 20 de noviembre en forma que se entendió desdeñosa, pidiendo a su vez explicaciones por una incursión de argentinos en la zona de Ultima Esperanza.

Ya no estaba Errázuriz en la presidencia de Chile, internado por su estado de salud en un sanatorio. El 30 de noviembre anuncia Chile la decisión de comprar seis destructores “a cualquier precio y a la mayor brevedad”, por decreto del 7 de diciembre se convoca en pie de guerra a la guardia territorial chilena; en la misma fecha el Ministerio argentino de Marina convoca a las reservas de 1878 y 1879; el 9 de diciembre La Prensa informa que en los últimos ocho días han surgido decenas de asociaciones de tiro; el 11 La Nación con el título “la expectativa diplomática” y recalcando el exclusivo carácter fronterizo del conflicto confiesa que “la situación es de suma gravedad"; el 12 el Ministerio de Guerra convoca los guardias nacionales de 1878 y 1879 como lo había hecho antes el Ministerio de Marina; el 12 el Congreso vota en sesión secreta una ley autorizando al gobierno a disponer del fondo de Conversión para gastos militares; el 13 el Parlamento chileno vota tres leyes reservadas que (después se supo) autorizaban al Ejecutivo a emplear tres millones de libras en gastos navales de un empréstito a contratarse en Londres o Estados Unidos. Los partidos políticos argentinos conciertan una detente. La Unión Cívica Radical da un manifiesto el 12 llamando “a la unión sagrada en aras a la seguridad nacional”. El partido socialista, a su vez, invita a un mitin por la paz en la plaza Lorea, que se realiza custodiado por la policía. El público prefiere la agresiva conferencia de Zeballos en el Politeama: “Sepa Chile que la suerte de la soberanía de Perú y Bolivia es la propia suerte de la soberanía argentina... No hemos de consentir que aquellas naciones, ni ninguna otra de nuestras hermanas, sea mutilada”.

Hacia Navidad se llega al clímax. El Canciller Amancio Alcorta telegrafía el 21 de diciembre al ministro argentino en Santiago que abandone la legación. Así lo hace el 24. Richieri prepara un decreto de movilización que Roca firma el 25. Ahora ya no queda nada más que declarar el estado de guerra. Pero Epifanio Portela llega de Chile ese mismo 25 con un pedido del presidente chileno Germán Riesco de nuevas conversaciones ¿reparación a Chile y Perú?


Se abandona el americanismo.

Algo pasaba que la historia no ha revelado, se encuentra en el secreto de los documentos británicos que no se permite escudriñar todavía. No hay guerra con Chile, no hay explicaciones por los caminos de la zona sometida a arbitraje, no hay devolución de Tacna y Arica, no hay salida marítima para Bolivia, no hay política americanista. Todo acabó dejándose el americanismo para San Martín y Bolívar, a Perú y Bolivia abandonados a su suerte, a las Repúblicas hispanoamericanistas a su expectativa, y prometiendo no inmiscuirnos en el “destino de Chile en el Pacífico”

Indalecio Gómez en una conferencia del Victoria del 19 de junio de 1902 (a la que hago referencia al tratar los Pactos de Mayo ) atribuye a la ingerencia de la diplomacia británica la actitud que llamo de retroceso argentino; Victorino de la Plaza se pregunta en febrero de 1903 (en la Revista de Derecho, Historia y Letras ), quien presionó al gobierno argentino obligándole a retroceder “y si fue la diplomacia británica, como lo señalan los indicios, seria el caso de una forma de intervención por muy velados y suaves que hayan sido los medios empleados... porque habría sido requerir o insinuar un acto trascendental gravoso y depresivo”.

El 9 de abril de 1902 La Nación publica un resonante editorial al día siguiente del fallo. A juicio de su director, el ingeniero Emilio Mitre, el problema con Chile era exclusivamente fronterizo, y debía esperarse el arbitraje británico en los Andes, desentendiéndonos de la costa del Pacífico “que no era Argentina”. Al día siguiente del fallo de la Corona inglesa la armonía debía reinar a uno y otro lado de los Andes: “Pensamos que si una guerra con Chile por nuestros límites sería un escándalo inútil, la guerra por límites ajenos seria una insensatez indigna de una nación de verdad”.

A este siguió “La Paz” que llega del 14, y “Recapitulando” del 15. La paz llegaría con el fallo del árbitro que en esos momentos preparaba el coronel Thomas Holdich por delegación de Eduardo VII ¿A qué tantas amenazas de guerra cuando sir Thomas tenía en sus manos la solución del conflicto? Porque “Recapitulando” nuestro diferendo con Chile era por cuestiones fronterizas ¿a que meter eso del americanismo? El problema de la Puna había sido resuelto por el norteamericano Buchanam, y aunque hubo protestas, aceptamos el fallo. ¿A que venía esa fraternidad con países extranjeros como Perú y Bolivia?

La gente se alzó indignada contra La Nación: 4.000 suscriptores se borraron y debió custodiarse el edificio en previsión de un atropello (pese a la venerable figura del general que cumplió 80 años). G. Ferrari nombra a José León Suárez (El general Mitre y las relaciones diplomáticas sudamericanas. Bs. As. 1919) y Norberto Piñero (Chile. La cuestión de límites. El arbitraje Buenos Aires 1938) que mencionan la animosidad popular.

Pero los editoriales de La Nación fueron solamente una exteriorización del abandono del americanismo; “Tribuna” de Roca, que había demostrado antes su americanismo, se llamó a un discreto silencio; también “El País” de Pellegrini – que en 1901 había roto estruendosamente con Roca. Y publicaba los escritos americanistas de Sáenz Peña, Gómez y Zeballos – tomó la postura pacifista. “La Prensa” atribuyó la prédica de “La Nación” a la influencia británica, pera José León Suárez hace constar en su defensa “que el desentendimiento con América ha sido una constante en el general”. Pero ¿entonces si la Argentina no se uniría a Perú y Bolivia y se ponía al frente de la “fraternidad americana” ¿a qué habían venido sus bravatas con Chile? Si todo quedaría arreglado con el fallo de Eduardo VII ¿a qué la compra de armamentos, los ferrocarriles estratégicos, los puertos militares, los acorazados, el servicio militar obligatorio, la conscripción por uno o dos años? ¿No daría una pobrísima impresión en América, sobre todo cuando la opinión sensata de Chile se mostraba dispuesta a un arreglo americanista?


Los pactos de Mayo de 1902

El presidente Roca dio el tono del cambio de política diciendo que “nuestro problema de limites se arreglará satisfactoriamente”.

El primer paso fue el cambio del ministro en Chile, Epifanio Portela, que tan decidido se había mostrado en diciembre de 1901; Portela no volvería a Santiago, se lo trasladó a España. En su reemplazo se nombró un destacado mitrista, el profesor de Finanzas de la Facultad de Buenos Aires José Antonio Terry, al parecer indicado por Mitre. No hubo necesidad de cambiar al Canciller Amancio Alcorta pues el 5 de mayo moriría oportunamente; en su reemplazo se confió la cartera interinamente al ministro de instrucción pública Joaquín V. Gonzalez, que en toda su vida política no hizo otra cosa que lo ordenado por Roca.

Terry pidió latitud de instrucciones para negociar. ¿Negociar qué? Porque un negocio es un acuerdo entre partes, y lo que hizo Terry en Chile fue una renuncia simple y llana. El 29 de mayo firmó tres pactos con Chile. El primero, previo y fundamental, “la Argentina no se inmiscuía en las cuestiones exteriores de Chile”. Es decir, aceptaba la expansión chilena en Perú y Bolivia. En los otros dos se limitarían los armamentos navales, desistiendo ambos gobiernos, por cinco años de la compra o construcción de buques de guerra, desprendiéndose de los que no eran indispensables a la posición pacifista. En el segundo, se comprometían a someter al arbitraje del rey de Inglaterra las futuras cuestiones de limites.

