La noticia del desastre del 22 de setiembre de 1866 en Curupayty, corrió con velocidad por la Argentina. Pese a la tergiversación del parte oficial y ocultamiento del número de bajas aliadas, todos leyeron entre líneas la magnitud del desastre.
Pasó entonces algo que puede parecer asombroso a algunos, porque Curupayty fue una derrota argentina y la sangre derramada era de hermanos y aliados. Sólo La Nación Argentina (el diario de Mitre) y algún otro de su tendencia, sintieron Curupayty como una derrota. Casi todos se alegraron de la derrota mitrista, y algunos aplaudieron francamente el triunfo del Paraguay.
A la expresión "traidores" que les arrojó el gobierno (clausurando esa prensa y encarcelando a sus redactores) contestaron que la traición "a América" estaba, ante todo, en quienes combatían al Paraguay. Navarro Viola edita "Atrás el Imperio", Guido y Spano juzga en El Gobierno y la Alianza que "la alianza es de los gobiernos y no de los pueblos". Olegario V. Andrade escribe "Las dos políticas" y en un folleto anónimo (tal vez de Juan José Soto) se ponen los Ministerios de la Alianza al alcance de los Pueblos. Todo eso pese al estado policial impuesto por el gobierno. En enero de 1867, el reaparecido "Eco de Entre Ríos" – periódico de Paraná – elogia la promoción a general paraguayo del joven santafesino Telmo López, que desde la invasión de Flores al Uruguay combatía en "las filas americanistas". "Estamos seguros<7i> - transcribo el Eco – que Telmo López, ese hermano en Dios y en la democracia, en el elevado puesto que hoy ocupa sabe colocarse a la altura de sus antecedentes y corresponder con brillo a la confianza del pueblo paraguayo y a las legítimas esperanzas que los amigos tenemos en él. ¡Fe y adelante, joven guerrero!. Que el día del triunfo del Paraguay no está lejano, y la hora de la redención de nuestra patria argentina se acerca".
Día del triunfo, hora de la redención, hermano en Dios y en la democracia... ¿Éramos aliados o enemigos del Paraguay?. Rawson, ministro del Interior de Mitre, ordena nuevamente el cierre del Eco y también de otros cuatro periódicos por "tomar una dirección incompatible con el orden nacional, y con los deberes que al gobierno nacional incumben en épocas como la presente".
Pero la Argentina parece desbordarse. El 9 de noviembre el contingente (“voluntarios“ llevados con maneas al frente de guerra) reclutado para cubrir las bajas de Curupayty, se subleva en Mendoza con el grito ¡Viva la patria!, ¡Vivan nuestros hermanos paraguayos!. Los gendarmes que el gobernador Videla manda a contenerlos se unen a los sublevados, abren las puertas de la cárcel a algunos periodistas presos por “paraguayistas“ y se hacen dueños de la ciudad. El gobernador escapa con premura. Será la revolución de los colorados, la primera de una serie que agitará el noroeste. A poco, el sanjuanino Juan de Dios Videla se lanza sobre su provincia; en enero de 1867 el puntano Juan Sáa (el valeroso Lanza Seca) levanta San Luis y se impone a la caballería de línea con la que el general Paunero trata inutilmente de contenerlo. El famoso guerrillero se Chilecito, Aurelio Salazar escapa de la cárcel de Córdoba y levanta los gauchos de los llanos (La Rioja), la tierra de Facundo Quiroga y el chacho Peñaloza, para entrar en triunfo en la capital de su provincia.
La reacción por Curupayty se deja sentir en todas partes en ese verano de 1867. Alarmado, el vicepresidente Marcos Paz al frente de la administración por ausencia de Mitre, escribe a este que “el incendio parece contagiarse a la República integra”. Mitre desprende lo mejor de sus tropas. Pero no bastan, y el 9 de febrero – en parte, justicia es decirlo, incitado por sus aliados brasileños que desean alejarlo del frente paraguayo – deja el campamento de Tuyuti y regresa a la Argentina.
Varela, "El quijote de los Andes"
Es ahora que hace su aparición en la historia Argentina el coronel Felipe Varela. Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, como es común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. Aunque fuera una locura.
Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de abatir endriagos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría.
Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la Nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la Nación) se lo había borrado del cuadro de jefes. No se le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran "bandolero" como a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio, en Chile. Allí asistió dolido a la iniciación de la guerra de la Triple Alianza y palpó en las cartas recibidas de su tierra su impopularidad.
Le ocurrió algo más: presenció el bombardeo de Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, enterándose con indignación que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del antiamericanismo del gobierno de su país.
