Es considerado como uno de los mejores pelotaris de todos los tiempos, además de haberse constituido en un auténtico showman, un fantaseador capaz de hacer jugar su paleta como un instrumento mágico.
Solía jugar con las manos atadas, con la paleta al revés, golpeando por debajo de las piernas, con una bolsa de cemento al hombro, con un sueco, con una botella de cerveza, con un mono, etc.
Comenzó su carrera en la Federación Argentina de Pelota y entre 1946 y 1954 jugó en el Club Almagro como Profesional. En este último año se le permitió volver a jugar como amateur y al año siguiente participó, representando a la Federación en diversos campeonatos.
Nunca intervino en campeonatos mundiales.
Abandonó la actividad en 1963 y en 1992 recibió el último homenaje, cuando el Club Burzaco bautizó con su nombre la cancha de pelota como una forma de perpetuar en el recuerdo su preciada imagen.
Fue un profesional de la paleta: durante 25 años jugó contra todos y les ganó a todos, menos a su primo Gabriel Hauche.
Enrique Pinni, Marcelo Katz, Leonardo y Juan Castagnino Trinquete GEBA (2005)
El desafío
(Por Carlos Ferreira)
Cuando dije que al flaco Delguy yo le había ganado un mano a mano en trinquete, el Guijón se estremeció bajo la risotada que Buby, el Polaco, acompañó con una piña sobre la mesa. Los clientes saltaron de sus asientos como si se hubiese producido un atentado con bomba. Los demás- el Negro, el Chancho, el Inglés, Fillol, el Narigón, el Viejo, Lito y el Pelado- sumaron esas sonrisas propias de quienes no entienden de qué se trata. Permanecí inmutable, como todo aquel que dice la verdad.
El Polaco había iniciado la segunda botella de un tinto que se dejaba tomar y los demás andábamos más o menos en lo mismo, pero dos botellas adentro suyo no eran lo mismo que en otro envase humano.
Todas las miradas iban de él hacia mí como si estuvieran viendo un Nalbandian-Coria. Buby tenía su clásica sonrisa pícara dibujada en medio de la cara blanca de barba y colorada de vino. “Está bien, Sordo, ahora vas a contar ese moco que acabás de tirar sobre esta santa mesa. Vos debés estar más puesto que yo, pero no importa, te vamos a escuchar. Eso sí, antes decíle a los muchachos quién era Delguy, porque si no les va a ser imposible medir la enorme mentira que acabás de proferir”, se mandó de un saque la frase y de otro el contenido de su copa.
Tenía razón. Ninguno de ellos era aficionado a la pelota a paleta. El que tenía alguna vaga idea era el Narigón, cumpa de toda la vida con el Polaco y conmigo, los únicos dos que habíamos saboreado la gloria de meterse en una cancha y pegarle a la negrita. Entonces conté que Néstor Delguy había sido uno de los jugadores de paleta más extraordinarios que haya visto nadie .Que él en trinquete y el Manco de Teodelina en cancha abierta eran como Maradona y Pelé juntos. Pero no pude seguir. El resto de los integrantes de la mesa no tenía idea de qué era un trinquete, una abierta, un sare, la reja, el tambur, la alcahueta ni un dos paredes, nada. Una banda de ignorantes. De manera que contar todo eso era inútil.
- Oíme, Sordo -interrumpió el Narigón-, contales los desafíos que hacía Delguy, así se dan cuenta.
Acepté y les dije que escucharan, manga de tarados, alguna vez habrán visto aunque más no sea una foto de un jugador de pelota a paleta...paleta, pelota, pegarle contra una pared. Con eso les tiene que alcanzar. Ahora les agrego que Delguy jugaba dando las ventajas más insólitas, era un mago, un showman, un malabarista.
Por supuesto que empezaron las cargadas. Tuve que apelar al Narigón Millán.
- Silencio, che -me ayudó mientras se acomodaba el naso- cállense la boca, dejen que el Sordo cuente.
Y entonces, aprovechando que pedían más vino y algunos postres les repetí que yo le había ganado un partido mano a mano, en trinquete, a Néstor Delguy, al monstruo, al Chaplin, al Locche de la pelota a paleta. Pero el Chancho, socarrón como siempre, interrumpió.
