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CAPTURA DE LOS RESPONSABLES DE BARRANCA YACO
José Vicente Reinafé
01 La renuncia de los Reinafé
02 La cacería de los responsables
03 El arresto de Santos Pérez
04 El coronel Francisco Reinafé se aleja
05 Francisco; fuga y muerte
06 Fuentes
07 Atículos relacionados
Los hermanos Reinafé
Pese a las actitudes para desviar las sospechas de culpabilidad de los hermanos Reinafé y las intrigas para involucrar a Ibarra, Rosas o Estanislao López, no se logra este objetivo. Ante las evidencias, López termina por desentenderse de una protección, poniéndose de parte de quienes los acusan. Esta actitud termina con las últimas esperanzas de los Reinafé. Ahora sí se saben perdidos, y en este momento angustioso, los demás hermanos se ven privados del consejo de Francisco, quien sale rápidamente de la ciudad de Córdoba, para volver a ponerse al frente de las tropas que tiene a sus órdenes.
Lo primero que se les ocurre es levantar en armas la provincia, como protesta y resistencia a la intervención invasora de los gobiernos del litoral. Nada han de poder contra todo el país, pero son hombres de armas tomar, y morir por morir, quizá sea mejor enfrentando al enemigo en la pelea que sometido a él. Creen tener fuerzas, por lo menos para el período inicial de la resistencia: "El coronel Reinafé manda la guarnición de la frontera, compuesta de fuerzas veteranas. El comandante don Guillermo dispone de las milicias organizadas del norte. Se explora el ánimo de los prestigiosos jefes del Oeste y Sur, los comandantes Camilo Isleño, José R. Luque y Manuel López; pero ellos declaran que sólo obedecen a las órdenes del general López. La ciudad les es hostil y la campaña ya está sublevada. El plan de resistencia queda muerto", -señala, Ramón J. Cárcano.
Una coincidencia incide para que José Vicente Reinafé no tenga que ser arrojado del poder. Termina su mandato en estos días, el 7 de agosto. Entonces, la legislatura "a mérito -según su propia declaración- de la intimación hecha por el Excmo. señor gobernador de Buenos Aires y Santa Fe", nombra gobernador alcontador de hacienda de la provincia, don Pedro Nolasco Rodríguez, aunque con carácter interino. El propio José Vicente Reinafé, que es amigo de aquél, interviene para que lo designen en su reemplazo. También es de acuerdo con él, siempre para evitar "nuevos entorpecimientos” que se declara cesantes en sus empleos militares al comandante Guillermo Reinafé y al coronel Francisco, su hermano.
Rodríguez pertenece a una familia tradicional e influyente. Ha militado antes en las filas del general Paz, pero luego desempeña importantes funciones junto a los Reinafé, de quienes llega a convertirse en un hombre de gran confianza. Por eso le entregan el gobierno, y también porque lo consideran "honesto y activo, decidido y enérgico, de numerosas vinculaciones en la provincia y de prestigio en la opinión".
Con un hombre así, los Reinafé se consideran temporalmente a salvo de cualquier sorpresa, Mas he aquí que lo primero que hace el leal amigo es decretar la prisión de sus antiguos protectores. Tres de los hermanos Reinafé logran huir, pero uno de ellos, precisamente el gobernador, va a la cárcel. Presionado por Rosas y por López, a pesar de haber sido un incondicional de los Reinafé, Rodríguez se convierte en el más obstinado perseguidor de ellos, y como para cumplir con sus nuevos deberes necesita hombres de confianza, que persigan sin recato a los asesinos de Quiroga, "encomienda la pesquisa al comandante Sixto Casanova, de pocas luces, guerrillero en la época del general Paz a las órdenes de los Reinafé, conocedor de la provincia, especialmente en la región del Norte; astuto y diligente".
Como lo anterior no le parece suficiente, para demostrar el celo con que desea servir a sus nuevos jefes, Rodríguez ordena la formación de un nuevo sumario, que deberá correr a cargo, del auditor de guerra, licenciado Francisco Delgado, a cuya disposición pone " al ex gobernador don José Vicente y demás reos presuntos que han sido capturados, como asimismo a los que en adelante se aprehendieren".
El espectáculo que ofrece el gobernador Rodríguez no es muy edificante, pero tampoco se diferencia fundamentalmente, del que suelen ofrecer otros hombres en circunstancias semejantes.
