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OPOSICIÓN A LA GUERRA DEL PARAGUAY
                 

J.M. de Rosas - L.Castagnino
(01) El interior se niega a la guerra
(02) Las desleadades de Urquiza
(03) Los pasos de la intriga
(04) Los trapitos al sol
(05) El palabrerío de Mitre
(06) La insubordinación federal
(07) Todo el peso del liberalismo
(08) El aullido de los zorros
(09) El periodista
(10) Los penosos equilibrios de Urquiza
(11) La doble traición
(12) Fuentes
(13) Artículos Relacionados

El interior se niega a la guerra

Muchos federales y hombres del interior se opusieron tenazmente a luchar contra los paraguayos en la guerra de la Triple Alianza, a quienes consideraban “hermanos” ; al ordenar Urquiza la convocatoria a reclutamiento de “voluntarios” para la guerra del Paraguay, según Ramón Cárcamo, don Ricardo López Jordán le escribe una breve carta a Urquiza, en la que le dice:

“Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos a pelear a porteños y brasileros. Estamos pronto. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano” (Chávez. Fermín. Vida y muerte de López Jordán.p.133)

Muchos se opusieron a esa guerra infame, entre otros el autor del Martin Fierro, José Hernández y Juan Bautista Alberdi, y los “voluntarios” se revelaban en Entre Ríos, Corrientes, Catamarca, San Juan y casi todas las provincias del interior, con la rebelión de batallones enteros, entre otros el conocido "desbande de Basualdo".

Juan Bautista Alberdi mantuvo con Mitre una agria polémica publica en la que entre otras cosas, refiriéndose al propio Mitre, le enrostró la siguiente frase: “Si al menos hubiera yo tomado una escarapela, una espadas, una bandera de otro país, para hacer oposición al Gobierno del mío, como en Monte Caseros lo hizo otro Argentino contra Buenos Aires, con la escarapela Oriental, como oficial Oriental, bajo la bandera oriental y alienado con los soldados de brasil..” y opinando luego además sobre la política del mitrismo agrega:

“Para gobernar a la República Argentina vencida, sometida, enemiga, la alianza del Brasil era una parte esencial de la organización Mitre-Sarmiento; para dar a esa alianza de gobierno interior un pretexto internacional, la guerra al Estado Oriental y al Paraguay, viene a ser una necesidad de política interior; para justificar una guerra al mejor gobierno que haya tenido el Paraguay, era necesario encontrar abominables y monstruosos esos dos gobiernos; y López y Berro han sido víctimas de la lógica del crimen de sus adversarios”. (Juan Bautista Alberdi)

"En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras ellos tienen un Alcorán, que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”" (Juan Bautista Alberdi. Escritos póstumos. Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas de Sudamérica. Buenos Aires. 1899)

Ricardo López Jordán    

R.López Jordán

Los amigos de Urquiza, leales soldados del federalismo, se movían por principios ideales y estaban en el cauce auténtico de la nacionalidad, definid por sus tradiciones, su personalidad histórica y las esencias peculiares de su genio. Ellos advertían lo que tenían de nocivas las ideas liberales, que Mitre y sus adeptos trataban de imprimir sobre el alma nacional, comprendían que su deber los obligaba a expulsar ese cuerpo extraño, para que la Nación y el pueblo recuperaran el manejo pleno de su autonomía. Para esos hombres, puros e idealistas, el Paraguay era una parte inseparable de su territorio espiritual, los enemigos eran Mitre, el Imperio, el liberalismo, los porteños… Tal como el general Ricardo López Jordán se lo dijo a Urquiza, cuando éste ordenó la movilización de las caballerías entrerrianas para ir en apoyo del Brasil y contra el Paraguay:

“Usted nos llama para combatir a Paraguay – le contestó –. Nunca, General; ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos a pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos, esos son nuestros enemigos” (1).


Las desleadades de Urquiza.

La realidad es que Urquiza estaba en otra cosa, desde hacía mucho tiempo, aunque por razones de seguridad y prestigio se cuidaba de disimularlo. Ya el 29 de agosto de 1864, el doctor Lamas, en carta confidencial al doctor Castellanos, le decía: “El general Urquiza está con el general Mitre, es decir, con nosotros” (2). ¿Qué mayor prueba de doblez?

Es evidente que compromisos secretos lo obligaban a Urquiza a proceder en el sentido en que lo hacía. Pero también es evidente que las dudas de su alma lo precipitaron en un terrible conflicto interior, a cuyas opuestas incitaciones debemos atribuir su conducta contradictoria. Porque Urquiza apoyó la política liberal de Buenos Aires, sin atreverse a romper de una beuna vez las ataduras que lo unían a la posición contraria. De ahí los procedimientos tortuosos, la correspondencia comprometedora, las promesas fallidas...

Hubo un momento en que pareció entrever la gravedad de los hechos que se habían desencadenado en el Uruguay, y pensó en una alianza con el Paraguay para enmendarlos. El delegado oriental en Asunción, doctor Lapido, gestionaba infructuosamente la alianza del general López, cuando Urquiza – según Cárcano – se habría resuelto a lanzar todo su peso en la mesa de las negociaciones. El autor le da importancia esa intervención, y ofrece detalles y correspondencia que lo confirmarían (3)


Justo José de Urquiza    

J.J.de Urquiza

Los pasos de la intriga

Vale la pena seguirle los pasos a esta intriga. Don José de Caminos, fanático federal santafesino, se habría presentado a su tío, don José Rufo Caminos, cónsul paraguayo en Paraná, el 8 de noviembre de 1863 (4), diciéndole que le general Urquiza se empeñaba en que viajara urgentemente al Paraguay, y “haciendo valer toda su influencia ante el señor presidente López, trabaje para que el doctor Lapido establezca y afiance un tratado de alianza defensiva y ofensiva”. Que, si esto si hiciera, está Urquiza resulto a “ponerse al frente de un gran pronunciamiento, que de por resultado al separación absoluta de Buenos Aires de las demás provincias”, pues – agregaba – “él aborrece y habrá de aborrecer siempre a los porteños” (5).