Como hubo petitorios de los marinos argentinos – como dice Joaquín V. González – y supongo que también de los chilenos para que no se enajenasen muchos buques, se resolvió, el 14 de junio, que “ambos gobiernos” conserven las escuadras necesarias, el uno “para la defensa natural v destino permanente de Chile en el Pacífico”, y el otro "para la defensa natural y destino permanente de la Argentina en el Atlántico y Río de la -Plata". El destino permanente de Chile en el Pacífico era mantener sus conquistas de la guerra contra Perú y Bolivia. El de la Argentina en el Plata no existía.

Hubo, comprensiblemente, resistencia en Buenos Aires. El 14 de junio los americanistas dieron un manifiesto de repudio: el 19 Indalecio Gómez acusó desde el teatro Politeama la intervención de la diplomacia inglesa, que el gobierno argentino no quiso o no pudo resistir: “Los pactos simbolizan la decadencia, el abatimiento de un pueblo que ha perdido energías y su rumbo”. Pellegrini los defendió desde su diario “El País” el 21 de junio: “Para las repúblicas sudamericanas no puede existir política continental. La comunidad de raza, religión, idioma o formas de gobierno son vínculos artificiales... Tenemos que vivir en nuestra época, donde el intercambio comercial y los intereses que de él nacen, es lo que informa la política internacional de las naciones... ¿Qué puede interesarnos que Chile se ha engrandecido tomándole tierras a Perú y Bolivia? Todas las fronteras terrestres han sido trazadas por la espada del vencedor... Aquello de la victoria no da derechos fue solo una frase... ¿Qué tenemos que ver nosotros con Perú? ¿acaso San Martín nos legó con su gloria y su espada el Protectorado del Perú?”.

Dos patriotismos en pugna. La Patria Grande y la patria chica. La comunidad asentada en la fraternidad del mismo origen y la misma historia, y la factoría atada a sus intereses coloniales.


Guerra del Paraguay  - Leonardo Castagnino Nuestro militarismo.

Por los Pactos de Mayo de 1902 salimos de la gesta americanista con dos realidades que, desde entonces, habrían de pesar en nuestro destino; el fracaso de una política internacional americanista, y una organización militar que excedía las necesidades de una política pequeña.

El americanismo se diluyó en una cultura, periodismo, cátedra, libros extranjerizantes, salvo brillantes pero contadas excepciones, La Argentina miró exclusivamente hacia Europa, y nuestra América fue olvidada como algo poco digno de una atención civilizada. Debieron llegar los años populares para que tímidamente se volviese a mirar adentro.

Pablo Riccheri había dado al Ejército, y lo copió la Armada, la organización alemana, que creyó conveniente para hacer la guerra: un cuerpo profesional, aséptico, estable, ajeno a las inquietudes políticas como eran los junkers de Alemania. Creó el profesionalismo sin darse cuenta que creaba el militarismo si el Ejército se mantenía alejado de la posibilidad de una guerra. Nuestros militares anteriores a Riccheri estaban integrados a la política del país. En adelante la profesión los obligó a desprenderse de los partidos políticos; y reducidos al ocio partidario acabaron por crear su propio partido militar, lo que nunca se permitieron los junkers. En una primera etapa del militarismo buscaron conexiones con los civiles que le fueran mas afines, para después prescindir de ellos ya que tenían mejores armas que el voto o la simulación del voto y suficiente soberbia para elaborar por sí solos planes políticos. Afortunadamente, nuestros mejores militares no son militaristas.

Indispensable para mantener la fuerza y la cohesión del partido militar, fueron los problemas fronterizos que mantenían el belicismo de pequeño vuelo, y la unidad castrense.

Uno de ellos es el artificioso de los islotes del Beagle. Veamos.


II

La cuestión del Beagle.

El 20 de noviembre de 1902, Eduardo VII dio el arbitraje sobre la cordillera, aceptado por ambas repúblicas. Ya no hubo problemas ente la Argentina y Chile. La pobre Bolivia, desengañada, acabó por confirmar en un tratado de 1904 la cesión de su litoral.

Pero alguno precisaba algo urticante para mantener la tensión a ambos lados de los Andes.

Fue encontrado el Beagle, que hasta ese momento nunca se había discutido.

No había ya problemas fronterizos con Chile, pero se necesitaba crearlos para satisfacción de cierta clase de “patriotas” que brotan en las discusiones de limites como los hongos cuando una tormenta. O también ¿porqué no? de los agentes de armamentos que no tienen el desprendimiento patriótico que tuvo el coronel Riccheri.

Fue encontrado el Beagle como motivo de disputa, que hasta entonces no se había discutido. Hacia 1905 el escritor chileno Fagalde reclama todo el canal de Beagle para Chile. Argumenta que el tratado de 1881 establece el meridiano divisorio de la isla de Tierra del Fuego “hasta tocar el canal de Beagle”. Por lo tanto, a su juicio, no penetra en el agua, y la Argentina solo puede reclamar la costa seca de la isla Grande. Si los argentinos levantaron la población de Ushuaia sobre el canal de Beagle no quiere decir que tienen derecho al agua del mismo; si sus habitantes quieren viajar a Buenos Aires exclusivamente por jurisdicción argentina, deberán tomar aviones pero no vapores. Claro que esta interpretación del tratado de 1881 no fue sostenida, que yo sepa, por ninguna autoridad chilena, ni por ningún científico, pero bastó su enunciación para “desenterrar” el problema con la Argentina, y que en periódicos chilenos se pidiera la devolución del islote Snipe situado dentro del canal, que el gobierno argentino había poblado.

De inmediato vino la reacción argentina. Si los chilenos interpretaban tan a su favor el tratado de límites ¿qué habría que decir de las islas Lennox, Picton y Nueva, poseídas por el gobierno de Chile desde 1881 y pobladas desde 1894 y 1895? Porque el tratado de 1881 daba a Chile “todas las islas al Sur del canal de Beagle hasta el cabo de Hornos y las que haya a occidente de la Tierra del Fuego”, y solamente por error los geógrafos habían podido considerar que Lennox, Picton y Nueva están al sur del canal de Beagle. Es cierto que el tratado tampoco se las daba a la Argentina pues, dice “pertenecerán a la República Argentina la isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta, y las demás islas que haya sobre el Atlántico al oriente de la Tierra del Fuego y demás costas orientales de la Patagonia”, y como Lennox, Picton y Nueva no son “islotes inmediatos a la isla de los Estados”, ni “islas que se hayan sobre el Atlántico a oriente de la Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia”, no pertenecen a nadie. El tratado de 1881 ha olvidado a las tres islas, y una negociación o un arbitraje debería resolver en definitiva su pertenencia, dejando por pronta providencia, sin efecto las concesiones que el gobierno de Chile pueda haber hecho. Así fue el primer “planteo” que hicieron algunos argentinos.

En el correcto trazado del canal de Beagle por quienes redactaron el tratado de 1881 se sentó la polémica. Los escritores argentinos (ninguno de primera autoridad, como hubiera sido un Francisco Moreno o un Estanislao Zeballos) entendieron que un canal solo puede aplicarse al Beagle entre la parte norte de la isla Navarino y la sur de la isla grande de Tierra del Fuego, es decir hasta el cabo Navarro. La disposición del tratado del 81 solo da a Chile la isla Navarino, “y demás islas hasta el cabo de Hornos”. Las Lennox, Picton y Nueva están en “mar abierto” y por lo tanto el tratado no las menciona.