La cacería de los responsables
Tan pronto como está listo para iniciar la tarea, el comandante Casanova establece su cuartel general en el departamento Totoral, situado en el norte de la provincia, y da comienzo a su pesquisa, mientras el gobernador Rodríguez hace publicar un bando por medio del cual se previene al pueblo que será castigado con la pena de muerte, "todo el que hospede en su casa o ampare en cualquier forma a los autores y cómplices del crimen, a los que reserven noticias sobre su paradero y a los que guarden cualquier producto del saqueo".
Los primeros en caer son los hombres de la partida, los mismos que, después de haber asesinado a Quiroga, continúan prestando servicio en las milicias. Después caen los cómplices, los que habiendo sabido que iba a cometerse el atentado no lo denuncian, o aquellos que, habiendo tenido noticias posteriores de su realización, guardan silencio. Así comienzan a llenarse las cárceles, y así se inician las constancias de un sumario que crece rápidamente.
Casanova busca desesperadamente al comandante Guillermo Reinafé, que alguna vez fue su jefe, pero aquél no aparece por ninguna parte. Lo mismo ocurre con Santos Pérez, cuyo paradero se convierte en una incógnita.
Entre tanto, Guillermo Reinafé pasa los días y las noches oculto en los montes, dominado por un profundo abatimiento, desconfiando de todos, inclusive de sus amigos y servidores más fieles, a cuyas estancias o ranchos se niega a concurrir cuando le ofrecen un refugio más adecuado. A uno de estos amigos, Matías Bustamante, que es quien frecuentemente le lleva víveres al monte, le confiesa en cierta oportunidad:
- Si yo padezco, es por no ser acusador de un hermano. Soy un subalterno, por lo cual me he visto obligado a obedecer.
Los temores de Guillermo Reinafé aumentan, cuando se entera de que acaba de sumarse a los perseguidores el mayor Nicolás Villarroel, antiguo oficial de Quiroga, a quien acompaña un piquete de llaneros. Alarmado ante la creencia de que si aquellos hombres logran localizarlo, lo pasarán a degüello en el acto, Guillermo Reinafé busca refugio en unos montes situados cerca de Barranca Yaco. Y es precisamente aquí, "en el fondo de un anfiteatro de cerros escarpados, en un bosque impenetrable", donde el mayor Villarroel lo sorprende, mientras trata de pasar inadvertido cubriéndose con troncos y con ramas.
Cuando lo descubren no intenta la menor resistencia. Tampoco cuando le colocan una barra de grillos para conducirlo preso. Una vez en la oficina del instructor del sumario, responde con veracidad a las preguntas que le formulan. Ni siquiera niega poseer documentos u objetos que le entregan, procedentes de la galera donde el general Quiroga es asesinado.
Cuando el mayor Villarroel le pregunta si tenía conocimiento de que esos efectos y documentos pertenecían al general Quiroga, responde afirmativamente:
- Sí, y no lo he manifestado, ni preso a Santos Pérez, por no descubrir a mis hermanos, pues mi jefe, Francisco, le había encomendado el asesinato, ofreciéndole mil pesos para gratificar a la tropa de asesinos. El gobernador me ordenaba por chasqui auxiliar al General Quiroga con una escolta hasta la ciudad, y al mismo tiempo traía las instrucciones de Francisco para mí y para Santos. El mismo día de Barranca Yaco el gobernador me repitió la orden sobre el auxilio de la escolta; pero el chasqui Mateo Márquez, hijo del maestro de Postas de Macha, don Marcelo Márquez, llegó a las cuatro de la tarde, y Quiroga había sido muerto antes del medio día".
He aquí, pues, la confesión plena del delito, efectuada por uno de los principales responsables.
El arresto de Santos Pérez
Santos Pérez es el más audaz de todos. El único que no parece temer a la muerte. El que inclusive llega a renunciar a su propia libertad cuando lo hastía la vida sin sentido que lleva. Antes de que Casanova intensifique sus actividades, con la ayuda de las tropas riojanas de Villarroel, Santos Pérez recorre libremente los departamentos del norte, y hasta concurre a las diversiones, cuando ya su antiguo jefe, el ex gobernador José Vicente Reinafé, está en la cárcel.
