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EL DULCE DE LECHE Y LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL: LA VERDADERA HISTORIA
(Por Leonardo Castagnino de mi libro ¿Quien inventó del dulce de leche?)
                          

Bolivar y San Martín
(01) San Martin, Bolivar y el Dr.Francia
(02) Fuentes
(03) Artículos relacionados.


San Martin, Bolivar y el Dr. Francia

Cuando San Martín derrota a los realistas en Perú, elige diputados que tuvieron la intensión de nombrarlo Dictador. Pero el título hería la modestia de Don José, de modo que se cambió el titulo por el de “Fundador de la Libertad del Perú y Generalísimo de las Armas”.

Pero la libertad americana no estaba todavía definida con la sola toma de Perú, ya que don Simón Bolívar tenía su corazoncito y su genio díscolo, y le mandó un chasque expreso San Martín para discutirlo personalmente en Guayaquil, mesa de por medio. Pero la cosa no era sencilla, porque los eminentísimos generales (por entonces candidatos a próceres) se desconfiaban mutuamente, y aun de sus acompañantes y servicio. Estaban muy sensibilizados por algunos hechos precedentes. A Don Simón le habían servido unos dulces envenenados que casi le hacen perder la Gran Colombia. Por su parte San Martín, en Mendoza, había consumido unos morrones en mal estado que le había remitido Rivadavia desde Buenos Aires, que lo provocaron una corredera de la gran siete.

La charla alrededor de la mesa fue tensa desde un primer momento. La primera disidencia fue por la ubicación de las sillas. Ninguno quería quedar de espadas a la puerta de entrada, ni de espaldas a la ventana, desde donde pudiera recibir un trabucazo. La segunda disidencia fue quién tomaba el primer mate. Ambos desconfiaban de la cebadora, que era una mulata de pocas palabras y con cara de pocos amigos. Pero faltaba aún la parte más ríspida de la entrevista: ¿quién se quedaría con los laureles de la conquista?

Obras de Leonardo Castagnino Decidieron poner las cartas sobre la mesa. Don Simón puso grandes fuerzas y recursos: ejércitos enteros con infantería, caballería, artillería y un sinnúmero de recursos. Las fuerzas de San Martín no eran pocas, y pese a las fatigas de los Granaderos, traían el optimismo producto de sus últimas victorias. Pero Don José tenía un punto débil: estaba medio flaco de recursos, porque desde Buenos Aires Rivadavia le boicoteaba toda la campaña desde la misma salida de Mendoza. Rivadavia estaba ocupado en redactar una montaña de decretos, aunque no pudiera cumplirlos, y estaba más preocupado por dotar de ochavas a Buenos Aires para que se parezca a Europa, que por la campaña libertadora. “¿Qué me importa a mi conquistar Lima –se le escuchó decir a Rivadavia- donde apenas llueven seis milímetros por año, cuando acá tenemos campos inmensos donde sobra lluvia y pasto? Acá tememos toda una pampa que se inunda a cada rato… ¿y nos vamos a ocupar de ese desierto del altiplano? … no vale la pena –se le oyó decir- que se lo regalen a Sucre.”

La cuestión no estaba definida. Don Simón, para convencer a Don José mostrando superioridad tecnológica, metió mano en su faltriquera y peló un pote de “manjar blanco”, que es una especie de dulceleche descolorido, traído desde Colombia. Don José, que de estrategia sabía un montón, para no pasar por mal educado probó el manjar blanco, y con cara de póker le dijo a Don Simón: “Esto es una verdadera porquería”.

Don Simón, que era de genio medio díscolo, echó mano a la empuñadura de su sable, y casi nos deja sin prócer, a no ser por la intervención enérgica de la mulata cebadora.

Don José aprovechó entonces el momento de confusión, y puso sobre la mesa su arma infalible: un pote del mejor dulceleche elaborado en el Río de la Plata. Solamente por el color le sacó varias cuerpos de ventaja al descolorido “manjar blanco”, y ni qué decir del sabor. Cuando Don Simón lo probó, no pudo más que reconocer su derrota.

Pero la cosa no quedó ahí, porque Don Simón no estaba dispuesto a retirarse con las manos vacías, sin laureles y sin dulceleche. Astutamente le propuso a Don José (que tenía ciertos rasgos de ingenuidad) hacer una sociedad a partes iguales, para fabricar dulceleche. Don José entró por el aro: “Con dulceleche –pensó- no sólo América… el mundo entero si queremos”.

Ahí nomás llamaron a un escribiente que preparara los papeles. Por segunda vez pecó de ingenuo Don José, porque Don Simón puso de escribiente un colombiano ladino que le escamoteó unas cuantas palabras en la letra chica del contrato. Ambos coincidieron en el acto en que Lima no tenía un régimen de lluvia suficiente (apenas seis milímetros anuales) como para mantener un tambo razonable. Acordaron que Don Simón quedaría en Lima por si volvían los realistas, mientras Don José buscaría tierras más aptas.