Pero el diccionario de la Academia llama canal: “en el mar”, paraje angosto por donde sigue el hilo de la corriente hasta salir a mayor anchura o profundidad (aceptación 3a), sin decir si necesita ser flanqueado por una costa continua. La acepción a la palabra canal que algunos quisieron dar por excesivo, pero no loable celo patriótico, es la que reserva el diccionario al estrecho es: “paso angosto comprendido entre dos tierras y por el cual se comunica un mar con otro”.

El Capitán Fitz Roy fue mandado en 1826 a buscar un paso entre el Pacífico y el Atlántico que fuera mas practicable para la navegación (entonces en veleros) que el estrecho de Magallanes de vientos huracanados y trazado irregular. Lo descubrió, y llamó canal de Beagle (el nombre de su buque) al paso que encontró en el Pacífico, corriendo entre la Isla Gordon y Grande de Tierra del Fuego al Norte, y las Hoste, Dimas, Navarino, Picton y Nueva al Sur, hasta salir al Atlántico.

No conozco con precisión el informe de Fitz Roy a su Almirantazgo, pero se que dijo, que el canal une Pacifico con el Atlántico y tiene 120 millas de extensión, lo que no es posible si hubiera llamado solamente “canal de Beagle al breve recorrido entre la isla Navarino y la isla Grande. Pero conozco el libro de Carlos Darwin Viaje de un naturalista alrededor del mundo, traducido al español por El Ateneo (Bs. Aires, 1951) que acompañó a Fitz Roy en su segundo viaje, de 1836, y recorrió el Beagle que “va del Pacífico al Atlántico 120 millas de largo con una anchura media que varía muy poco de unas 2 millas” (Trad. española pág. 255).

Esto de medir el Beagle en 1984, me parece bizantinismo. Solo nos interesa saber que consideraron canal de Beagle quienes trazaron los límites de 1881.

Cuando el gobierno argentino rechazó en 1978 el fallo del tribunal que daba las islas a Chile por “vulnerar la letra y el espíritu de los tratados de 1881, 1893 y 1902", me callé para no interferir en la posible apelación que harían los nuestros, aunque estaba seguro que habríamos de perder. Pero ahora que los argentinos hemos sido llamados a dar nuestra opinión sobre el pronunciamiento del Papa que deja las islas a Chile, y otorga una compensación marítima a la Argentina, estoy obligado a decir mi parecer sobre lo que debe considerarse “sur del canal”.

Si las islas no eran argentinas ni chilenas, – ¿de quién eran? – Hubo mapas argentinos que las repartieron amablemente con Chile. Salomónicamente la Lennox para Chile y las Picton y Nueva para la Argentina.

Se adujo el principio de oceanidad del tratado adicional y aclaratorio de 1893, del que he hablado en otra parte de este escrito. Pero este tratado, en la parte que nos interesa (el art. 2) es exclusivamente para la Patagonia, y se refiere al “encadenamiento principal de los Andes”, teniendo la Argentina “la soberanía y dominio del territorio que se extiende al oriente hasta las costas del Atlántico, como la República de Chile el territorio occidental hasta las costas del Pacífico”, de tal suerte, que “Chile no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico como la República Argentina no puede pretenderlo hacia el Pacífico”. Ya expliqué que el objeto de este adicional fue dar a Chile el seno de Ultima Esperanza, golfo marítimo del Pacífico colocado a oriente del encadenamiento de los Andes (y por lo tanto pertenecía por el tratado a la Argentina), y por eso aclara “Si en la parte peninsular del Sur, al acercarse al paralelo 52, apareciere la cordillera internada entre los canales del Pacífico que allí existen, los peritos dispondrán el estudio del terreno para fijar una línea divisoria que deja a Chile las costas de esos canales...”

Llevando esa oceanidad de la Patagonia al canal de Beagle, podría obtenerse, noventa años después, lo que no pidieron los diplomáticos argentinos en 1897: que en retribución del magnífico regalo que hicieron a Chile se les concedieron los islotes del Beagle, que están sobre el Atlántico. En 1894 no lo hicieron y ahora solo podrían obtenerse por negociación, no por arbitraje, puesto que la Argentina no puede invocar derecho válido.

Finalmente como mencionaba la capitulación Argentina de 1902, al establecer “la discreta equivalencia entre las escuadras para la defensa y el destino permanente de la República de Chile en el Pacífico y defensa y destino permanente de la República Argentina en el Atlántico y Río de la Plata”, no faltaron quienes han llevado la obligación de la Argentina de desprenderse de Perú y Bolivia, a una interpretación de la pertenencia de las Islas del Beagle.

Las dos posturas (la pertenencia del canal y de las islas) no podían llevarse seriamente a pleito. El congreso de Chile rechazó en 1915 un proyecto de arbitraje sobre la propiedad del canal según la tesis de Fagalde. En 1928 no aceptó el congreso argentino la posibilidad de llevar a arbitraje las tres islas del Beagle.

Sin embargo algunos diarios argentinos y chilenos agitaron el problema mientras los vendedores de armamentos hacían su agosto. Ya no se hablaba, a los menos en las publicaciones argentinas, que las islas del Beagle habían sido omitidas en la distribución del tratado del 81, sino que las tres islas eran argentinas por el tratado de 1881, y Chile las había arrebatado. En 1958 se produce un incidente con la marina chilena que puso balizas a la isla Snipe (situada dentro del canal y colonizada por la Argentina).

En 1967 el gobierno militar argentino (Onganía) no quiso ir a un arbitraje por las islas, como dice su colaborador el Dr. Roberto Roth, porque haciéndose asesorar convenientemente comprendió que el pleito se perdía. No lo creyeron sus sucesores militares y en 1971 sometieron las dos cuestiones – la pertenencia de todo el canal, y la propiedad de las islas – al fallo de la Corona inglesa.

El gobierno militar de Lanusse denunció el tratado general de arbitraje de 1902, considerándose que el fallo debía darse por la Corona Inglesa, previo estudio y proposición de miembros de la Corte Internacional de La Haya; que sentenciaron en febrero de 1977 que el canal pertenecía a ambos países ribereños, pero las islas a los chilenos.

El gobierno militar consideró nulo el fallo en lo que respecta a las islas, por contrariar “la letra y el espíritu de los tratados de 1881, 1894 y 1902”, e inmediatamente movilizó las fuerzas para una guerra con Chile si resistía la ocupación de Lennox, Picton y Nueva. Pero afortunadamente llegó el cardenal Samoré con un mensaje de paz de Juan Pablo II que consiguió diferir las hostilidades.

Por dos veces, en 1879 y 1901, estuvimos al borde material de la guerra, pero no por intereses materiales, sino por el principio superior del americanismo, pero en 1977, un gobierno militar nos llevaba a la guerra porque sus integrantes no habían leído bien los tratados internacionales, y encontraron en ellos lo que suponían debían decir, y no lo que efectivamente decían. Creyeron sinceramente, como ocurre a personas de apresurado entendimiento, que el tribunal internacional nos había arrebatado territorio indiscutiblemente argentino.

¿Hay derecho a seguir indefinidamente el pleito del Beagle? La proposición del Papa nos da una salida decorosa y conveniente que no debemos vacilar en aceptar. Comprendamos que los enemigos de nuestro país no son tanto los imperios extranjeros, como los argentinos que no quieren, o no pueden comprender que debemos construir la Patria Grande armonizando las pequeñas patrias de Nuestra América.


III – APÉNDICE.

1881

Tratado de límites con la República de Chile.

Firmado en Buenos Aires el 23 de Julio de 1881, por el Ministro de Relaciones Exteriores de la República doctor don Bernardo de Irigoyen y el Cónsul General Plenipotenciario ad hoc de Chile. don Francisco de B. Echeverría.

Protocolo adicional, firmado en Buenos Aires el 15 de Septiembre de 1881 por los mismos Plenipotenciarios.