En cierta oportunidad, mientras se desarrollan unas carreras cuadreras en la población de Tulumba, habiéndolo consultado, algunos de sus cómplices sobre lo que deben hacer si los detienen o los interrogan, les responde:
- Si los llaman a declarar, no nieguen cosa alguna, pues yo he hecho esto por orden que tenía de mis jefes.
Estas palabras no significan que Santos Pérez sea capaz de denunciar a sus jefes. Por el contrario, evidencian que está dispuesto a proteger a sus subalternos. Antes y después de Barranca Yaco, él es leal hasta en el cumplimiento de aquellas acciones cuyo sentido no entiende.
Ya producida la muerte de Quiroga, cuando el gobierno de los Reinafé simula estar persiguiendo a los culpables, el comandante Guillermo Reinafé le manda una carta con Miguel Ruiz, sargento mayor de Ischilín, en la que le ordena salir a perseguir a los asesinos con su partida. Santos Pérez no entiende cómo puede salir a buscar otros asesinos que no sean los mandados por él mismo. Se hace leer nuevamente la carta y luego comenta:
- Vea, amigo. Yo no ando escogiendo lugar para morir; y así, si alguna vez las provincias reclaman este hecho, nada me importa que me fusilen para vindicarse, porque si don Francisco Reinafé algún día me manda a llamar, y me manda decir que es para fusilarme he de ir con gusto.
Es esta entereza, este valor nunca desmentido de Santos Pérez, esta arrogancia sin asomo de petulancia, este sentido suyo tan criollo del culto del coraje y del respeto a la amistad, este desprecio por la vida y esta falta de temor ante la muerte, lo que le conquista las simpatías del paisanaje, y lo que le permite encontrar amigos aun en los momentos de mayor desgracia.
Casanova, que ya tiene en su poder a Guillermo Reinafé, no sabe qué hacer para arrestar a Santos Pérez, a quien ni los milicianos más valientes se atreven a perseguir cuando se interna por los montes. Después de muchos intentos y cavilaciones, el comandante Casanova consigue que un amigo de Santos Pérez le comunique de su parte que si se presenta voluntariamente, además de tratársele con toda consideración, se le concederá el indulto.
- Dígale a Santos Pérez que no habrá grillos ni torturas. Únicamente se quiere saber la verdad sobre la intervención de los Reinafé, de Rosas, López y otros gobernadores. En pocos días saldrá absuelto y libre.
El amigo de Casanova cumple la comisión y Santos Pérez acepta. Pero una vez preso, cuando sospecha que sólo se trata de utilizarlo para arrestar a su amigo y jefe, el coronel Francisco Reinafé, huye de la prisión protegido por sus propios guardias. Casanova se enfurece y no encontrando mejor camino comienza a perseguir y a castigar violentamente a todo sospechoso de proteger o de apañar a Santos Pérez. Así le van cerrando las puertas, sin que llegue a quedarle otro amigo que Patricio Bustamante, hombre acaudalado que, a pesar de todo lo que de él se diga, sigue admirando a Santos Pérez. Enterado Casanova de esta protección cae también sobre Bustamante, quien tiene que dejar de proteger al prófugo.
El aislamiento, la soledad y quizás un principio de remordimiento comienzan a minar el ánimo de Santos Pérez. Su voluntad se debilita; sus resoluciones ya no son tan firmes como antes. Habla de alejarse de Córdoba rumbo a Catamarca o a La Rioja; después cambia de idea para elegir a Jujuy o a Chile. Pero no se resuelve nunca, aunque, conocedor como es de esos montes y sierras, le sería fácil huir para cualquiera de esos sitios.
Cierto día un amigo campesino va a verlo al monte de los Coritos, donde se encuentra refugiado, y Santos Pérez le pregunta:
¿Qué ruta podría tomar segura para La Rioja, o provincias de arriba, o para las de abajo, o para cualquier otro destino?
Luis Vera, -que así se llama el amigo-, no sabe qué decirle. Entonces Santos Pérez cambia de conversación y al despedirse comenta:
- Me voy para Las Toscas y me muero de hambre. No puedo ni dormir. A cada rato me despierta el grito de ¡mamita!
"El grito" que Santos Pérez escucha es el mismo que brota de labios de un niño de doce años, a quien manda degollar en Barranca Yaco.