El cónsul recabó de su sobrino prueba escrita de que tal era el pensamiento de Urquiza; por lo cual gestionó y obtuvo del general cartas dirigidas a Rufo Caminos y al presidente López, las que llevan las fechas del 13 de julio de 1863. el historiador nombrado las transcribe (6), con la indicación de ser las mismas “inéditas”, pero siguiendo su hábito sospechoso de ocultar las fuentes, no dice cómo las obtuvo, no dónde se encuentran, aunque Cardozo (7) sitúa la dirigida a López en el Archivo General de la Nación, Buenos Aires (8).

Lo cierto es que ninguna de esas cartas compromete en lo más mínimo el pensamiento de Urquiza, desprendiéndose de ellas que el caudillo entrerriano aprovecha, para un simple contacto epistolar, el viaje que el cónsul se propondría hacer a Asunción, que es cosa muy distinta de que tal viaje se hiciese a su pedido. La única referencia a los sucesos que se desarrollaban en el Río de La Plata, es un párrafo en que Urquiza le dice a López: “La República Oriental sufre actualmente los horrores de una guerra intestina que compromete su riqueza y paraliza la rapidez con que marchaba su progreso” (9). ¡De “guerra intestina” calificaba la invasión mistrista-brasileña al Uruguay!

Cardozo (10) da importancia a estos hechos y juega con su dialéctica a favor de la supuesta intención de Urquiza, de promover “la expulsión definitiva de de Buenos Aires de la unión con las demás provincias, vale decir, la ruptura de la unidad argentina y el retrotraimiento de la a la situación anterior a 1859” (11) ningún documento, ni hecho alguno, comprueba que tal fuera ni siquiera la remotísima intención de Urquiza, demasiado empeñado, por esos días, en mantener el nivel de componendas y negocios que había logrado establecer con Mitre. Tan es esto así, que el presidente López, por intermedio de Caminos – según el propio Cardozo – “le mandó a decir que esperaba de él algún acto serio que le hiciera salir de la situación dudosa en que se había colocado frente al gobierno del general Mitre” (12). También esperaba un “acto serio” el ilustre general Peñaloza, condenando a luchar en soledad tremenda, sosteniendo la terrible agonía de las huestes federales, a la espera del cumplimiento de las vagas promesas que le llegaban desde Entre Ríos. Al general Peñaloza, desengañado y retirado a sus casa de Olta, fueron a matarlo, por orden de Mitre y Sarmiento, el 8 de noviembre de 1863. Su cabeza fue exhibida en una pica como trofeo de la “civilización” contra la “barbarie”.

Los agentes orientales de Asunción fueron quienes insistieron en animar rumores y versiones que era inminente un “pronunciamiento” del general Urquiza. El canciller Berges, recibía y ordenaba todas esas informaciones, y le indagaba a su agente confidencial en Buenos Aires: “¿Tiene el Gobierno Oriental algún Agente privad cerca del General Urquiza para arreglar un gran pronunciamiento de las trece Provincias, y separar a Buenos Aires de la República Argentina?” (13). Agregaba Berges que “no daba mucho crédito a estas noticias, que sin embargo me han llegado por un conducto muy respetable”, lo cual comprueba que ese conducto no podría ser el propio General Urquiza, pues en tal caso toda duda hubiera desaparecido. Deducción ésta que queda definitivamente ratificada, en otra posterior, al mismo Egusquiza, en el que le pide: “Tampoco deje de avisarme lo que se dice de Entre Ríos, el General Urquiza, de López Jordán, y otros jefes notables de esa provincia, pues, por acá llegan ‘algunas bolas’ con intención de hacernos creer que se trata de un pronunciamiento contra Buenos Aires” (14). Si la versiones procedieran directamente del General Urquiza, a raíz de la misión de Rufo Caminos, ¿es concebible que el canciller paraguayo las tratara despectivamente de “bolas”? El juicio certero de Urquiza lo dio el mismo Berges, en la carta al ya nombrado agente confidencial, cuando le decía: “El General Urquiza mira los todos de lejos…” (15).

La opinión de Egusquiza, al responder a la consulta de Berges, del 6 de agosto, también era desfavorable. “Los antecedentes de Urquiza – le decía – no son muy propios para inducir a nadie a formar alianzas con él, aun cuando la política aconseje mantenerse en buenas relaciones con ese caudillo, la prudencia ordena no depositar en él la menor confianza” (16). En cuanto a la opinión de Rufo Caminos, a quien Urquiza le había encomendado la presunta misión ante el presidente López, no se mantenía ni siquiera en los límites de la compostura, pues le llamaba “gaucho entrerriano, nulo e imbécil hasta el infinito” (17).

Todos cuantos tenían algo que ver con las cuestiones que se debatían en el Río de La Plata, le desconfiaban a Urquiza. El encargado de negocios del Uruguay en Asunción, don Federico Brito del Pino, le informaba a su gobierno: “El ciudadano de Entre Ríos parece que está haciendo de las que acostumbra, es decir, que está traicionando” (18), idénticas desconfianzas asaltaban al agente confidencial paraguayo en Montevideo, Brizuela, ponía en duda las versiones sobre actitudes decididas de Urquiza, a quien llamaba “ese hombre” y decía que no depositaba “ninguna fe en su política ni en sus compromisos” (19).