Aprobados por ley núm. 116 1/2 de 11 de Octubre de 1881.
Canjeado en Santiago el 22 de Octubre de 1881, por el Cónsul General Plenipotenciario ad hoc de la República, don Agustín Arroyo y el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don José Manuel Balmaceda.

En nombre de Dios Todopoderoso.

Animados los Gobiernos de la República Argentina y de la República de Chile del propósito de resolver amistosa y dignamente la controversia de límites que ha existido entre ambos países, y dando cumplimiento al artículo 39 del Tratado de Abril del año 1856, han resuelto celebrar un Tratado de límites y nombrado a este efecto sus Plenipotenciarios, a saber:

Su Excelencia el Presidente de la República Argentina al doctor don Bernardo de Irigoyen, Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores;

Su Excelencia el Presidente de la República de Chile, a don Francisco de B. Echeverría, Cónsul General de aquella República.

Quienes, después de haberse manifestado sus plenos poderes y encontrándolos bastantes para celebrar este acto, han convenido en los artículos siguientes:

Artículo lº El límite entre la República Argentina y Chile es, de Norte a Sur hasta el paralelo 52 latitud, la cordillera de los Andes. La línea fronteriza correrá en esa extensión por las cumbres más elevadas de dichas Cordilleras que dividan las aguas y pasará por entre las vertientes que se desprenden a un lado y otro. Las dificultades que pudieran suscitarse por la existencia de ciertos valles formados por la bifurcación de la Cordillera y en que no sea clara la línea divisoria de las aguas serán resueltas amistosamente por dos peritos nombrados uno de cada parte. En caso de no arribar éstos a un acuerdo, será llamado a decidirlas un tercer perito designado por ambos Gobiernos. De las operaciones que practiquen se levantará un acta en doble ejemplar, firmada por los dos peritos, en los puntos en que hubieren estado de acuerdo, y además por el tercer perito en los puntos resueltos por éste. Esta acta producirá pleno efecto desde que estuviere subscripta por ellos y se considerará firme y valedera sin necesidad de otras formalidades o trámites. Un ejemplar del acta será elevado a cada uno de los dos Gobiernos.

Art. 2º. En la parte Austral del Continente y al Norte del Estrecho de Magallanes el límite entre los dos países será una línea que partiendo de Punta Dungeness, se prolongue por tierra hasta Monte Dinero; de aquí continuará hacia el Oeste siguiendo las mayores elevaciones de la cadena de colinas que allí existen hasta tocar en la altura de Monte Aymond. De este punto se prolongará la línea hasta la intersección del meridiano 70 con el paralelo 52 de latitud y de aquí seguirá hacia el Oeste coincidiendo con este último paralelo hasta el divortia aquarum de los Andes. Los territorios que quedan al Norte de dicha línea pertenecerán a la República Argentina, y a Chile los que se extiendan al Sur sin perjuicio de lo que dispone respecto de la Tierra del Fuego e islas adyacentes el artículo tercero.

Art. 3º. En la Tierra del Fuego se trazará una línea que, partiendo del punto denominado Cabo del Espíritu Santo en la latitud 52 grados 40 minutos, se prolongará hacia el Sur, coincidiendo con el meridiano occidental de Greenwich, 68 grados 34 minutos, hasta tocar en el canal “Beagle”. La Tierra del Fuego, dividida de esta manera, será Chilena en la parte occidental y Argentina en la parte oriental. En cuanto a las islas pertenecerán a la República Argentina la isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta y las demás islas que haya sobre el Atlántico, al oriente de la Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia; y pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del canal “Beagle” hasta el Cabo de Hornos y las que haya al occidente de la Tierra del Fuego.

Art. 4º. Los mismos peritos a que se refiere el artículo primero fijarán en el terreno las líneas indicadas en los dos artículos anteriores y procederán en la misma forma que allí se determina.

Art. 5º. El Estrecho de Magallanes queda neutralizado a perpetuidad y asegurada su libre navegación para las banderas de todas las Naciones. En el interés de asegurar esta libertad y neutralidad no se construirán en las costas fortificaciones ni defensas militares que puedan contrariar ese propósito.

Art. 6º. Los Gobiernos de la República Argentina y de Chile ejercerán pleno dominio y a perpetuidad sobre los territorios que respectivamente les pertenecen según el presente arreglo. Toda cuestión que, por desgracia, surgiere entre ambos países, ya sea con motivo de esta transacción ya sea de cualquiera otra causa, será sometida al fallo de una Potencia amiga quedando en todo caso como límite inconmovible entre las dos Repúblicas el que se expresa en el presente arreglo.

Art. 7º. Las ratificaciones de este Tratado serán canjeadas en el término de sesenta días, o antes si fuese posible, y el canje tendrá lugar en la ciudad de Buenos Aires o en la de Santiago de Chile.

En fe de lo cual los Plenipotenciarios de la República Argentina y de la República de Chile firmaron y sellaron con sus respectivos sellos, y por duplicado, el presente Tratado en la ciudad de Buenos Aires a 23 días del mes de Julio del año de Nuestro Señor 1881.

(L. S.) Bernardo de Irigoyen.
(L.S.) Francisco de B. Echeverría.


1893

Protocolo adicional y aclaratorio al Tratado de Límites con Chile de 23 de Julio de 1881.

Firmado en Santiago el 1º de Mayo de 1893, por el Enviado Extraordinario, y Ministro Plenipotenciario de la República, doctor don Norberto Quirno Costa, y el Ministro de Guerra y Marina de Chile, don Isidoro Errázuriz, Plenipotenciario ad hoc.
Aprobado por ley número 3042, de 14 de Diciembre de 1893.
Canjeado en Santiago el 21 de Diciembre de 1893, por el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República, doctor don Norberto Quirno Costa, y el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Ventura Blanco.

Luis Sáenz Peña, Presidente Constitucional de la República Argentina, a todos los que el presente vieren, ¡salud!

Por cuanto: Entre la República Argentina y la República de Chile, se negoció, concluyó y firmó en la Ciudad de Santiago de Chile, el primero de Mayo de 1893, por los Plenipotenciarios debidamente autorizados al efecto, un Protocolo adicional y aclaratorio del Tratado de Límites de 23 de Julio de 1881, cuyo tenor es el siguiente:

En la Ciudad de Santiago de Chile, a primero de Mayo de mil ochocientos noventa y tres, reunidos en la sala de despacho del Ministerio de Relaciones Exteriores, don Norberto Quirno Costa, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, y el Ministro de Guerra y Marina, don Isidoro Errázuriz, en su carácter de Plenipotenciario ad hoc, después de tomar en consideración el estado actual de los trabajos de los Peritos encargados de efectuar la demarcación del deslinde entre la República Argentina y Chile, en conformidad al Tratado de Límites de 1881, y animados del deseo de hacer desaparecer las dificultades con que aquellos han tropezado ó pudieran tropezar en el desempeño de su cometido, y de establecer entre los dos Estados completo y sincero acuerdo que corresponda á los antecedentes de confraternidad y gloria que le son comunes, y á las vivas aspiraciones de la opinión á uno y otro lado de los Andes, han convenido en lo siguiente:

1º. Estando dispuesto por el articulo 1º del Tratado de 23 de Julio de 1881, que “el límite entre Chile y la República Argentina es, de Norte a Sur hasta el paralelo 52 de latitud, la cordillera de los Andes”, y que “la línea fronteriza correrá por las cumbres más elevadas de dicha Cordillera que dividan las aguas, y que pasará por entre las vertientes que se desprenden a un lado y a otro”, los Peritos y las subcomisiones tendrán este principio por norma invariable de sus procedimientos. Se tendrá, en consecuencia, a perpetuidad, como de propiedad y dominio absoluto de la República Argentina, todas las tierras y todas las aguas, a saber, lagos, lagunas, ríos y partes de ríos, arroyos, vertientes que se hallen al Oriente de la línea de las más elevadas cumbres de la Cordillera de los Andes, que dividan las aguas, y como de propiedad y dominio absoluto de Chile, todas las tierras y todas las aguas, a saber, lagos, lagunas, ríos y partes de ríos, arroyos, vertientes, que se hallen al Occidente de las más elevadas cumbres de la Cordillera de los Andes que dividan las aguas.