Antes de dejar de visitarlo, debido a la presión de Casanova, Patricio Bustamante lo pone en contacto con un paisano de nombre Martiniano Figueroa, quien va a verlo al monte y le confiesa que habiendo encontrado a un antiguo asistente de aquél, llamado Santos Quínteros, acaba de indicarle dónde se encuentra, para que se ocupe de auxiliarlo.
- Ya usted me ha descubierto -responde Santos Pérez- A buen sujeto me ha presentado don Patricio Bustamante. Ahora me voy a presentar al comandante Casanova.
Ya no tiene ánimo ni para seguir huyendo, las privaciones lo agotan, la soledad lo deprime, los remordimientos lo agobian. ¿A qué seguir huyendo, si tendrá que caer tarde o temprano? No es así. No tiene por qué caer. Aún está en condiciones de alejarse de allí. Los bosques son impenetrables, las sierras inmensas.
Una tarde se dirige silenciosamente a la ciudad. Por primera vez en muchos años, va sin armas. Desde la ciudad, a la que llega ya entrada la noche, marcha hacia una quinta situada cerca del Paseo de Sobremonte. Aquí vive su amante. Una joven de veinte años, cuyo padre tiene conocimiento y tolera las vinculaciones de la hija con Santos Pérez, quien pasa la noche en el rancho, junto a ella. Mientras Santos Pérez vive la última etapa de aquel romance, el padre de la mujer lo denuncia. A la mañana siguiente, cuando el capitán se levanta, la partida lo está esperando. El oficial que la manda se prepara para pelear. Y no es para menos, dada la fama del hombre a quien se propone arrestar. Pero no hay tal pelea. Santos Pérez sale del rancho y dice, sin siquiera alterar el tono de su voz:
- Aquí estoy. He venido a entregarme. No tengo armas.
El oficial lo mira estupefacto, y no sabiendo qué otra cosa hacer, dice, casi murmurando:
- Marche, capitán. Marche.
El coronel Francisco Reinafé se aleja
Poco tiempo después de haber iniciado sus gestiones el comandante Casanova, están en la cárcel Santos Pérez y dos de los hermanos Reinafé. Faltan los otros: José Antonio, el intelectual, y Francisco, el hombre de armas. El primero de ellos consigue la ayuda de su pariente Cornelio Moyano, gran conocedor de las fronteras, como vista de Aduana que es, y huye rumbo a Bolivia, por el camino de Catamarca.
José Antonio tiene dinero, está muy bien relacionado y la fuga se organiza cuidadosamente, con buenos caballos y recursos suficientes para el tiempo que sea necesario. Encuentra aliados en el camino, pero su situación comienza a parecer comprometida cuando, al llegar a la zona de Ischilín, corre la versión de que lleva un gran cargamento de plata. Al enterarse de la versión que circula, los prófugos tiemblan, porque los caminos del norte están llenos de salteadores.
Además, ellos saben que el gobierno, empobrecido como se encuentra, busca más afanosamente a los dineros que a los reos. Tienen que salir de los caminos frecuentados, para internarse por la sierra y por los montes. Así llegan a territorio boliviano, pero cuando ya están allí, cuando se consideran definitivamente en salvo, el gobernador de Tucumán se entera del lugar donde se ocultan, piensa que allí han de estar también las "bolsas" con plata y, desconociendo las normas del asilo político, pasa la frontera y los toma presos.
Ahora sólo queda en libertad el coronel Francisco Reinafé, el más capaz y el más buscado de los cuatro hermanos, quien después de que desiste de toda resistencia, permanece aun varios días en la ciudad de Córdoba. Al igual que Santos Pérez, Francisco es protagonista de un romance, pero no con una querida, sino con una novia. Se trata de Clara Oliva, hermosa joven, hija de don Clemente Oliva, acaudalado vecino del lugar.