Dudas y diatribas cosechaba Urquiza con su política esquiva y vacilante. Hacía equilibrios entre Mitre y López, y mantenía con ambos espinosa correspondencia. Cerraba la puerta a éstas o aquellas opiniones, pero se cuidaba de dejar entreabierta la ventana. Cuando se le pedían definiciones precisas, las rehuía, y para no disgustar apelaba a pequeñas obsequiosidades. En ocasión de un viaje a Asunción, del ya citado José de Caminos, se le encargó que al retorno se viera con Urquiza, para conocer la fotografía dedicada al canciller Berges. Éste le escribía a López, al campamento de Cerro León, informándole: “El general Urquiza ha hecho conmigo lo que con el Doctor Carreras, mandándome su retrato…” (20). Cuando la gravedad de los problemas ponía un acre olor a pólvora en el ambiente, el general Urquiza dedicaba fotografías...

No obstante estas cuidadas especulaciones, Urquiza llegó más lejos de lo que hubiera deseado y López creyó tener su compromiso formal de encabeza el “pronunciamiento” que el federalismo argentino le reclamaba. El general Resquín, que actuó durante toda la guerra al lado de López y desempeñó como jefe de Estado Mayor de sus ejércitos, luego se ser hecho prisionero en Cerro Corá, fue trasladado al cuartel general del Comando del ejército brasileño, en Humaitá. En las declaraciones que se le hicieron prestar en este punto, el 20 de marzo de 1870, afirmó que “López le había dicho anteriormente que el General Urquiza se había comprometido a unirse con él para hacer la guerra al Brasil y a la Confederación Argentina; pero cuando López hizo la protesta el 30 de agosto de 1864, el general Urquiza se apartó de él” (21). Alberdi afirmó categóricamente que “López tenía documentos que le hacían esperar la cooperación del general Urquiza” (22)

Es evidente que los cálculos de López estaban basados sobre la concurrencia de factores que luego se retrajeron. La piedra liminar en que descansaba su edificio, no era otra que el general Urquiza. Cuado en febrero de 1865, llego a Asunción el doctor Julio Victorica como enviado confidencial de Urquiza , el presidente López tenía ya motivo para sentirse decepcionado de su escurridizo aliado. Sus sistemas de información eran tan completos, que seguía al pelo los acontecimientos y sabía el valor de las lealtades que se le prometían. En este caso del mensajero de Urquiza, estaba enterado, aque el mismo guardara silencio al respecto, que por esos días Urquiza le hacía conocer a Mitre las cartas – privadas, y en muchos casos reservadas – que López le había remitido. (23) Rsta maniobra “confidencial”, tan propia de la duplicidad de Urquiza, introducía un elemento de suma consideración en el dispositivo total de la estrategia paraguaya. Pero Victorica ocultó el hecho, ignorando que el presidente López había tenido, con bastante anticipación, denuncia del mismo. En efecto; su agente confidencial en Corrientes, don Miguel G. Rojas en carta del 24 de enero, le había prevenido que “el general Urquiza remitirá a Mitre todos los documentos oficiales recibidos del Paraguay…y quese declarará contra los paraguayos”.(24)

El cuadro de la situación aparecería bastante clarificado. Pero López no tenía por qué mostrar sus cartas y simuló la mayor credulidad en cuanto se le manifestaba; hizo, inclusive, una elegante diferenciación entre Urquiza y Mitre. Cuenta Victorica: “Conversamos largamente y aunque él reconocía la sinceridad con que el general Urquiza le afirmaba por mi conducto que nada debía temer de la República Argentina si era respetada la neutralidad que se había impuesto, no le sucedía lo mismo respecto del general Mitre que, según él, ya tenía pactada una alianza secreta con el Brasil y no cesaba de provocar de todos modos un rompimiento con el Paraguay”.(25)

López era un diplomático finísimo y utilizaba la ironía con exquisito refinamiento, Decía creer en la “sinceridad” de caudillo entrerriano que se aferraba a la tabla salvadora de una inexistente “neutralidad”, pero al demostrarle al falsedad de este último supuesto desvalorizaba el calificativo de “sincero” que le había aplicado. La prueba es que poco después de la visita de Victorica, le escribía a Cándido Bareiro, a Paris: ”El caso esta próximo a suceder, y aunque no contamos todavía con ningún disidente, porque el general ha faltado a sus espontáneos ofrecimientos, si la guerra se hace inevitable con ese país, contando con la decisión y entusiasmo de mis compatriotas, espero llegar a buen fin.” (26)

Llegaron las horas decisivas y Urquiza se inclinó con todo el peso de su gravitación y de sus medios hacia el partido de Brasil, que había llamado “odioso”, y la causa liberal de Mitre, a la que había combatido con las armas en al mano. La aparente fusión de esas dos voluntades enterró a lo largo de las oprimidas tierras argentinas, toda esperanza de vindicación de nuestras tradiciones federales. Las grandes frases reemplazaron a los hechos pequeños; desde Paris Alberdi comentó con su rotunda elocuencia: “En lugar de unir dos países, se contentan con unir dos hombres. Esto se ha llamado recoger el fruto de una gran política; es decir conseguir que Urquiza deshaga su propia obra, su propio poder, su propia importancia” (27)


El vendedor de caballos

La historia no comprometida ha tratado de enterrar el misterio de esa terrible experiencia, de ambigüedad y defección, brindada pro el general Urquiza. Los motivos profundos, es que se estructuran y proyectan en cámaras hermética a las que no tienen acceso si no los hincados, los hemos estudiado en otro lugar. Pero hubo también, al parecer, factores de superficie, enlaces dependientes de intereses materiales. Un hombre que estudió con seriedad y pasión la vida y conflictos de las naciones de la cuenca del Plata, el Mexicano Carlos Pereyra, expresó este juicio lapidario: “ Urquiza, el jefe entrerriano, después de traicionar la causa de su raza, traicionó la causa de sus corruptores, y en vez de peor por éstos, ya que no había peleado por los Paraguayos, esquilmó a los brasileños, haciéndose vivandero de la expedición” (28). La acusación es categórica; no deja resquicios para la duda.