2º . Los infrascritos declaran que, a juicio de sus Gobiernos respectivos, y según el espíritu del Tratado de límites, la República Argentina conserva su dominio y soberanía sobre todo el territorio que se extiende al Oriente del encadenamiento principal de los Andes, hasta las costas del Atlántico, como la República de Chile el territorio Occidental hasta las costas del Pacífico; entendiéndose que, por las disposiciones de dicho Tratado, la soberanía de cada Estado sobre el litoral respectivo es absoluta, de tal suerte, que Chile no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico, como la República Argentina no puede pretenderlo hacia el Pacífico. Si en la parte peninsular del Sur al acercarse al paralelo 52, apareciere la Cordillera internada entre los canales del Pacifico que allí existen, los Peritos dispondrán el estudio del terreno para fijar una línea divisoria que deje á Chile las costas de esos canales; en vista de cuyos estudios, ambos Gobiernos la determinarán amigablemente.

3º. En el caso previsto por la segunda parte del artículo primero del Tratado de 1881, en que pudiera suscitarse dificultades, “por la existencia de ciertos valles formados por la bifurcación de la cordillera y en que no sea clara la línea divisoria de las aguas", los Peritos se empeñarán en resolverlas amistosamente, haciendo buscar en el terreno esta condición geográfica de la demarcación. Para ello deberán, de común acuerdo, hacer levantar por los ingenieros ayudantes un plano que les sirva para resolver la dificultad.

4º. La demarcación de la Tierra del Fuego, comenzará simultáneamente con la de la Cordillera, y partirá del punto denominado Cabo Espíritu Santo. Presentándose allí, á la vista, desde el mar, tres alturas ó colinas de mediana elevación, se tomará por punto de partida la del centro ó intermediaria; que es la más elevada, y se colocará en su cumbre el primer hito de la línea demarcadora que debe seguir hacia el Sur, en la dirección del meridiano.

5º Los trabajos de demarcación sobre el terreno se emprenderán en la primavera próxima, simultáneamente en la Cordillera de los Andes y en la Tierra del Fuego, con la dirección convenida anteriormente, por los Peritos, es decir, partiendo de la región del Norte de aquélla y del punto denominado Cabo Espíritu Santo en ésta. Al efecto, las comisiones de ingenieros ayudantes estarán listas para salir al trabajo el quince de Octubre próximo. En esta fecha estarán también arregladas y firmadas por los Peritos las instrucciones que, según el articulo 4º de la Convención de 20 de Agosto de 1888, deben llevar las referidas comisiones. Estas instrucciones serán formuladas en conformidad con los acuerdos consignados en el presente Protocolo.

6º. Para el efecto de la demarcación, los Peritos, ó en su lugar las comisiones de ingenieros ayudantes, que obran con las instrucciones que aquellos les dieren, buscarán en el terreno la línea divisoria y harán la demarcación por medio de hitos de fierro de las condiciones anterior-mente convenidas, colocando uno en cada paso ó punto accesible de la montaña que esté situado en la línea divisoria, y levantando un acta de la operación, en que se señalen los fundamentos de ella y de las indicaciones topográficas para reconocer en todo tiempo el punto fijado, aun cuando el hito hubiese desaparecido por la acción del tiempo ó los accidentes atmosféricos.

7º. Los Peritos ordenarán que las comisiones de ingenieros ayudantes recojan todos los datos necesarios para diseñar en el papel, de común acuerdo, y con la exactitud posible, la línea divisoria que vayan demarcando sobre el terreno. Al efecto, señalarán los cambios de latitud y de azimut que la línea divisoria experimente en su curso; el origen de los arroyos ó quebradas que se desprenden á un lado y otro de ella, anotando, cuando fuere dado conocerlo, el nombre de éstos, y fijarán distintamente los puntos en que se colocarán los hitos de demarcación. Estos planos podrán contener otros accidentes geográficos que, sin ser precisamente necesarios en la demarcación de límites, como el curso visible de los ríos al descender á los valles vecinos y los altos picos que se alzan á uno y otro lado de la línea divisoria, es fácil señalar en los lugares, como indicaciones de ubicación. Los peritos señalarán en las instrucciones que dieren á los ingenieros ayudantes, los hechos de carácter geográfico que sea útil recoger, siempre que ello no interrumpa ni retarde la demarcación de límites, que es objeto principal de la comisión pericial, en cuya pronta y amistosa operación están empeñados los dos Gobiernos.

8º. Habiendo hecho presente el Perito argentino que, para firmar con pleno conocimiento de causa el acta de 15 de Abril de 1892, por la cual una subcomisión mixta chileno-argentina, señaló en el terreno el punto de partida de la demarcación de límites en la Cordillera de los Andes, creía indispensable hacer un nuevo reconocimiento de la localidad para comprobar ó rectificar aquella operación, agregando que este reconocimiento no retardaría la continuación del trabajo, que podría seguirse simultáneamente por otra subcomisión; y, habiendo expresado, por su parte, el Perito chileno, que aunque creía que esa era una operación ejecutada con estricto arreglo al Tratado, no tenía inconveniente en acceder a los deseos de su colega, como una prueba de la cordialidad con que se desempeñaban estos trabajos, han convenido los infrascritos en que se practique la revisión de lo ejecutado, y en que, caso de encontrarse error, se trasladará el hito al punto donde debió ser colocado, según los términos del Tratado de Límites.

9º. Deseando acelerar los trabajos de demarcación, y creyendo que esto podrá conseguirse con el empleo de tres subcomisiones en vez de las dos que han funcionado hasta ahora, sin que haya necesidad de aumentar el número de los ingenieros ayudantes, los infrascritos acuerdan que, en adelante, y mientras no se resuelva crear otras, habrá tres subcomisiones, compuesta cada una de cuatro individuos, dos por parte de la República Argentina y dos por parte de la de Chile, y de los auxiliares que, de común acuerdo, se considerare necesarios.

10º. El contenido de las estipulaciones anteriores no menoscaba en lo más mínimo el espíritu del Tratado de Limites de 1881, y se declara, por consiguiente, que subsisten en todo su vigor los recursos conciliatorios para salvar cualquiera dificultad, prescriptos por los artículos primero y sexto del mismo.

11º. Entienden y declaran los Ministros infrascritos que, tanto por la naturaleza de alguna de las precedentes estipulaciones, como para revestir las soluciones alcanzadas de un carácter permanente, el presente Protocolo debe someterse previamente ala consideración de los Congresos de uno y otro país, lo cual se hará en las próximas sesiones ordinarias, manteniéndosele, entretanto, en reserva.

Los Ministros infrascritos, en nombre de sus respectivos Gobiernos, y debidamente autorizados, firman el presente protocolo en dos ejemplares, uno para cada parte, y les ponen sus sellos.

(L.S.) N. Quirno Costa.
(L.S.) Isidoro Errázuriz.

Por tanto: Visto y examinado el Protocolo preinserto y después de haber sido aprobado por el Honorable Congreso, con fecha 2 del corriente, lo acepto, confirmo y ratifico, comprometiendo y obligándome á nombre de la Nación, á cumplirlo y hacerlo cumplir fielmente.

En fe de lo cual firmo con mi mano el presente Instrumento de Ratificación, sellado con el Gran Sello de las Armas de la República, y refrendado por el Ministro Secretario, en el Departamento de Relaciones Exteriores.