Francisco, que ama sinceramente a su novia, no quiere alejarse de la ciudad sin despedirse de ella y va a la casa a visitarla. "La familia le recibe reunida y nadie ignora la gravedad de las circunstancias. Hay un ambiente de tristes presentimientos." Francisco niega haber participado en la muerte de Quiroga. Dice que son calumnias de los cordobeses partidarios de aquél, quienes han convencido a Rosas de que los persiga. Asegura que él y sus hermanos podrían resistir por medio de las armas, pero que no quieren asumir la responsabilidad de que se encienda la guerra civil nuevamente. En el momento de despedirse, dispuesto a salir del país, le dice a la novia:
- Yo me alejo, sin poder precisar la fecha de mi regreso. Si no pudiera volver pronto, apenas fije mi residencia, nuestro matrimonio se realizará por poder, y el señor don Clemente me ha prometido conducir a Clarita a donde me establezca.
Relatos de la época aseguran que la novia mantiene una actitud digna, cuando lo acompaña para despedirlo en la puerta, donde "le ofrece cien onzas de oro ahorradas para su canastilla de bodas", que Reinafé rehusa conmovido, asegurándole que "a un hombre de trabajo no le faltarán recursos".
Después de abandonar la casa de la novia, Francisco va a reunirse con su escolta, en total veinte hombres, y parte resueltamente hacia Río Cuarto. "En Laguna Larga, en el lugar conocido por Pozo de Moreyra, un destacamento al mando del
comandante Camilo Isleño sorprende y captura a la guardia del coronel con los caballos de tiro y carga. Reinafé logra escapar seguido de cuatro soldados."
Cuando llega a Río Cuarto se siente seguro. Esos son sus dominios. Nadie se atreverá a atacarlo. En un gesto de altivez muy propio de su temperamento, en lugar de ocultarse va y se instala ostensiblemente en casa del comandante Samamé, su amigo, además de jefe de las tropas que él mismo pusiese una vez a sus órdenes, y de cuya lealtad está seguro.
En estos momentos, el comandante Juan Bautista Moreyra, después de haber reemplazado a Reinafé en el mando de las fuerzas de la frontera, recibe instrucciones en el sentido de que debe arrestarlo y remitirlo a la ciudad de Córdoba. Moreyra se niega a cumplir las órdenes. "Una estrecha vinculación y largos servicios le unen a don Francisco, y teme, además, que se subleven los regimientos para librar a su coronel."
Moreyra es reemplazado por el comandante José Celman, quien intima a Reinafé para que se presente, a fin de que lo remita detenido a Córdoba. El coronel acepta. Fija fecha para su partida hacia la capital de la provincia, acompañado por una custodia de veinticinco hombres, pero exige que entre tanto se le deje en libertad plena, condición que el nuevo comandante militar acepta. "No debe esta franquicia únicamente a su amistad con el comandante Celman. Se sabe que los oficiales más prestigiosos de la guarnición no consentirían la prisión de su antiguo jefe, y entonces se procede con prudencia."
Reinafé está seguro de la solidaridad de la guarnición de Río Cuarto y de las tropas de la frontera. Por eso prepara su fuga tratando de no comprometer a nadie, y de no aparecer como un cobarde. En vísperas del día en que tiene que darse preso, se pone ropas de paisano, reúne diez caballos de los mejores que hay en la localidad, entre ellos tres parejeros famosos y va a la casa del cura Argañaraz, de donde parte en compañía de éste, su amigo Pedro Orellana, un oficial llamado Cabral.y Gabriel Rivarola, baqueano "de las tierras del sur". En lugar de avanzar hacia Córdoba lo hacen en dirección opuesta, llegan a la chacra de Payán, desde donde regresan el cura Argañaraz y el oficial Orellana, mientras Francisco Reinafé sigue hacia el sur, abandonando los caminos conocidos, cortando campos por La Carlota y Melincué, hasta internarse en el desierto. Así continúan hasta el lugar denominado Las Rositas, donde " los sorprende una partida destacada en su alcance".
El prófugo parece perdido. Pero, ¿quién, entre estos veteranos de la frontera, se atreve a detener a su antiguo coronel, o a permitir que lo detengan? Reinafé se impone con la sola acción de su presencia, y luego, para que puedan justificarse, "entrega a sus perseguidores, como prendas abandonadas en la fuga, una pequeña valija de ropa usada y los caballos cansados, y, continúa el viaje tranquilamente sobre los caballos famosos".