Los historiadores brasileños no han hecho secreto de estas transgresiones. Cuentan que en los momentos más dramáticos de la guerra oriental, durante el sitio de Paysandú, todos esperaban de Urquiza la actitud enérgica que reestableciera los derechos de los pueblos y diera satisfacción a las demandas de las legiones federales, que estaban listas para la pelea. Había que neutralizar ese peligro. Con tal objeto, se trasladó al palacio de San José, residencia de Urquiza, el general de caballería Manuel Osorio. Concertó con el viejo caudillo una operación de venta de 30.000 caballos, a razón de 13 patacones por cabeza, lo que rindió 390.000 patacones (equivalentes a dos millones de francos oro). Un autor brasileño, Pandiá Calógeras, luego de dar detalles de la insólita operación, expresa: “O general Osorio, o futuro marqués Derval, conhecía-lhe o fraco e deliverou servir déle” (29). Y luego, como síntesis del juicio que este acto mereció a la conciencia brasileña, comenta: “Nao existía em Urquiza o estófo de un homem de Estado: Nao passava de un condottieri” (30).

Lo que no trascendió en el momento de la operación, empezó a saberse poco después, cuando don Mariano Cabal, socio de Urquiza, iba haciendo entrega de las grandes partidas de caballos adquiridas por los brasileños. El cónsul, Rufo Caminos le escribía a Berges: “el rengo D. Mariano Cabal, socio que fue del general Urquiza en la compañía de vapores, ha contratado con los Macados entregarles 30.000 caballos a 13 patacones, cuyo negocio se asegura que lo hace con su antedicho socio” (31).

La opinión inglesa sobre tan deslucidas actitudes, fue expresada en su momento, por el teniente coronel Thompson, que apenas llegó a Londres, en 1869, señaló que Urquiza “supo aprovecharse de la ocasión, salvando a su provincia del envío de grandes contingentes, y logrando enriquecerse y enriquecer a su comarca con la proveeduría de ganados y caballos para el ejército aliado, durante la guerra” (32). La certeza británica, en este sentido, no ha variado un punto, a pesar de los años transcurridos; Cuninghame Graham, en su libro terminado en Ardoch, en 1933, dice que Urquiza, “el sátrapa de Entre Ríos, era el hombre del misterio de esta guerra” (33), agregando más adelante: “a través de toda la guerra, su actitud fue ambigua, pues por una parte recibía mensajes de López, y por otra escribía a Buenos Aires expresando que pronto tendría un ejército numeroso listo para entrar en campaña. Al fin no se inclinó por ninguno de los contendientes, pero obtuvo sus cifras enormes vendiendo ganado a los aliados” (34). No es nada marcial la pintura que, según vemos, unánimemente se le hace; el feroz guerrero de Vences, Pagolargo, e India Muerta, quedó reducido a un vulgar ¡vendedor de caballos!.


El palabrerío de Mitre

Bartolomé Mitre    

Bartlomé Mitre

Cundo la guerra adquirió estado público como consecuencia de los episodios de Corrientes, Mitre se apresuró a escribirle a Urquiza; le informaba del “acto vandálico cometido por el presidente López”, al que calificaba de “un enemigo tan alevoso como traidor”. Decía hacer “el debido honor al patriotismo de V.E. y a sus declaraciones en tal sentido, señalándole el puesto que le corresponde en la fila de los leales y valientes argentinos que tienen que vindicar el honor y la dignidad de la República” (35). A lo que Urquiza respondió de inmediato, admitiendo que su interlocutor “ha hecho justicia a mis antecedentes y a la lealtad de mis declaraciones, señalándome un puesto a su lado… para rechazar como se merece la ultrajante ofensa que bárbaramente se nos inferido” (36). Lo irritante de esta respuesta es que Urquiza traduce la esperanza de que esa guerra, “mientras dará gloria a la República, puede dar por resultado seguro extirpar del todo las disensiones políticas que antes han divido al país” (37). Es decir: consagrar el abuso y absorción de Buenos Aires y extirpar definitivamente a las huestes federales de las provincias, que apuntalaban la dignidad del país contra la intolerancia y espíritu de partido de Mitre y el liberalismo.

La definición que tanto se le había venido reclamando la produjo Urquiza con una amplitud inesperada; porque no solo se manifestó complacido de confundirse con las banderías del mitrismo, sino de renovar glorias comunes con el Imperio. El representante brasileño, doctor Octaviano de Almeida Rosa, le escribió para felicitarlo por la proclama que había lanzado “aos soldados de Caseros”, probando así –le decía– “nao so as virtudes cívicas de V.E. como á fidelidade de seu coracao a alianza brasileira” (38).

La puñalada trapera, asestada con alevosía, arrancó a Urquiza una genuflexión versallesca. “Me complace recordar –le respondió– la gloria que en Caseros adquirieron las armas brasileras y argentinas, cuya alianza sería siempre de honor para ambas, en causa tan justa como aquella” (39). Palabras convencionales, sin duda; pero, en este caso, palabras a cambio de caballos, palabras de vivandero, no de general. Forzado por los compromisos tan rudamente remachados, Urquiza ordenó la movilización de las milicias entrerrianas y su concentración en campamento de Calá. La resistencia popular no se atenúa y las gentes se niegan a creer en la subordinación del poderoso caudillo a una política que contraría su trayectoria y divisa. Así lo afirma el general Wenceslao Paunero al ministro Gelly y Obes: “la división de la victoria se niega a marchar – le dice –, y aún se cree que también la de Gualeguay, y eso es porque aún no creen en la actitud decidida, asumida por el general Urquiza” (40).