Cuando llegó a saber en 1866 el texto del Tratado de Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y dos cañoncitos (los bocones los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó con ellos unos cuantos exiliados argentinos, federales como él, esperando el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando esta se hizo practicable, al principio del verano, la noticia de Curupayty sacudía a todo el país. ¡Ah! Olvidaba: también gastó su dinero en una banda de musicantes para amenizar el cruce de la cordillera y las cargas futuras de su “ejercito". Esa banda crearía la zamba, canción de la "Unión Americana" en sus entreveros, y la más popular de las músicas del Noroeste argentino.
A mediados, de enero está en Jáchal, provincia de San Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien plazas, sus bocones y su banda de música corrió con el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos y cientos de gauchos de San Juan, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba, sacaron de su escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia ensillaron el mejor caballo y con otro de la brida fueron hacia Jáchal. A los quince días de llegado, el “ejército" del Coronel tenía más de 4.000 plazas. Por las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la Republica:
.."¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupayty. Nuestra Nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
¡Basta de victimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin conciencia!. ¡Cincuenta mil victimas inmoladas sin causa justificada dan testimonio flagrante de la triste situación que atravesamos!
¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lagrimas y la sangre paraguaya, argentina y oriental!.
Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión con las demás repúblicas americanas.
¡Compatriotas! Al campo de la lid os invita a recoger los laureles del triunfo o de la muerte, vuestro jefe y amigo."
Coronel Felipe Varela".
Por todos los pueblos del oeste debió correr la cuarteta recogida por Antonio Carrizo en su Cancionero de La Rioja:
De Chile llegó Varela,
Y vino a su Patria hermosa.
Aquí ha de morir peleando
por el Chacho Peñaloza.
O aquella otra :
Viva el Coronel Varela
por ser un Jefe de honor!
Que vivan sus oficiales!
Viva la Federación!
Y esta:
La República Argentina
siempre ha sido hostilizada,
porque quienes gobernaban
con mala fe caminaban.
Ahora que viene encima
levantada su bandera,
la gloria y la primavera
florecen por sus caminos,
gritemos los argentinos:
¡Viva el Coronel Varela!.
No hay uniformes, ni falta que hacen. La camiseta de friza colorada, el color de la Federación es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado con ancha divisa roja : "Federación o Muerte". ¡Viva la Unión Americana! ¡Mueran los negreros traidores a la patria!" protege del sol de la precordillera. A veces le divisa se ciñe como una vincha sobre la frente, no dejando que la tupida melena caiga sobre los ojos.
No habrá armas, ni uniformes, pero no faltan los servicios esenciales. Al rancho lo preparan mujeres que llegan de todo el Noroeste al llamado del caudillo: acompañarían al ”ejército" en toda la patriada; harán de enfermeras, amantes y si las cosas aprietan, cargaran las lanzas porque tienen fuertes los brazos y templado el ánimo.
Y, ¡cosa notable!, hay disciplina. ¡El coronel Varela es inflexible con eso! Un soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia. Pasada la guerra, los “nacionales” (el ejército mitrista) buscarían pruebas de atropellos de "esos bandidos". No pudieron encontrarlas, ni siquiera inventarlas con medianos visos de verosimilitud: el "sumario" por la toma de Salta el 10 de octubre de 1867, analizado por los historiadores serios, solo mostró un tejido de fábulas.
La resurrección de Francisco Clavero
En Jáchal se adiestra el “ejército" y preparan sus oficiales, cuyos nombres persisten como leyendas en el Noroeste: Guayama, Elizondo, Chumbita, Videla, Medina, Angel, Salazar; mineros de las faldas de Famatima o estancieros de Los Llanos los más de ellos.
Un día llega a los fogones de Jáchal nada menos que Francisco Clavero, a quien se tenía por muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo granadero de San Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra de la Independencia.
Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su coraje y comportamiento lo hacen Mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al Regimiento Escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de Caseros – del lado argentino – y será con el coronel Chilavert el último en batirse contra la división brasileña del Marqués de Souza.
Urquiza, que prefería rodearse de federales que de unitarios, no admite su solicitud de baja y en 1853 estará a su lado en el sitio de Buenos Aires. Con las charreteras de coronel, dadas por Urquiza, combate en el Pocito contra los "salvajes unitarios" y fusilará al gobernador Aberastain después de la batalla.
Cuando llegan las horas tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la ira de Sarmiento, pero vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido gravemente en Caucete, cae en poder de los "nacionales“ que lo han condenado a muerte y tienen pregonada su cabeza. Sarmiento, Director de la Guerra, ordena su fusilamiento, que no llega a cumplirse por uno de esos imponderables que tiene la guerra: un jefe "nacional" cuyo nombre no se ha conservado, compadecido de Clavero, lo remite con nombre supuesto, entre los heridos nacionales al Hospital de Hombres de Buenos Aires e informa al implacable Director de la Guerra que la sentencia "debe haberse ejecutado" porque el coronel ”no se encuentra entre los prisioneros".