Cuando llega a la Villa del Rosario se instala en la casa del sargento Suero, antiguo subordinado suyo y descansa cuatro días, en unión de los dos amigos que lo siguen desde Río Cuarto. Orellana parte a Rosario en desempeño de una comisión, y regresa acompañado por un tal Esquivel, hermano del comandante de la plaza. Al día siguiente el coronel emprende viaje acompañado de sus tres amigos y servidores. Llegan a la noche al puerto de Rosario, y atracada a la orilla del río encuentran una balandra, cuyo patrón, un portugués, Narciso Díaz, está casado con una sobrina política de Esquivel. Esta misma noche la balandra pone proa rumbo al puerto de Montevideo.
Fuga y muerte de Francisco Reinafé
La fuga del coronel Francisco Reinafé aparece rodeada de cierto misterio, y resulta difícil explicársela sino mediante la complicidad de unas cuantas personas, y mediante la posesión, por parte de él, de grandes sumas de dinero, con las que va comprando todos los enemigos que encuentra al frente, o despejando todos los obstáculos que le salen al paso.
¿Por qué, al ir a embarcarse en el puerto de Rosario, el coronel Reinafé es acompañado por las autoridades santafesinas? ¿Han recibido ellas órdenes de hacerlo así, lo hacen por simpatía al prófugo, o éste las compra?
Se sospecha que pueden mediar órdenes del gobernador Estanislao López, en cuya jurisdicción se encuentra, y la suposición no es muy absurda. ¿Acaso no han sido amigos los Reinafé y Estanislao López? ¿No fue por esa solidaridad que conquistan la antipatía de Quiroga y motivan la persecución del mismo?
La verdad es que el coronel Francisco Reinafé llega sin ningún inconveniente hasta Montevideo, donde se le recibe, no como un supuesto criminal, sino como a un importante refugiado político. Durante los primeros días vive en la casa del general Lavalleja, héroe de los uruguayos. Lo visitan y lo agasajan los principales unitarios aquí refugiados. Nadie cree ni quiere creer, o finge no creer que es el autor intelectual de la muerte de Quiroga.
Por propia iniciativa, o siguiendo los consejos de sus amigos, en el momento en que la culpabilidad de sus hermanos surge en forma evidente, trata de aparecer inocente, admitiendo la culpabilidad de ellos.
- Me quería hacer cómplice mi hermano Vicente, siendo él quien lo había mandado matar.
A medida que transcurre el tiempo, los cosas van cambiando. Los unitarios emigrados tratan de esquivarlo. Los amigos uruguayos del primer momento lo hacen a un lado. Le faltan recursos económicos. Cuando uno de sus antiguos ayudantes llega a Montevideo para visitarlo, lo manda de regreso con seis cartas para amigos de Córdoba, a quienes les solicita ayuda económica. Entre estos amigos está su futuro suegro.
La última aventura del coronel Francisco Reinafé, la de su destierro, es sumamente amarga.
"En Montevideo -dice Ramón J. Cárcano- el coronel no siente la cálida acogida de los primeros meses de su fuga. Pronto advierte que los emigrados rehuyen su trato y le vuelven la espalda. No lo estiman ni le temen. No faltan noticias fidedignas de Barranca Yaco. Muchos no reservan el desprecio y empiezan a escupir con safia sobre el proscripto indefenso. Oscuro y desvalido, peregrina por ciudades y pueblos del Uruguay y Brasil, sumido en la miseria del destierro, sin energías morales, sin trabajo ni recursos, batido por la tempestad. Consigue alguna protección del general Rivera y vive a su amparo, atisbando, mejores días. Conoce los cambios políticos operados en Córdoba y sabe que sus mejores amigos están proscriptos o sirven incondicionalmente al gobernador López. Procura, sin embargo, aproximarse a su provincia confiado siempre en nuevos hechos que modifiquen la situación."
Vive así, durante años, pero al aproximarse su vejez, antes de que sea demasiado tarde para un gesto heroico, se enrola en las filas de quienes salen del Uruguay para pelear contra Rosas. Participa en la acción de Cayastá, donde es de los últimos en abandonar el campo después de la derrota. Se bate en retirada y cuando una partida está próxima a capturarlo, él, que no sabe nadar, se arroja a las aguas del río Paraná y muere ahogado.
Leonardo Castagnino
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Fuentes:
- Castagnino Leonardo Juan Manuel de Rosas. La ley y el orden
- Newton, Jorge – Juan Facundo Quiroga, Aventura y leyenda.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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