La insubordinación federal

Urquiza y sus personeros multiplican su actividad en la misma medida que sienten que una sorda resistencia le está quemando los talones. Se hace notable su empecinamiento en la persecución de quienes resisten a la guerra. El gobernador de Entre Ríos, don José Dominguez, hace detener en Concordia a don Juan Coronado, ex secretario de Urquiza, acusándole de “desacreditar la causa nacional de una manera subversiva” (41). El ministro de Gobierno, doctor Nicanor Molinas, cursa instrucciones a los jefes políticos para que vigilen a los individuos “que se ocupan en anarquizar a los ciudadanos que defienden las causa nacional” (42)

El tres de julio se produce el desbande de Basualdo y el 8 de noviembre ocurre la insubordinación y desbande de Toledo. Las deserciones se generalizan, la reacción popular se agudiza, está latente el clima de la rebelión. El coronel Juan Luis Gonzalez le informa a Urquiza que se dice que ”en Paraná, Nogoyá y Victoria de jefes para abajo todos están contra V.E., y si esta marcha no es contra Mitre, que ellos no salen de sus departamentos”. (43)

La situación de Urquiza es de sorpresa y desesperación. Luego del desbande de Basualdo aparecen desautorizadas todas las frases de literatura patriótica que estuvo empleando en su correspondencia con el general Mitre. La realidad queda al descubierto; se ve obligado, a licenciar al resto de las tropas para evitar males mayores. “V.E. debe estar persuadido – le escribe a Mitre – que al tomar tan grave resolución, sin esperar sus órdenes, es porque no ha podido ser de otro modo, para no esterilizar en la desmoralización y el desorden elementos que deben volver a concurrir a la defensa nacional como V.E. debe estar seguro que lo harán, que lo haré yo que me he de sacrificar, si es preciso, solo” (44). Es la confesión de un rotundo fracaso; el peso de su soledad trasciende de sus descorazonadas palabras.


Todo el peso del liberalismo

Gelly y Obes sigue los acontecimientos y le hace llegar sus impresiones a Mitre: Éste le responde: “Por lo demás, casi estoy conforme con usted en la relativo al concurso material de Entre Ríos, sobre todo siendo como es el general Urquiza un factor inerte que de buena fe está dispuesto al bien, pero que no está a la altura de la situación, no comprende más las cosas que las vieja que pasaron de moda hace muchos años…dando poca importancia a lo que por ahora diga el general Urquiza, pues con todo está conforme…Sin embargo, todo se a de enderezar por la razón o la fuerza” (45).

Por la razón o por la fuerza: Ahí esta Mitre de cuerpo entero: En cuanto a Urquiza, humillado y vencido, hay que hacerle sentir todo el peso del liberalismo. Lo primero ha de ser obligarle a castigar a los últimos fieles que le quedan: a los más leales soldados de la divisa federal. Mitre le reclama la aplicación de severos castigos a los “traidores que se atreven a conspirar contra la nación… contándose entre esos traidores algunos con quienes V.E. parece contar para efectuar su reserva” (46).

La estocada es evidente; Urquiza no puede negarse al cumplimiento de las órdenes que se le imparten; porque a la orden se añade la vedada amenaza: “Si después de lo que le he manifestado a V.E. reservadamente, aun se demorasen las medidas dictadas contra esas personas…” (47) . ¡Horror! ¿y los caballos? ¿Es tan duro el corazón de Mitre que no valora el sacrificio de proveer caballos a cambio de míseros patacones?


El aullido de los zorros

Tímidamente quiere Urquiza salvar el honor de sus banderas y lanza una proclama a los”soldados de Caseros”, atribuyéndole haber amortiguado la rudeza del golpe paraguayo, hasta tanto Mitre pudiera concurrir con sus legiones. “Por vosotros retrocedió el paraguayo en su primera invasión – les dice -; vosotros contribuisteis a que un solo sentimiento de venganza honrosa respondiese en toda la República al afrentoso ultraje que se disfrazaba para especular siniestramente en nuestras antiguas disensiones. A vosotros debió entonces la provincia salvar su territorio de ser el teatro sangriento de la lucha manteniéndose en al frontera, mientras se reunió y organizó el grande ejército” (48).

Luego de ésta proclama de falsos heroísmos, Urquiza cursó órdenes severísimas y autorizó la aplicación de bárbaros castigos a los reticentes. Al general López Jordán le escribió:

“Le recomiendo muy particularmente que, con la mayor reserva, averigüe quienes fueron los que, en Basualdo y Toledo, imitando el aullido del los perros y los zorros, daban la señal para la deserción y los que sean autores, capturados y remitidos a este Cuartel General” (49).

Lo que significaba en la terminología urquicista, eso de remitir prisioneros al Cuartel General, puede deducirse de esta otra carta dirigida al mismo destinatario: “Hoy se han fusilado tres después de haber sido sumariados y condenados por consejo ordinario. Quiero que me persiga y remita a este Cuartel General a los oficiales Lara, Retamar y un yerno del Cnl. Gutiérrez, instigadores de las deserciones de Toledo” (50).

La ferocidad de la represión produjo, al parecer, los efectos que Mitre se proponía. Al menos, así se lo comunicaba el general Urquiza: “La medidas tomadas para reprimir las malas pasiones que causaron los desórdenes de Basualdo y Toledo, producen los saludables efectos que debían proponerse” (51)

No ha de descuidarse Urquiza para lo sucesivo. Rodea de extremas precauciones la leva de soldados, su concentración en regimientos y su despacho para el frente de la guerra. Su panegirista Cárcano nos cuenta cómo, “perseverante en su decisión patriótica, pudo embarcar desde el puerto de Concepción del Uruguay, algunos batallanes seleccionados. Para evitar sorpresas, “desde su despacho de la ciudad dirige la operación”.