La provincia de Buenos Aires estaba dominada por “Rivadavia y sus satélites” y Chile era muy angosta, de manera que ambos coincidieron en que el lugar ideal era Mendoza: además de tener salida al Pacifico, desde ahí podrían abastecer de dulceleche a las fábricas de alfajores cordobesas y a toda la zona de Cuyo y el Norte, muy afecta a los dulces.

Alegando su calidad de socio, Don Simón le pidió a Don José que le dejara la receta del dulceleche por escrito, como para endulzar sus tardes mientras él instalaba la fábrica en Mendoza. Pero San Martín, que de zonzo no tenía un pelo, le dejó la receta, pero haciéndose el distraído omitió agregar un ingrediente fundamental: el bicarbonato, que precisamente es el que le otorga el característico color que toma durante la cocción, y que lo diferencia del descolorido manjar blanco.

Nuestro prócer se retira entonces y se instala en una quinta de Mendoza. Pero la cosa no le fue sencilla, porque la enfermiza envidia de Rivadavia hizo que lo rodearan de espías hasta en su personal de servicio, e inclusive le interceptaran y violaran la correspondencia que Don José le enviaba a su amigo Tomás Guido, entre otros. Sobre estos hechos da cuenta el propio San Martín en numerosa correspondencia, quejándose de Rivadavia. Después de la vergonzosa paz de Rivadavia con Brasil, el “botarate” (como lo apoda Alvear) se ve forzado a renunciar. Enterado San Martín, le escribe a O´Higgins el 20 de octubre de 1827:

“Me dice Ud. no haber recibido más cartas mías; se han extraviado, o mejor dicho se han escamoteado ocho o diez cartas mías que le tengo escritas desde mi salida de América; esto no me sorprende, pues me consta que en todo el tiempo de la administración de Rivadavia mi correspondencia ha sufrido una revista inquisitorial la más completa. Yo he mirado esta conducta con el desprecio que merecen sus autores....ya habrá sabido la renuncia de Rivadavia. Su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. Yo he rechazado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como éste al frente de la administración no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra con el Brasil por el convencimiento en que estaba, de que hubieran sido despreciados”

A pesar de todos los favores a Gran Bretaña que les hizo el “botarate”, hasta los ingleses lo denostaban: “desgraciadamente en esta cuestión –informaba Parish a su gobierno-, la conducta del señor Rivadavia desde que fue nombrado Presidente ha tenido la tendencia de acarrear odio y, casi podría agregarse, ridículo a lo que pudiera considerarse una autoridad suprema; su repentina disolución del ex Gobierno de Buenos Aires…alarmó prematuramente a las otras provincias respecto de su propia suerte y ha determinado que se considerara la cuestión de federalismo o no federalismo, en un momento y de una manera que pudiera hacer muy difícil al Gobierno poner por obra sus planes”. Rivadavia tenía “adhesión a todo lo que fuera inglés” según lo dice Parish, representante británico. Hasta el propio Alberdi, con cierta indulgencia, dirá que a Rivadavia, "...la nación no de le debe nada sino el perdón de sus agravios en gracia a su buena intención y debilidad".

Hasta el escritor canadiense H.S.Ferns lo dice en su obra: “Rivadavia era incapaz de lealtad, honestidad o siquiera buenas maneras en sus relaciones con los hombres que lo rodeaban con quienes estaba obligado a llevar los negocios de la comunidad. Odiaba a los hombres que eran más notables o tenían más éxito que él. No encontraba nada demasiado maligno que decir sobre San Martín y Bolívar.” . No era para menos. Es evidente que Rivadavia sabía que Don José y Don Simón estaban al tanto de la receta del dulceleche.

Pero volviendo el tema que nos ocupa, mientras Don José lidiaba en Mendoza contra las intrigas de “Rivadavia y sus satélites”, Don Simón en Lima se pasó varios meses tratando de hacer un dulceleche con las mismas características que el que le habían mostrado en Guayaquil, sin lograrlo de ningún modo. Es que Don José inteligentemente le había escamoteado un ingrediente, sin el cual no podía lograre el tentador color que lo caracteriza.

Cuando Don Simón se dio cuenta que había sido birlado, lo mandó a Sucre para que tomara el Alto Perú y lo independizara con el nombre de Bolivia.