Un milagro de su físico y de la incipiente cirugía, le salva la vida en el hospital. No obstante faltarle un brazo y tener un parche de gutapercha en la bóveda craneana, abandona el Hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias del levantamiento del Noroeste. El viejo sargento de San Martín consigue llegar al campamento de Varela, donde todos lo tenían por muerto; se dice que, sin darse a conocer de la tropa – donde su nombre tenía repercusión de leyenda – se acercó a un fogón, tomó una guitarra y punteando con su única mano cantó:
"Dicen que Clavero ha muerto,
Y en San Juan es sepultado.
No lo lloren a Clavero,
Clavero ha resucitado”.
El entusiasmo de los montoneros fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron en Buenos Aires donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo hecho.
La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra donde Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su patria, seguía con atención la "guerra de los salvajes unitarios contra el Paraguay” y llegó a esperar que a los compases de la zamba de Varela fuera realidad la unión de los pueblos hispánicos “contra los enemigos de la Causa Americana". El 7 de marzo de 1867 escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez (otra ferviente paraguayista) cuya carta está en el archivo General de la Nación de Buenos Aires:
”Al coronel Clavero si lo ve V. dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás. Que Dios ha de premiar la virtud de su fidelidad”.
El silencio de Urquiza
Puede conjeturarse el plan de la guerra de montoneras: Varela debe apoderarse de las provincias del oeste; Sáa y Videla correrse por San Luis y Córdoba hasta el litoral, López Jordán levantar Entre Ríos y apoyarse en los federales de Santa Fe y Corrientes, Timoteo Aparicio invadir el Uruguay con los blancos orientales, Urquiza sería el jefe si aceptaba serlo; de cualquier manera la guerra se haría con Urquiza, sin Urquiza o contra Urquiza.
Sáa escribe a Urquiza: "... encargado de trasmitir a V.E. la voluntad de las masas, solo esperamos que V.E. se digne a impartirnos sus órdenes"....pero Urquiza calla. Sus intereses comerciales se ligan a la continuación de la guerra con Paraguay de la que saca buen provecho como proveedor del ejército, y a la paz interna por sus cuantiosos intereses de estanciero y comerciante y su paquete de acciones en el ferrocarril Central Argentino. Políticamente solo le interesa controlar Entre Ríos, donde su prestigio ha menguado considerablemente. El banquero Buschenthal le aconseja: " Espero que S E. no se comprometa con esta gente ( los montoneros) C'est tres pront..." Otra cosa será cuando consigan mejor posición.
No se comprometerá pero no los desautorizará tampoco pues le permite su viejo juego de quedarse observando el fiel de la balanza para cobrar el mejor precio. Escribe a Sáa - 10 de febrero de 1867 - una carta evasiva que a nadie compromete. Pero este quiere creer de apoyo.
Para marzo han llegado a Rosario los veteranos del Paraguay con su brillante oficialidad: los buques ingleses dejan en su puerto cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin para armar los tres ejércitos nacionales de Paunero, Taboada y Navarro que operarían contra la Unión Americana. Mitre hubiese querido ponerse a su frente pero el recuerdo de Sierra Chica, Cepeda y Curupayty prevaleció en el Estado Mayor, mejor era dejarlo de observador.
"Lanza seca" en San Ignacio ( lº de abril)
Sáa se mueve de San Luis a Córdoba donde hay elementos suficientes para levantar la provincia. Paunero, desde Río Cuarto destaca a Arrendondo a cerrarle el paso de San Ignacio (cruce del Río Quinto en la carretera de San Luis a Mercedes). Y el ministro de guerra, Julián Martínez, se instala en Córdoba donde se sienten ruidos intranquilizadores.
Sáa ataca a Arredondo al anochecer del 1º de abril; erróneamente creyó que el jefe nacional tenía pocos hombres, porque de otra manera le hubiera convenido eludirlo y llegar a Córdoba, donde los federales esperaban. "San Ignacio se ganó por casualidad" dirá años después el general Garmendia. Nada pudieron las lanzas montoneras contra los Krupp, ni las cargas de indios ( 500 ranqueles combatían junto a Lanza Seca) contra los cuadros de infantería de Iwanowsky, Fotherigham, Luis María Campos y la brava caballería de José Miguel Arredondo. En cargas nocturnas se estrellaron Juan y Felipe Sáa, Carlos Juan Rodríguez, Juan de Dios Vídela, Manuel Olascoaga. Sin embargo la victoria estuvo indecisa hasta el amanecer.
La montonera quedó derrotada. No hubo prisioneros como lo ordenaba la ley de policía dictada en Buenos Aires. Muy pocos sobrevivientes consiguieron ocultarse y escapar a Chile por los pasos de la cordillera, que a esa altura del año era apenas practicable.