En esto aparece un oficial, que luego de saludar militarmente, le dice: “Mi general, la tropa no quiere embarcarse”. La escena, en la expresiva narración de Cárcano, merece reproducirse. “Denme mi lanza, exclama el general. Salta en el primer caballo que halla al salir, y parte a gran carrera en dirección al puerto…Blandiendo la lanzaron su brazo fuerte, parece que encabeza una de las cargas irresistibles que tantas veces le dieron la victoria. Llega al puerto, revista a trote largo la tropa formada, laza en mano, mirando fijamente. Detiene su caballo frente al portalón del barco, y se oye su voz arrogante: ¡Comandante! Ordene que se embarquen de uno en fondo. La voz de mando se repite, y la tropa se embarca en silencio. El barco se aleja conduciendo tranquilamente el contingente entrerriano, arrancado por el grito de su caudillo del abismo de su retraimiento” (52).

Esos contingentes que tranquilamente eran despachados para acrecentar los ejércitos de la Triple Alianza, deben ser aquellos de que Mitre le acusaba recibo: “Llegó ya el comandante Pintos con una parte del contingente que envía V.E. de esa provincia. De conformidad con lo que V.E. me pide, dispongo el regreso de la custodia que trajo el contingente” (53). Así es como Mitre y Urquiza, contrariando los naturales sentimientos de los pueblos, mandaban nuestros jóvenes dignos y patriotas a pelear contra el Paraguay: un país enigmático y extraño al que por esos medios - custodias y grillos – se proponían abrirlo a las corrientes de la civilización.

Pero, a la postre, la contribución de Urquiza, por la quiebra de su prestigio y por la creciente insurrección popular, quedó reducida a esas pequeñas remesas “bajo custodia”, con las que – según Cárcano – salvó “la dignidad de su provincia sobre el pantano localista” (54).

Su capacidad de caudillo quedó gravemente lesionada. En un intento por reconquistar la adhesión del gran partido que se oponía a la guerra contra el Paraguay enarboló el estandarte de la paz, situándose en esa tierra de nadie en la que se cruzaban los tiros de los bandos. Mitre se encontraba en Yatay-Corá, donde acababa de repulsar la generosa propuesta del mariscal López. Urquiza le escribió al canciller Elizalde: “Vuestra excelencia sabe que yo trabajé por conjurar la guerra, tanto porque trabajo para que en ella se salve el honor de nuestra bandera. Bien, yo deseo el triunfo como deseo la paz…No la paz como bandera traidora de oposición y resistencia…la deseo como término racional de toda guerra…Mostrándonos fuertes y serenos en la lucha y conservando la tranquilidad interior se puede llegar a ella salvando con la dignidad del país los principales intereses de la alianza” (55). Era una póstuma tentativa de ecuanimidad que no había de servirle sino para aumentar las sospechas que a su respecto alimentaban los círculos más ortodoxos de Buenos Aires.

Aunque los abanderados de la causa federal en las provincias, sabían muy bien que ya no podía contarse con Urquiza, seguían invocando su nombre para aprovecharle y comprometerle. No consiguieron resultados positivos con ello, pero impidieron la estabilidad de la nueva situación, al servicio del porteñismo, que Urquiza quería crearse. Todas las aspiraciones que alentaba el caudillo entrerriano, se quebraron irremisiblemente en la insinuación de su complicidad con los levantamientos internos que arreciaron en 1867.


El periodista

Bartolomé Mitre    

Bartlomé Mitre

La situación del país se volvió muy peligrosa, imponiéndose el regreso de Mitre y el retiro de tropas de los campos de batalla paraguayos. Los cenáculos porteños vibraban contra Urquiza, atribuyéndole una influencia que estaba muy lejos de conservar en ese entonces. El diario de Mitre – La Nación Argentina -, refiriéndose a Entre Ríos, escribía:

“No podemos disimularlo, esta provincia es radicalmente enemiga de la actualidad, no obstante ser una de la que más ha prosperado…Basualdo y Toledo son dos pruebas recientes, de que Entre Ríos no olvida sus odios ni ante las exigencias del honor nacional, ni ante el peligro común…La prensa de aquella provincia es de tiempo atrás una propaganda rabiosa de odios tan brutales que deshonran al corazón humano…Si se pronunciará por la reacción tomando parte en la rebelión y en la traición que ella simbolizan el tiempo lo dirá. Por ahora solo sabemos que no podemos contar con su cooperación. Como todo pueblo que no tiene voluntad propia y depende absolutamente de la voluntad de un hombre, no puede saberse cual será la actitud de Entre Ríos. El general Urquiza lo dirá, y si hemos de creer a sus propios intereses a las exigencias del honor y de la gloria y a sus compromisos, como hombre público y privado debemos esperar que condenará la reacción, o que al menos, le negará su cooperación. No es creíble en manera alguna que el general Urquiza quisiera terminar su vida pública con una traición a la patria, que lo deshonraría ante la historia” (56).

El artículo está lleno de implicancias y de sutiles estocadas; bien conocían el palo que tenían entre manos.


Los penosos equilibrios de Urquiza

Urquiza trató de capitalizar a su favor la oscura conducta de estos años, exhibiendo como un acto de abnegación lo que había hecho en el caso de la guerra contra el Paraguay. En 1868 escribía al doctor Salustiano Savalía, declarando: “Largamente me esforcé con el señor Mitre para evitarla, antes que estallase; le mostré sus inconvenientes, le auguré su duración y las calamidades de que podía ser consecuencia, en una extensa correspondencia que alguna vez será del dominio público, cuando ya no pueda importar sino para la relación crónica de los sucesos; pero la guerra estalló y el Presidente solicitó mi concurso, y se lo presté arrastrando forzadamente a un pueblo, para quien era esa lucha terriblemente antipática. Todo lo que es personal lo expuse, y los hechos probaron que ese esfuerzo era superior a lo que humanamente podía exigirse, si bien bastó a contener al enemigo (desconózcanlo la ingratitud y la lealtad) y a dar lugar a que se organizase un ejército capaz de empujar la guerra sobre el territorio enemigo. Después de eso, es esta provincia la que relativamente ha conservado hasta hoy mayor contingente en el ejército, hecho cuyo conocimiento sorprenderá a usted, sin duda, porque se ha hecho empeño en ocultarlo aunque el Presidente me lo acredite en su correspondencia privada” (57).