La bronca era tal que de casualidad Don Simón no invadió incluso Paraguay, con la excusa de que el Dictador Perpetuo del Paraguay, Gaspar Rodríguez de Francia, mantenía preso a Don Aimé Bonpland, amigo de Don Simón desde los tiempos en que Aimé anduvo por Venezuela clasificando yuyos. Parece que Don Gaspar lo había pescado a Don Aimé explotando yerbatales en la zona próxima a Itapúa, en la actual Provincia de Misiones, que los paraguayos reivindicaban como propia. La disputa venía desde tiempo atrás, porque Don Gaspar no quería entregarle a Pancho Ramírez a Don José Artigas, a quien Pancho reclamaba para cortarle el gañote sin más trámite. Como Don Gaspar ni siquiera le contestó la carta de reclamo para que le entregaran a su antiguo Jefe y Protector de los Pueblos Libres, el Supremo entrerriano, despechado, envió a Bonpland para que, con la excusa de clasificar yuyos, se posesionara y explotara los yerbatales misioneros que los paraguayos reivindicaban como suyos.

Pero el Dictador Perpetuo de Paraguay era hombre de pocas palabras y pocas pulgas, y un día que se levantó medio alunado ordenó al comandante de Itapúa que cruzara el Paraná con una fuerza de caballería y trajera todo lo que pudiera, incluido armas, herramientas y gente, y quemara el resto. Bonpland no alcanzó ni a esconder los tubitos de ensayo, que le fueron incautados junto al resto de herramientas, armas, etc.

El mismo Aimé y un grupo de prisioneros, fueron remitidos al Paraguay, donde Don Aimé quedó retenido como veinte años, incomunicado hasta con sus parientes y amigos franceses. Como para “pasar el tiempo”, se dedicó a la agricultura y la medicina, con lo que hizo alguna pequeña fortuna y se ganó el respeto y cariño de los paraguayos, que se beneficiaban con sus recetas; hasta el desconfiado Dictador Perpetuo supo recurrir a Bonpland para mitigar con sus recetas una “gota” que padecía y que le hacía sudar la gota gorda.

Después de veinte años, Don Aimé estaba tan aclimatado, que cuando Don Gaspar le dio permiso para salir del país, tuvieron que convencerlo para que abandonara Paraguay. En su lejana Francia, siempre añoró aquel paisaje y al pueblo paraguayo.

Pero la cosa no terminó ahí nomás. Don Simón estaba furioso y se sentía frustrado y estafado. Por su parte Don José se sentía despojado de los laureles de Perú y hasta de Bolivia, a la vez que sufría el acoso de Rivadavia desde Buenos Aires. Por otra parte se sentía culpable de haber revelado gran parte de la receta el dulceleche, a excepción del bicarbonato, que podría ser descubierto en cualquier momento.

Ante esta incómoda situación Don José decide viajar a Buenos Aires para tomarse el olivo. Tomó las precauciones del caso porque se enteró por medio de Bustos y Estanislao López que Rivadavia y sus satélites habían dispuesto partidas en el trayecto para dejarnos sin Prócer. Esto no sólo se sabe por cartas de San Martín a su amigo Tomás Guido, si no por carta que le envía Estanislao López desde Santa Fe ofreciéndole una partida “que lo escolte en triunfo hasta la Plaza de la Victoria”.

¿Por qué querían asesinar al héroe de los Andes? ¿Era simple envidia y rencor, o acaso sospechaban que llevaba encima la mágica receta? Tal vez algún día salga a la luz la verdad, pero lo cierto es que Don José descartó el ofrecimiento de Estanislao López y entró a Buenos Aires de noche disfrazado de gaucho, con poncho para que no lo reconocieran, alzó a su hija en brazos y se marchó definitivamente a Francia.

Según afirman algunos, antes de embarcarse para Europa San Martín, que ya veía en Rosas el “brazo vigoroso” que se necesitaba para gobernar la Patria convulsionada, le mandó un mensajero para pedirle que no revelara el hecho de que una infidencia suya había puesto en peligro la fórmula del dulceleche. El Restaurador no solo mantuvo el secreto confiado, sino que tuvo la amabilidad de no desmentir la versión de que el dulceleche se había descubierto por la distracción de una mulata suya, en ocasión de su entrevista con Lavalle.

En este sentido hay dos especies de mitos que tienen cierta lógica: evitando malos recuerdos Don José jamás probó el dulceleche, y en agradecimiento al Restaurador por haber guardado el secreto, testó a Rosas el sable corvo libertador de medio continente. Lo de la Vuelta de Obligado como motivo, habría sido una excusa.

Dicen incluso algunos que desde esa época en adelante, cuando se inauguraba alguna fábrica de dulce de leche, en la piedra fundamental se grababa la leyenda: “Argentina no es Potencia por culpa de Don José”

Leonardo Castagnino
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¿Quien inventó del dulce de leche? Fuentes:

- Castagnino Leonardo ¿Quien invento del dulce de leche?
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar


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Fuente: www.lagazeta.com.ar

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