- Eso ya lo dijiste antes. No sé, Sordo, a lo mejor vos tenés toda la noche, pero a mi me gustaría acostarme no muy tarde - chicaneó mientras Lito agregó algo que nadie entendió.
Ahí nomás les recordé que en agosto del año setenta nosotros habíamos dejado de jugar al fútbol ¿se acuerdan? Bueno, cuando el equipo se disolvió volví al otro deporte que siempre quise, la pelota a paleta. Jugaba y también iba a ver a todos los fenómenos de entonces, pero sobre todo a Delguy y, a veces, una escapadita a la provincia si jugaba el Manco.
- Vos sabés que yo recién había entrado al banco cuando vi por primera vez a Micelli, Cecconato...- saltó el Viejo, que era sordo de los dos laterales y muy hincha de los pechofríos.
Cuando terminaron de explicarle de qué estaba hablando pude seguir diciendo que un día- no me pregunten por qué- me desperté decidido a desafiar a Delguy. Y a partir de ese momento, de ese capricho asombroso aparecido quién sabe de qué rincón de mi cabeza de admirador absoluto empecé a buscar la manera de concretar el partido. Les aclaro que Delguy no jugaba a nada si no había un mango de por medio, a menos que fuera para ayudar a algún amigo, a alguien que necesitara una mano, pero después, ni con una botella de wisky encima entraba al trinquete por el simple gusto de pelotear.
Un tiempito después me enteré que Delguy hacía una exhibición en el club Moreno. Lo fui a ver. Esa noche jugó tres partidos a veinte tantos cada uno. El primero, un mano a mano, él con una bicicleta en la izquierda.
- ¡Era ciclista!- explotó el Negro ahogándose de risa. Fillol acompañó la salida apurando su copita de champán, como en otro mundo. El Chancho miraba a todos buscando complicidad. Otra vez intervino el Polaco.
Néstor Delguy (1980)
- Chancho, reíte cuando llegue la mentira, ahora el Sordo está diciendo la verdad.
Les aclaré que no les daba bola y que Delguy jugaba con una bici en la zurda y la paleta en la derecha. Corría la pelota llevando la bici. Esa era una de las ventajas que daba a su rival. Aquel partido lo ganó por seis o siete tantos. El segundo fue más bravo, otro mano a mano, pero él cargando una bolsa de cemento de cincuenta kilos.
El Viejo irrumpió otra vez para decir que el gol de Grillo a los ingleses merecía un bronce en la Plaza de la República, así que le sirvieron más vino.
A esa altura - seguí- la gente deliraba; sobre todo los que le habían confiado sus buenos mangos. Lo ganó 20 a l7. El tercero fue un trámite: le dio dos piques a su rival y él jugó pegando sólo de revés de zurda. El vasquito Urriolabeitía, un amigo de la pelota paleta me hizo el entre porque yo no me animaba a acercarme, tanta era la admiración que le tenía a ese tipo. Delguy le había dicho al vasco que me podía recibir pero a la madrugada, cuando terminara una mesa de póquer, que me diera una vuelta a eso de las siete de la mañana.
El Polaco cortó el relato. Se levantó de su silla y vino a sentarse a mi lado. Estaba desplegando sus mejores dotes teatrales. Miró a todos, me pasó un brazo por los hombros-algo así como una boa deslizándose por mi espalda- y avisó blandiendo un dedo índice:
- Este se está jugando la vida y lo sabe. No sé ustedes, pero a esta altura pago por saber adónde va.
A las seis de la mañana del día siguiente estaba ahí, sin dormir, a la espera de que Delguy dejara la mesa. Con media hora de atraso se asomó al bar, me vio y se acercó encendiendo un cigarrillo.
- Bueno, pibe, me dice el vasquito que quiere hablar conmigo.
Como si tuviese una pelotita en la garganta, tragué y sólo le dije:
- Quiero jugarle un mano a mano.
Delguy era dos metros de altura y uno de percha. Fumaba como un murciélago y el vaso de whisky lo seguía como un perrito faldero. No se le movió un pelo.
- ¿Y usted dónde juega, con quiénes, por cuanto?
- Yo ahora estoy jugando en el club La Paternal -balbuceé-, con un grupo de amigos, todos aficionados, como yo. Y por plata no, por jugar.