Dado en Buenos Aires, Capital de la República Argentina, á los catorce días del mes de Diciembre de 1893.

Luis Sáenz Peña.
Valentín Virasoro.


Ley número 3042 aprobando el Protocolo precedente.

Departamento de Relaciones Exteriores.

Buenos Aires, Diciembre 11 de 1893.

Por cuanto: El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, etc., sancionan con fuerza de ley:

Artículo 1º. Apruébase el Protocolo de 1º de Mayo de 1893, firmado en la ciudad de Santiago, por los Plenipotenciarios de la República Argentina y de Chile, adicional y aclaratorio del Tratado de Límites de 23 de julio de 1881.

Art. 2º. Comuníquese al Poder Ejecutivo.

Dada en la Sala de Sesiones del Congreso Argentino, á dos de Diciembre del año de mil ochocientos noventa y tres. José E. Uriburu. Adolfo J. Labougle, Secretario del Senado. Francisco Alcobendas. Alejandro Sorondo, Secretario de la Cámara de Diputados.

Por tanto: Téngase por Ley de la Nación, comuníquese, publíquese e insértese en el Registro Nacional. Sáenz Peña. Valentín Virasoro.


Pactos de mayo de 1902.

Pacto 1º La Argentina abandona Perú y Bolivia a Chile.


1902

Tratado General de Arbitraje y Acta adicional entre la República Argentina y Chile.

Firmado en Santiago de Chile, el 28 de Mayo de 1902, por el señor Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, doctor don José A. Terry y el señor Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don José Francisco Vergara Donoso. Protocolizado el 28 de Mayo de 1902.

Acta adicional firmada en Santiago de Chile el l0 de Julio de 1902, por el señor Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, doctor don José Antonio Terry y el señor Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don José Francisco Vergara Donoso.


Aprobado por Ley Nº 4092 de 30 de Julio de 1902.

Julio A. Roca, Presidente Constitucional de la República Argentina, á todos los que el presente vieren. ¡Salud!

Por cuanto: Entre la República Argentina y la República de Chile se negoció y firmó en la ciudad de Santiago el 28 de Mayo de 1902 un Tratado General de Arbitraje, un Acta preliminar, y otra aclaratoria del expresado Tratado de fecha 10 de Julio del mismo año ; cuyos textos son los siguientes:


ACTA

Reunidos en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, señor José don Antonio Terry y el Ministro del ramo, señor José don Francisco Vergara Donoso, con el objeto de acordar las reglas á que deberán someterse las divergencias de cualquiera naturaleza que pudieran perturbar las buenas relaciones existentes entre uno y otro país, y de consolidar así la paz, conservada hasta ahora no obstante las alarmas periódicas nacidas del largo litigio de límites: el señor Ministro Plenipotenciario de la República Argentina manifestó: que los propósitos de su Gobierno, conformes con la política internacional que constantemente había observado, eran procurar en todo caso resolver las cuestiones con los demás Estados de un modo amistoso: que el Gobierno de la República Argentina había obtenido ese resultado manteniéndose en su derecho y respetando en su latitud la soberanía de las demás naciones, sin inmiscuirse en sus asuntos internos ni en sus cuestiones externas; que, de consiguiente, no podían tener cabida en su ánimo propósito de expansiones territoriales; que perseveraría en esa política y que, creyendo interpretar el sentimiento público de su país, hacía estas declaraciones ahora que había llegado el momento de que Chile y la República Argentina removieran toda causa de perturbación en sus relaciones internacionales.

El señor Ministro de Relaciones Exteriores expuso por su parte: que su Gobierno ha tenido y tiene los mismos elevados propósitos que el señor Ministro de la República Argentina acababa de expresar en nombre del suyo ; que Chile había dado numerosas pruebas de la sinceridad de sus aspiraciones, incorporando en sus pactos internacionales el principio del arbitraje para solucionar las dificultades con las naciones amigas: que, respetando la independencia é integridad de los demás Estados, no abriga tampoco propósito de expansiones territoriales, salvas las que resultaren del cumplimiento de los Tratados vigentes ó que más tarde se celebraren; que perseveraría en esa política; que felizmente la cuestión de límites entre Chile y la República Argentina había dejado de ser un peligro para la paz, desde que ambos aguardan el próximo fallo arbitral de Su Majestad Británica; que, por consiguiente, creyendo interpretar el sentimiento público de Chile, hacía estas declaraciones, pensando, como el señor Ministro Argentino, que había llegado el momento de remover toda causa de perturbación en las relaciones entre uno y otro país.

En vista de ésta uniformidad de aspiraciones quedó acordado:

1º Celebrar un Tratado General de Arbitraje que garantiera la realización de los propósitos referidos;

2º Protocolizar la presente Conferencia, cuya acta se consideraría parte integrante del mismo Tratado de Arbitraje.

Para constancia firmaron dos ejemplares de la presente acta á los 28 días del mes de Mayo de 1902.

J. A. Terry.
J. F. Vergara Donoso.

Los Gobiernos de la República Argentina y de la República de Chile, animados del común deseo de solucionar por medios amistosos cualquier cuestión que pudiere suscitarse entre ambos países, han resuelto celebrar un Tratado General de Arbitraje, para lo cual han constituido Ministros Plenipotenciarios, á saber:

Su Excelencia el Presidente de la República Argentina al señor don José Antonio Terry, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de este país; y

Su Excelencia el Presidente de la República de Chile al señor don José Francisco Vergara Donoso, Ministro de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores.

Los cuales, después de haberse comunicado sus respectivos Plenos Poderes, que encontraron bastantes y en debida forma, han convenido en las estipulaciones contenidas en los artículos siguientes:

Artículo 1º. Las Altas Partes Contratantes se obligan á someter á juicio arbitral, todas las controversias de cualquier naturaleza que por cualquier causa surgieren entre ellas, en cuanto no afecten á los preceptos de la Constitución de uno ú otro país y siempre que no puedan ser solucionadas mediante negociaciones directas.

Art. 2º No pueden renovarse en virtud de este Tratado, las cuestiones que hayan sido objeto de arreglos definitivos entre las Partes. En tales casos, el arbitraje se limitará exclusivamente á las cuestiones que se susciten sobre validez, interpretación y cumplimiento de dichos arreglos.

Art. 3º. Las Altas Partes Contratantes designan como Arbitro al Gobierno de Su Majestad Británica. Si alguna de las Partes llegara á cortar sus relaciones amistosas con el Gobierno de Su Majestad Británica, ambas Partes designan como Arbitro para tal evento al Gobierno de la Confederación Suiza.

Dentro del término de sesenta días contados desde el canje de ratificaciones, ambas partes solicitarán, conjunta ó separadamente, del Gobierno de Su Majestad Británica, Arbitro en primer término y del Gobierno de la Confederación Suiza, Arbitro en segundo término, que se dignen aceptar el cargo de Árbitros que les confiere este Tratado.

Art. 4º Los puntos, cuestiones ó divergencias comprometidos se fijarán por los Gobiernos Contratantes, quienes podrán determinar la amplitud de los poderes del Arbitro y cualquiera otra circunstancia relativa al procedimiento.

Art. 5º En defecto de acuerdo, cualquiera de las Partes podrá solicitar la intervención del Arbitro á quien corresponderá fijar el compromiso, la época, lugar y formalidades del procedimiento, así como resolver todas las dificultades procésales que pudieren surgir en el curso del debate. Los compromitentes se obligan á poner á disposición del Arbitro todos los medios de información que de ellos dependan.

Art. 6º. Cada una de las partes podrá constituir uno á más mandatarios que la representen ante el Arbitro.