Buscando su colocación ante la historia, Urquiza deformaba los hechos y hasta se atribuía el profético papel de haber vaticinado que la guerra sería difícil y larga. No había tal, sino exactamente lo contrario; pues en la proclama que lanzó inmediatamente de ser investido por Mitre de la comandancia en jefe las fuerzas entrerrianas, anunciaba: “¡Compañeros! Marcho a ponerme a vuestro frente. La Nación entera está de pie, No tardará en rechazar con brío la torpeza de la afrenta. Una breve campaña, un robusto esfuerzo y grande inmarcesible será la gloria”. (58)Plagiando la fanfarronería de Mitre, prevería un paseo militar y una gloria inmarcesible.

Los penosos equilibrios del viejo y gastado caudillo federal, que tanta gloria había acumulado en los tiempos en que permanecía fiel a la Confederación Argentina, nos ofrecen una estampa triste de los últimos años de su vida. Uno a uno los caudillos del federalismo en tierra adentro, fueron recurriendo a su persona y quedaron varados en la estacada. Urquiza los abandonó sistemáticamente, los incitó a la acción para desautorizarlos luego, y contempló con indiferencia la muerte, la proscripción o el ensañamiento de que fueron siendo víctimas. El general Peñaloza era un ejemplo vivo de esta insensibilidad de roca inmutable, con que lo vio morir, y apenas se sobresaltó cuando resonaron las palabras del inmortal Hernández: “El general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene también que pagar su cuota de sangre a la ferocidad unitaria, tiene también que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios” (59).

Aliento de profecía había en este vaticinio del autor del Martín Fierro. Su publicación se hizo en julio de 1869. Urquiza se creía lavado de viejas afrentas, gracias a su dócil sometimiento a las directivas que impartía Buenos Aires. Pero los unitarios, como los llamaba Hernández, llevaban sus odios hasta la tumba. El caudillo entrerriano seguía siendo para ellos, en esas vísperas de su asesinato, el gaucho feroz y la encarnación de la barbarie. La soberbia del iluminismo porteño no podía conciliarse con al ignorancia de las masas rústicas de la s campañas, de las que Urquiza, a desecho de si mismo, seguía siendo emblema y representación.


La doble traición

Justamente por esos días, los sectores más recalcitrantes del mitrismo, que se agrupaban alrededor de la Imprenta Americana, editaron el libreo del coronel Thompson, en el que este autor decía: “Urquiza es el jefe de un fuerte partido político en la República, y sobre todo en Buenos Aires” (60).

Esta errónea ubicación del caudillo entrerriano indignó a los dueños de las luces porteñas, que osaron ponerle la siguiente acotación la pie de página: “El general Urquiza, no tiene en Buenos Aires el gran partido que le atribuye el autor. La provincia más adelantada de la República, y que tantos esfuerzos ha hecho por combatir la política del caudillaje representado por él, no merece semejante acusación. Urquiza saca su fuerza de las masas bárbaras que en el interior de la República obedecen a los Sáa y los Varela. Conocida su historia, sus antecedentes y el color político que representa, la generalidad de sus partidarios tiene que estar necesariamente en razón inversa del adelanto político de los pueblos” (61).

¡Horrible ingratitud! Urquiza traicionó a sus amigos para servir a Mitre, pero Mitre abominaba de Urquiza para no traicionar a sus amigos. De los dos, Mitre se sentía más comprometido y era, por lo tanto, mas leal.


Referencias:

Guerra del Paraguay  - Leonardo Castagnino

(1) Carcano Ramón, Guerra del Paraguay, Acción y Reacción de la triple alianza, viau y cía. Buenos Aires 1941, pág. 125.

(2) Lamas a Castellanos. Buenos Aires, 29 de agosto 1864, AGNU caja 92, 16.

(3) Ramón Carcano. Op. Cit. I página 131-53.

(4) L fecha que indica Carcano está, evidentemente, equivocada, a tenor de la correspondencia transcripta fechada en julio y agosto de 1853. la observación la hace Cardoso, vísperas de la guerra, notas al pie de página 125 Cardoso Efraín, editorial el Ateneo 1954.

(5) Carcano op. Cit, I pp. 131-32.

(6) íbidem, I, pp, 132-33.

(7) Cardoso op cit. Nota al pie de la pagina 126.

(8) AGNA archivo Urquiza Legajo 132.

(9) Cárcano op cit I pp, 133-33.

(10) Cardoso, op cit. pp 125,30.

(11) Ibídem pag 129.

(12) Ibídem pag 129.

(13) Berges a Egusquiza. Asunción, 6 de Agosto de 1863 REBAUDI, A: La declaración de guerra de La República del Paraguay a La República Argentina. Misión mis caminos. Misión Cipriano Ayala. Declaración de Isidro Ayala. Serantes Hnos. impresores. Bs. As. 1984 Pag 87.

(14) Ibidem; 6 de septiembre 1863. Ib., Pág. 88.

(15) Ibidem; 21 de noviembre de 1863. Ib., Pág. 93.

(16) Egusquiza a Berges. Buenos Aires, 17 de agosto de 1863. Cardozo, op. Cit., Pág. 137, con indicación de inédita.

(17) Caminos a Berges., 4 de marzo de 1864. Arch. del M.R.E.P.

(18) Brito del Pino a Herrera. Asunción, 21 de enero de 1864. Herrera, Luis Alberto de: La clausura de los ríos, t.IV pp. 450-52 Montevideo, 1920.

(19) Brizuela a Berges. Montevideo, 15 de octubre de 1864. Original en la B.N.R.J., colec R.B., I-29, 32, 5.

(20) Berges a López. Asunción, 10 de noviembre de 1864. ib., I-30, 13, 46.