- Escuche, muchacho, yo tengo cincuenta años, no sé si me conoce, si me ha visto jugar, en fin. Yo juego por dinero, digamos que soy un profesional, vivo de esto, pero no soy ningún estafador, yo no le robo la plata a nadie. Una cosa es que venga un gringo millonario y quiera jugarse la que tiene nada más que para decir que jugó conmigo o en contra, pero usted no es del ambiente y aquí se escolasea mucho.
- Vea, Delguy, yo lo conozco, lo admiro, sé que no le puedo ganar aunque usted juegue estaqueado, pero tengo que hacerlo, no me pregunte por qué. Yo laburo, guita no tengo, pero algunos pesos puedo juntar.
Delguy se sonrió, se le desacomodó el bigote finito que le cortaba la cara por la mitad. Le di pena, lo reconozco. Me miró con ternura y me preguntó la edad. Le canté veinticinco y se aflojó, tiró la mitad de sus dos metros sobre el respaldo de la silla y miró hacia algún horizonte.
- Yo le puedo prestar unos pesos, está el vasquito de por medio, no hay problema.
- Pero yo le quiero jugar, no es la guita...solamente.
- Mire, pibe, esto no me pasó nunca. No sé por qué lo hago, pero está bien, si insiste lo hacemos. Eso sí, tiene que ser por alguna plata y no debe enterarse nadie. Si jugamos, que quede entre usted y yo. Busque dónde, piense cuánto y dígame qué ventaja quiere.
Juan Castagnino, Enrique Pinni, Juan y Leonardo Castagnino. Trinqueta de GEBA (2005)
- Sin ventaja- me salió.
Sentí que el Polaco se tensó. Me pegó un apretón que por poco me junta las dos hileras de costillas. Me dijo al oído: “Estás mintiendo en exceso, pedazo de hijo de puta, pará la mano, no te aprovechés de los muchachos, que de esto no saben nada”.
- Ya le di las condiciones. Se lo voy a decir clarito. Yo a los chambones como usted les doy ventaja; si no, me aburro. Le digo más: tome nota ahora. Puedo jugarle a 30 tantos con estas variantes: Una bicicleta en la zurda, una bolsa de cemento al hombro, las muñecas atadas a la paleta, o pegando solamente entre las piernas; con un banquito de guitarrero atado al culo y pegando sentado; tengo una paleta cortada, así que le puedo jugar con la cabeza de la herramienta o, si quiere, la doy vuelta y pego solamente con el mango.
Hizo una pausa, como si buscara qué otras cosas podía ofrecerme mientras yo me iba achicando en la silla, pero al mismo tiempo sintiendo que tenía cerca el objetivo.
- Bueno -agregó al fin- si le parece voy como un jugador de fútbol, pegándole con los pies; o si quiere a mano limpia o reemplazo la paleta por una botella de ginebra Llave.
- Entonces -se me volvió a escapar- ¿libres los dos, mano a mano, no?
Ni me miró. Se levantó de la mesa y se fue.
El Polaco se indignó un poco y dijo que se iba igual que Delguy pero los demás lo acusaron de ser el culpable de que todavía me siguieran escuchando. “Ahora te la bancás” -le gritaron a coro y el Pelado, divertido y sinuoso como siempre la jugó de jefe: “Sordo, seguí”.
Al otro día, el vasquito Urriolabeitía fue al club y le llevó a Delguy mi propuesta. Porque yo había entendido todo, lo que pasa es que a las siete de la mañana y sin dormir soy capaz de decir cualquier cosa. La plata, mil pesos; la cancha, el trinquete de la calle Bulnes; el día, 29 de agosto a la una de la madrugada; el juez, don Luis Zubeldía. Y a cara de perro.
- Ya sé la ventaja que le pediste, Sordo -saltó Fillol-: ¡Todas!
Festejaron la salida, pero me dejaron contar que le pedí entrar ganando 29 a 0, que él fuera de revés de zurda y que todos los saques fueran míos. Según el vasquito Delguy dijo “bueno”.
Estuve veinte días sin fumar, le dije a mi mujer que en esos días me dejara dormir hasta que el cuerpo quisiera, me di masajes, me entrené como nunca.