Art. 7º. El Arbitro es competente para decidir sobre la validez del compromiso y su interpretación; lo es igualmente para resolver las controversias que surjan entre los compromitentes, sobre si determinadas cuestiones han sido ó no sometidas á la jurisdicción arbitral, en la escritura de compromiso.

Art. 8º. El Arbitro deberá decidir de acuerdo con los principios de Derecho internacional. á menos que el compromiso imponga la aplicación de reglas especiales ó le autorice á decidir como amigable componedor.

Art. 9º. La sentencia deberá decidir definitivamente cada punto en litigio, con expresión de sus fundamentos.

Art. 10. La sentencia será redactada en doble original y deberá ser notificada á cada una de las Partes, por medio de su representante.

Art. 11. La sentencia legalmente pronunciada decide, dentro de los límites de su alcance, la contienda entre las Partes.

Art. 12. El Arbitro establecerá en la sentencia el plazo dentro del cual debe ser ejecutada, siendo competente para decidir las cuestiones que pueden surgir con motivo de la ejecución de la misma.

Art. 13. La sentencia es inapelable y su cumplimiento está confiado al honor de las Naciones signatarias de este Pacto.

Sin embargo, se admitirá el recurso de revisión ante el mismo Arbitro que la pronunció, siempre que se deduzca antes de vencido el plazo señalado para su ejecución, y en los siguientes casos:

1º. Si se ha dictado sentencia en virtud de un documento falso ó adulterado.

2º. Si la sentencia ha sido en todo ó en parte la consecuencia de un error de hecho, que resulte de las actuaciones ó documentos de la causa.

Art. 14. Cada una de las partes pagará los gastos propios y la mitad de los gastos generales del Arbitro.

Art. 15. El presente Tratado estará en vigor durante diez años á contar desde el canje de las ratificaciones. Si no fuere denunciado seis meses antes de su vencimiento, se tendrá por renovado por otro período de diez años, y así sucesivamente.

El presente Tratado será ratificado y canjeadas sus ratificaciones en Santiago de Chile, dentro de seis meses de su fecha.

En fe de lo cual, los Plenipotenciarios de la República Argentina y de la República de Chile firmaron y sellaron con sus respectivos sellos y por duplicado el presente Tratado en la ciudad de Santiago, á veintiocho días del mes de Mayo de mil novecientos dos.

(L.S.) J. A. Terry.
(L.S.) J. F. Vergara Donoso.

ACTA

Reunidos en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, señor don José Antonio Terry, y el Ministro del ramo, don José Francisco Vergara Donoso. á fin de desvanecer las ligeras dudas suscitadas en ambos países y dar á los Pactos firmados el 28 de Mayo último todo el prestigio que les corresponde por los elevados propósitos con que han sido celebrados, los señores Ministros debidamente autorizados, dijeron que sus respectivos Gobiernos estaban de acuerdo:

1º. En que no puede ser materia de arbitraje entre las partes la ejecución de los trabajos vigentes ó de los que fueren consecuencia de los mismos, á que se refiere el Acta preliminar del Pacto de Arbitraje, y de consiguiente, en que no hay derecho por parte de uno de los Gobiernos Contratantes á inmiscuirse en la forma que el otro adopte para dar cumplimiento á aquellos Tratados.

2º. En que la ejecución del Artículo 1º, parte 2º de la Convención sobre Armamentos Navales, en virtud de la cual debe establecerse una discreta equivalencia entre las dos Escuadras, no hace necesaria la enajenación de buques, pues puede buscarse dicha discreta equivalencia en el desarme ú otros medios en la extensión conveniente, á fin de que ambos Gobiernos conserven las Escuadras necesarias, el uno para la defensa natural y el destino permanente de la República de Chile en el Pacífico, y el otro para la defensa natural y destino permanente de la República Argentina en el Atlántico y Río de la Plata.

3º. En que hallándose los referidos Pactos sometidos á la deliberación de los Congresos, de uno y otro país, debe darse á estos Congresos conocimiento de la presente Acta.

En fe de lo cual firman esta Acta en doble ejemplar, en Santiago á 10 de Julio de 1902.

J. A.Terry.
J. F. Vergara Donoso.

Ley Nº 4092

Por cuanto: El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina, reunidos en Congreso, etc., sancionan con fuerza de ley :

Artículo 1º, Apruébase el tratado de Arbitraje general firmado en la ciudad de Santiago el 28 de Mayo último, por los Plenipotenciarios de la República Argentina y Chile.

Art. 2º. Comuníquese al P. E.

Dada en la sala de Sesiones del Congreso Argentino, en Buenos Aires, á 30 de Julio de 1902. N. Quirno Costa. B. Ocampo, Secretario del Senado. Benito Villanueva. A.M. Tallaferro, Prosecretario de la Cámara de Diputados.

Tratado firmado el 21-02-1953 en el Palacio de la Moneda en Santiago de Chile entre los Presidentes Ibáñez y Perón.

Dispuestos a sumar sus esfuerzos para la defensa de sus intereses comunes, resuelven :

1º – Ambos gobiernos concertarán planes económicos orientados al logro de los objetivos contenidos en la presente declaración, que permitan llevar a su mayor amplitud el intercambio comercial; coordinar las respectivas producciones y el comercio de sus artículos, aumentando los saldos exportables, e impulsar el proceso de industrialización mediante el aporte de capitales y de todo otro recurso al alcance de sus respectivos gobiernos y complementarios, en la suma económica de Chile y Argentina.

2º – Como parte fundamental de estos planes económicos, los gobiernos de Chile y Argentina negociarán en un plazo de 120 días de esta fecha, un tratado que conduzca a la eliminación gradual de los derechos de aduana, impuestos, márgenes de cambio, tasas excesivas y toda otra medida que limite o restrinja la importación o exportación entre los dos países.

3º – Además, dentro del mismo plazo, los gobiernos de Chile y Argentina se pondrán de acuerdo para facilitar en todo lo posible los pagos entre ambos países, particularmente para derogar o modificar las imposiciones vigentes sobre tipos de cambio, movimiento de fondos, distribución de divisas y trámites administrativos y bancarios que dificulten dichos pagos.

4º – Si al sistema precedente, que es anhelo de Chile y Argentina, adhieren otros países limítrofes, será susceptible de integrarse con los demás Estados del continente.

En fe de lo cual firman la presente acta en doble ejemplar, siendo ambos textos igualmente auténticos.

Perón
Ibañez


LA PALABRA RECTORA DEL Tte. Gral. PERÓN

A su regreso de Santiago de Chile

Excmo. señor presidente en ejercicio; Excmo. señor embajador de Chile, don Conrado Ríos Gallardo; excelentísimos señores embajadores representantes de los países de América presentes; señores ministros, señores generales, jefes y oficiales de las fuerzas armadas; señores funcionarios ; compañeros:

El gobierno hace lo que su pueblo quiere.

La primera de nuestras sentencias peronistas dice que los gobiernos de nuestra patria y de nuestra tendencia hacen sólo lo que el pueblo quiere y no defienden otro interés que el del pueblo mismo. Por esa razón quiero que el primer acto que cumpla al retornar de mi viaje a Chile sea dar cuenta en forma directa al pueblo mismo de cuáles han sido nuestras gestiones.

La idea de unidad de asociación o federación americana es tan vieja como nuestra Independencia. Ya en 1810 el fiscal de Lima, Pedro Vicente Cañete, lanza por primera vez la idea de una asociación de naciones americanas. Casi simultáneamente en Chile, Juan Egaña enuncia lo mismo y ya en 1810 el pueblo chileno fija las bases para una unión continental. Esas tres afirmaciones de unidad de nuestra América tienen su origen en estas benditas tierras australes.