(21) Papeles de López, pp. 144-62. Laserre. Impr. Americana, Buenos Aires, 1871.

(22) Alberdi, Escritos póstumos-IX, Pág. 420. La República Argentina 37 años después de la Revolución de Mayo (Valparaíso)

(23) Urquiza a Mitre. San José, 8 de febrero de 1865. Archivo del General Mitre, II, pp. 99-100. Biblioteca de la Nación. Buenos Aires, 1911-14.

(24) Rojas a Berges. Corrientes, 24 de enero de 1865. Original en B.N.R.J., colec. R.B., I-30, 3, 31.

(25) Victorica, Urquiza y Mitre, Pág. 481. Contribución al estudio de la Organización Nacional. J. Lajouane y Cia. Buenos Aires 1906.

(26) Benítez Gregorio. Anales diplomático y militar de la guerra del Paraguay. Pág. 138. Muñoz Hnos. Asunción 1906.

(27) Alberdi, Juan Bautista: Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil. Cartas dirigidas a sus amigos y compatriotas. Impr. Simón Racon y comp. París 1865.

(28) Pereyra Carlos., Francisco Solano López y la guerra del Paraguay. Pág. 29. Editorial Americana., Biblioteca de la juventud hispano-americana. Madrid, 1919.

(29) Calógeras, Pandiá, Formacao histórica do Brasil. Pág. 277. Compañía Editora Nacional. Biblioteca Pedagógica Brasileira. San Pablo, 1945.

(30) Ibidem, Pág. 282.

(31) Caminos a Berges, Paraná, 25 de marzo de 1865. Rebauidi, La declaracion de la guerra de la República del Paraguay a la República Argentina. Pág. 271-72.

(32) Thompson Jorge, La guerra del Paraguay, Pág. 29. Imprenta Americana, Buenos Aires, 1869.

(33) Cunninghame Graham. Solano López, Retrato de un dictador, pág. 167 Edit. Inter-americana, Buenos Aires, 1943.

(34) Ibidem, pp. 168-69.

(35) Mitre a Urquiza. Buenos Aires, 17 de abril de 1865. Archivo del General Mitre, t. II. pp. 112-13. Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1911-14.

(36) Urquiza a Mitre. Uruguay, 19 de abril de 1865. Ib., II, Pág. 114.

(37) Ibidem.

(38) Octaviano a Urquiza. Buenos Aires, 21 de abril de 1865. Archivo del General Mitre, II. Pág. 118.

(39) Urquiza a Octaviano. 24 de abril de 1865. Ib., II. Pág. 118.

(40) Paunero a Gelly y Obes; 29 de abril de 1865. Revista de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, XXI, n° 51.

(41) Del Gobernador Domínguez al P.E. Nacional. Paraná, 9 de mayo de 1865. Original en el Arch. de Entre Ríos, Paraná.

(42) Instrucciones del 13 de junio de 1865. Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre Ríos, 1821-1873. Concepción del Uruguay, 1876.

(43) Gonzáles a Urquiza. San Pedro, Gualeguay, 19 de septiembre de 1865. Manuel E. Macchi, Urquiza y la Unidad Nacional.

(44) Urquiza a Mitre. Trocitos, 7 de julio de 1865. Archivo Mitre, II Pág. 225.

(45) Mitre a Gelly y Obes. Cuartel General, Concordia, 24 de julio de 1865. Ib., III, pp. 45-48.

(46) Mitre a Urquiza. Sitio de Uruguayana, 12 de noviembre de 1865. “Reservada”. Ib., II, Pág. 240.

(47) Ibidem.

(48) Proclama de Urquiza; 21 de octubre de 1865. El Uruguay, año X, N° 1928, Concepción del Uruguay, 26 de octubre de 1865.

(49) Urquiza a López Jordán; 8 de diciembre de 1865. Archivo López Jordán-Vásquez, Paraná.

(50) Ib, 7 de diciembre de 1865. Ib.

(51) Urquiza a Mitre. San José, 20 de diciembre de 1865. Archivo Mitre, II, Pág. 252.

(52) Cárcano, Ramón J. Guerra del Paraguay, orígenes y causas, Pág. 239-240. Editores, Domingo Viau y Cia. Buenos Aires, 1929.

(53) Mitre a Urquiza. Cuartel General Yataytí, 4 de octubre de 1866. Archivo Mitre, II, Pág. 269.

(54) Cárcano, Ramón J. Guerra del Paraguay, orígenes y causas, Pág. 240. Editores, Domingo Viau y Cia. Buenos Aires, 1929. (55) Urquiza a Elizalde; 13 de noviembre de 1866. AGNA, Archivo Urquiza.

(56) Reproducido por Natalicio Talavera, correspondencia de guerra. Campamento de Paso Pucú, 13 de noviembre de 1867. El semanario, n° 674.

(57) Urquiza al Dr. Salustiano Zabalía; 11 de febrero de 1868. AGNA, Archivo Urquiza, borradores.

(58) Proclama del Capitán General, Comandante en Jefe de las fuerzas entrerrianas, General Don Justo J. de Urquiza; 21 de abril de 1865. Beatriz Bosch, Presencia de Urquiza. Pág. 212. Edit. Raigal; Biblioteca Juan María Gutiérrez. Buenos Aires, 1942.

(59) José Hernández, artículo en La Capital, Rosario, 4 de julio de 1869.

(60) Thompson Jorge. Pág. 29. La guerra del Paraguay. Imprenta Americana, Buenos Aires 1869.

(61) Ibidem. Nota de los editores al pie de la página 29.


Fuentes:                  

- Castagnino Leonardo Guerra del Paraguay. La Tripe Alianza contra los paises del Plata
- Chávez, Fermin. Vida y muerte de López Jordán.
- Garcia Mellid, Atilio. Proceso a los falsificadores de al historia del Paraguay.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

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