Llegó el día. Dormí hasta las dos de la tarde. Almorcé y me fui a la cama otra vez. Me levanté a las siete de la tarde. Es decir, lo mismo que Delguy había hecho toda su vida. Llegué al club a las doce. Media hora después llegó él y me vio peloteando en la cancha. Creo que me saludó mientras recorría a las zancadas el pasillo que bordeaba el trinquete hacia el vestuario. A la una en punto entró arqueándose por la puertita de madera del fondo. Detrás, don Luis, nuestro árbitro.
- ¿El partido lo vas a contar en tiempo real? -siguió el Chancho con sus sarcasmos, pero no le di bola.
Zubeldía repasó las condiciones en que se iba a jugar el partido y recibió de cada uno los mil pesos de la apuesta. Y a vos, Chancho- lo señalé-, te digo que el partido duró diez minutos. El Polaco saltó de la silla; su risotada, en el boliche ya casi vacío, rebotó por las paredes.
- No ha lugar, hagan callar a ese tipo - ijo con voz grave el Inglés, mi inesperado abogado defensor, envuelto en humo de faso y vahos de alcohol.
Hice el primer saque bien alto para que después de tocar la pared fuera a pegar en la puertita de entrada a la cancha .Escuché una explosión. Era Delguy que la había devuelto de contra, dándole con el revés a la pared del fondo. La pelota voló hacia el frontón y cayó en el 2. La agarré de aire y le metí un palazo a la izquierda, como para que picara corto y se clavara en la reja. Cuando sentí el contacto de la paleta con la pelota dije tanto, le gané. Pero cuando me di vuelta, no sé cómo, Delguy estaba ahí, acariciándola para que fuera a la derecha, a media altura. La pelota se murió en el fondo mientras yo la miraba de lejos: 29 a l.
Y así siguió. Saque mío, tanto de Delguy. Probé todo lo que sabía. Cuando lo veía atrasado le tiraba dos paredes cortas o un tambur bien bajito; cuando se venía adelante la jugaba flojita atrás, alta o baja. Nada, siempre llegaba. Siempre llegó. Hasta que escuché la voz, o mejor dicho, el grito de don Luis cuando cantó “¡iguales veintinueve!”.
Me quedaba el último saque. Fui hasta la cajita del fondo caminando despacio, respirando hondo, secándome la transpiración con la muñequera de toalla. Abrí la puertita, hundí la mano derecha en la bandeja con resina, me restregué las manos, se las pasé al mango de la paleta. Volví al 3 caminando lento. Miré a mi rival y dije “va”. Más que con fuerza le pegue con necesidad. La de recuperar la plata que me habían prestado para la apuesta- tres de mis sueldos de entonces- y eventualmente ganarme otros tres.
Le pegué con lo que me quedaba de brazo, sin fuerza y con alguna esperancita, que es lo que se pierde siempre, pero al final. Lo que me salió fue una pelota absurda, entregada, estúpida. Mientras ella viajaba haciendo una comba babosa bajé la paleta entregado. Y así me quedé, paralizado, observando la elipse del carboncito de goma que empezaba a bajar mientras Delguy la esperaba tranquilo, seguro de la cita con ella. Entonces vi que la pelota daba exactamente en el borde que forman la pared y el piso. La negrita se desinfló, murió al instante. Cuando Delguy se dobló como una hoja de diario para meter la pala, debajo de la pelota no había ni medio centímetro de aire, nada, solamente piso. Zubeldía gritó “¡partido!” y Delguy, con los brazos en jarra, me miró mientras se mordía el labio superior. Después, dirigiéndose a don Luis le preguntó si alguna vez había visto a alguien con semejante culo.
Me acerqué hasta él; mi mano desapareció en la suya.
- Por favor, Delguy, discúlpeme.
- No se disculpe, así es el juego. Mejor le pido un favor yo a usted.
- Lo que quiera.
- Si puede, no le cuente esto a nadie, por lo menos hasta que yo me muera.
El Narigón fue el primero en reaccionar.
- ¿Entonces le ganaste en serio?
- Y...si- contesté- ¿qué querés, que les mienta? Fue de casualidad, pero le gané.
- Bué - selló el Polaco-, brindemos por el Sordo.
Levantamos las copas, pero corregí:
- Mejor brindemos por el maestro Delguy, que murió ayer.