En 1810 – en el mismo año – Juan Martínez de Rozas, un argentino que también fue chileno, presenta a nuestra Junta de Gobierno la idea de formar una federación de pueblos en la América meridional. La oposición de Mariano Moreno, quien instó a Chile a formar gobierno propio, hizo fracasar esa iniciativa.

El 19 de septiembre de 1810, Álvarez Jonte lleva instrucciones, en su misión a Chile, de formar la Federación Argentino-chilena, y el 21 de marzo de 1811 se realiza la primera Unión del Sur, tratado firmado por Álvarez Jonte en forma amplia y extensiva.

En 1816 San Martín recibe instrucciones en el mismo sentido del gobierno de Pueyrredón. En 1818 las proclamas de San Martín en Chile, en Perú y en Argentina afirman el mismo sentimiento americano meridional.

En 1817 Bolívar insinúa a Pueyrredón formar una sola nación de todo el nuevo mundo o bien una sociedad de naciones en América meridional.

En 1822 Bolívar trata de hacer efectiva la idea anterior, y en 1826 se reúne el primer Congreso de Panamá, que el 22 de junio del mismo año realiza los primeros tratados en el sentido de nuestra unidad.

Luego en 1831, en 1838, en 1840, no se logra reunir el Congreso para llevar a cabo esto, a pesar del empeño de Méjico, que ya interviene en esta idea.

En 1847 y 1848 se reúne el primer Congreso de Lima, donde se establece la primera Confederación. El segundo tratado de Lima realiza la unión y la alianza.

Luego, en toda nuestra América, sea en el centro o sea en las formas de la Gran Colombia, se han venido gestando y propugnando todas estas clases de unión bien recibidas por los verdaderos americanos, los que no sirven intereses bastardos sino los intereses de los pueblos de América.


Malos americanos se oponen a toda unión.

No se nos escapa que hoy como siempre hay intereses que se oponen a que nos unamos; más que intereses son suspicacias y cabildeos, pero de malos americanos.

Seria largo de explicar todos los antecedentes y juegos de cancillerías y de gobiernos que han intervenido en pro o en contra de la unión de nuestros países americanos.

El viaje realizado por mí a Chile ha sido a iniciativa de mi viejo y querido amigo. el general Ibáñez. Si no lo hubiera conocido como lo conozco a este extraordinario soldado de una sola palabra, sin doblez, con dignidad y honor de hombre responsable de una nación como Chile, no hubiera concurrido a Chile.

Como lo esperaba, encontré un alma noble y un corazón sincero. Hablamos el mismo idioma, el idioma de los hombres honrados que sirven con honradez a su pueblo.

Encontré un gobierno que cree que la dignidad de su país es su más grande tesoro, y está decidido a defenderla; y un pueblo que, como el nuestro, podemos decir que es lo mejor que tiene Chile.


Firmamos en Chile un compromiso fraterno.

Así hemos firmado, en nombre de nuestros pueblos, un compromiso leal y sincero, de amigos, de hermanos, para servirnos en la buena o en la mala. Ahora nos queda a nosotros, gobierno, Estado y pueblo, ver cómo vamos a efectivizarlo de buena fe.

Los gobiernos y sus cancillerías, que muchas veces no marchan de acuerdo, deben esforzarse por establecer objetivos limpios y definidos. Esto es más difícil de lo que parece. Sin embargo, es menester que el pueblo tenga la conciencia real de que debe cumplir ese compromiso, como lo cumplirá el gobierno y como lo cumplirán las cancillerías.

Digo esto, porque si uno observa la política internacional de los países, suelen encontrarse anacronismos extraordinarios. Uno de los países que quizá cuenta con mayor cantidad de hombres desafectos a su Nación, tal vez no sea culpable. En esto, yo creo que esa nación de buena fe quiere ser amiga de todos los demás países, pero las formas de ejecución de su política, la forma en que se realiza capciosa o insidiosamente por los funcionarios e intermediarios encargados de llevar a término la buena política, hace que en vez de cosechar amigos, coseche enemigos.

Yo deseo decir a todo el gobierno, a todo el Estado y a todo el pueblo argentino, que sería el más desdichado de los hombres si esta idea de unión, nacida en la sinceridad y la lealtad más absoluta, fuese mal ejecutada por los hombres encargados de hacerlo, y en vez de unir nuestros corazones, día a día, por esos malos funcionarios, por esos malos argentinos, en vez de conquistar un hermano, mañana conquistáramos un enemigo.


Puntos fundamentales que deben recordarse.

Por eso, en este mismo acto, el primero que cumplo después de mi regreso de Chile, quiero pedir al gobierno, al Estado y al pueblo argentino, que cumplan el objetivo internacional trazado por nosotros en este momento. Y se lo pido al pueblo porque los gobiernos pasan pero el pueblo queda. Y el pueblo debe saber proceder y debe saber cumplir ese objetivo. Por eso, desde ya pido a todos los argentinos que tengan siempre presente lo que les voy a recomendar: que cumplamos todos con el noble pueblo y gobierno de Chile.

1º Cada argentino debe saber que los pueblos de Chile y de Argentina, conservando la plenitud de sus soberanías nacionales, son real y efectivamente pueblos hermanos y, en consecuencia, debemos trabajar por la grandeza de Chile y por la felicidad de su pueblo, con la misma fe y con el mismo amor con que trabajamos por nuestra propia felicidad.

2º Desde hoy los chilenos serán considerados compatriotas por todos los argentinos y ésta debe ser una consigna de honor nacional.

3º Cada argentino debe comprometerse a trabajar en su puesto por el acercamiento material y espiritual de los pueblos de Argentina y de Chile.

4º El gobierno, el Estado y el pueblo argentino arbitrarán todos los recursos y medios que contribuyan a consolidar en Chile la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, del mismo modo que luchamos por las nuestras, porque ellas son las únicas bases de la unión comprometida.

5º La unión argentino-chilena no ha excluido ni excluye la futura adhesión de los pueblos hermanos de América sobre las mismas bases de justicia social, independencia económica y de soberanía política.

Cada argentino debe saber que ésta es una acción constructiva que no tiene finalidades ofensivas, que no está dirigida contra nadie y que tiene como único objetivo la felicidad y la grandeza de los pueblos que la componen o compongan en el futuro.

6º Las organizaciones sociales, económicas y políticas del pueblo argentino habrán de promover la máxima vinculación posible con sus similares chilenas, a fin de realizar una acción armónica y solidaria en defensa de ]os intereses comunes. El gobierno prestará su más amplio apoyo a estas vinculaciones entre los pueblos hermanos.

7º La legislación general argentina deberá corresponder en el futuro a la unión de los pueblos de Chile y de Argentina.

8º Los organismos del gobierno y del Estado, en la Nación y en las provincias, particularmente en las provincias y territorios limítrofes con la hermana República de Chile, coordinarán su acción con sus similares chilenas sobre bases de real y leal sinceridad.

9º Todo acto contrario a los intereses comunes de la unión de los pueblos argentino y chileno será considerada por los argentinos como una falta de honor en relación con el compromiso contraído.

10º Los pueblos de Argentina y de Chile son depositarios absolutos de esta alianza puesta bajo la protección de Dios, fuente de todo amor, de toda justicia y de toda libertad.


Cada argentino será un vigía permanente.

Cada argentino debe estar persuadido de que la vigencia y el desarrollo de esta unión asegurará la grandeza de América y la felicidad de nuestros pueblos.

Y ahora, compañeros, que la conciencia de cada uno de nosotros sea el vigía permanente de nuestros actos y que cada argentino sepa cumplir bien el deber de esta hora esplendorosa de la patria. Dios ha querido poner en nuestras dos patrias pueblos de hombres de buena voluntad. Hagamos así el destino en lo que podamos para ser dignos de Dios y de nuestra patria.

Fuente: www.lagazeta.com.ar

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