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TRATADOS DE LIMITES CON PARAGUAY
                          
Guerra del Paraguay  - Leonardo Castagnino

(Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay)

(01) Protocolo Rivarola-Rio Branco
(02) Tratado Cotegipe-Loizaga
(03) Mitre en la telaraña
(04) Tratado definitivo Irigoyen-Machain (1876)
(04) Fuentes.
(05) Artículos relacionados.


Protocolo Rivarola-Rio Branco

Terminada la guerra contra la Triple Alianza, en Paraguay se sucedieron los gobiernos de Rivarola, Loizaga, Bedoya, Facundo Machain, Rivarola, Salvador Jovellanos, Juan Bautista Gill.

Aún contra su voluntad, todos actuaban en mayor o menor medida sometidos a los designios del Imperio. Con sus tropas ocupando Asunción, a través de la diplomacia Brasil imponía su influencia, cambiando o renunciando presidentes y ministros, sin descartar algunas muertes misteriosas.

La diplomacia brasileña, estaba representada en Asunción por José María de Silva Paranhos, vizconde de Río Branco. “Todas las medidas, resoluciones y decretos de aquella época se hacían por indicación suya” dice un escritor paraguayo, y un brasileño lo llama “Virrey del Paraguay” (José María Rosa, La guerra del Paraguay)

El vizconde movía los hilos con habilidad, y mientras en Buenos Aires susurraba al oído de Mitre que trabajaba en Río de Janeiro para quitar recelos y se cumpliesen las pretensiones argentinas estipuladas en el tratado de la Alianza, en Paraguay presentaba a los brasileños como “os melhores amigos dos paraguayos” contra los prepotentes argentinos. Por supuesto que por esa protección al Paraguay, el Imperio se cobraría con un tercio del territorio paraguayo.

Jose Maria da Silva Paranhos Rivarola firmó con Río Branco los protocolos del 15 de diciembre de 1870 y de 14 de enero de 1871 para hacerse un tratado de límites “exclusivo” entre Paraguay y Brasil, “de acuerdo al Tratado de la Triple Alianza y protocolo del 20 de junio”. De esa forma el imperio dejaba de lado a su antiguo aliado, la Argentina.

La prensa de Buenos Aires pone el grito en el cielo por la deslealtad de su socio, y hasta se habló públicamente de una “inminente guerra con Brasil”. Pero el hábil brasileño calma los ánimos declarando que los protocolos eran solamente los preliminares de un tratado de límites a convenirse en forma conjunta con argentinos y paraguayos.

En marzo de 1871, el vizconde es remplazado por un nuevo Virrey: Joao Mauricio Wanderley, barón de Cotegipe.


Tratado Cotegipe-Loizaga

El representante argentino en Asunción era Manuel Quintana, quien había sido propuesto en el cargo por el Ministro Tejedor y aceptado por el Presidente Sarmiento “a condición de no tener que entenderse con Quintana”. Éste a su vez acepta el cargo “a condición de no entenderse para nada con Sarmiento”.

Manuel Quintana llegó al Paraguay con gran pompa, y para congraciarse con el pueblo paraguayo, no encontró medio más señorial y expedito –dice José María Rosa- que tirarle monedas de cobre desde el balcón del hotel.

Ernesto Quesada dice que “Quintana llevaba un guardarropas impresionante para desempeñar sus funciones diplomáticas en Paraguay ese verano de 1870-71”.

Juan Silvano Godoi, citado por Ramón Cárcano, dice que Quintana cambiaba de traje tres veces al día, presentándose a la mañana “con traje de saco en que todo, hasta el sombrero, era de vicuña; para el almuerzo se ponía jaquet de fantasía con media galera, y para la comida levita negra y sombrero de felpa”. Así lo iba a visitar al presidente Rivarola que lo recibía en el corredor del palacio presidencial, sin tanta etiqueta. (José María Rosa, La guerra del Paraguay, p. 330)

Iniciadas las conferencias, Gill y Loizaga presentan una nota de un grupo de legisladores paraguayos que piden el apoyo brasileño contra “las exorbitancias argentinas”. Quintana habla del respeto a las convenciones “que obligan al honor de las naciones”, mientras que Cotegipe pidió que se retire el representante uruguayo, porque el Estado Oriental no tenía cuestiones de límites con Paraguay. Adolfo Rodríguez, representante uruguayo, abandona el salón ofendido, y esa misma noche regresa a Montevideo.

Rivarola, que intenta sacarse de encima la injerencia brasileña, habla reservadamente con Quintana y le dice: “Usted sabe que soy amigo de su país y espero que vendrá en nuestra ayuda para salvarnos de la garra del otro”.

barón de Cotegipe Quintana no tuvo mejor idea que contarle lo dicho a Cotegipe, y a consecuencia de ello, el 18 el Congreso paraguayo aceptó al renuncia de Rivarola, sin que la haya presentado.

Luego Cotegipe hizo saber a Quintana que “a pedido paraguayo”, trataría separadamente con Paraguay “por ofrecer inconvenientes los derechos argentinos”.

Quintana ofendido, abandona Asunción, a pesar de que Jovellanos le había pedido que no lo abandone ante las presiones del brasileño.

El imperio se había apoderado del archivo paraguayo, de donde hizo desaparecer todos los documentos relativos a límites que pudieran favorecer a Paraguay respecto de Brasil, de modo que éste no tenía ningún documento para hacer valer sus derechos ante el Imperio. Dejó en cambio los que favorecían a Paraguay respecto de la Argentina.

Para cumplir las formas, el 9 de enero de 1872 se firmó el tratado Cotegipe-Loizaga. El Imperio se adjudicaba la tercera parte del territorio paraguayo, garantizando en el resto del territorio “la independencia e integridad de la República” y no retiraba las tropas de ocupación “para mejor cumplimiento de los ajustes y del orden público”. Dejaba para más adelante el pago de la deuda de guerra “que sería fijada benévolamente”. El Congreso paraguayo no tuvo más remedio que aprobar el tratado, a libro cerrado y en una sola cesión.

La noticia del tratado cayó en Buenos Aires como una bomba. Sarmiento responsabilizó a Mitre por lo ocurrido. Mitre escribió a Cotegipe el 23 de enero diciéndole –digamos que inocentemente- que había un evidente error porque se había obrado “contra el pensamiento de S.E. el Vizconde de Río Branco, presidente del Consejo de Ministros”, de quien Mitre “tenía la palabra y la confianza”.

Por su parte Tejedor escribió al Canciller brasileño Correia “que la enormidad de la estipulación no puede ocultarse a nadie”, y como para remacharla, en la nota le recordaba los sucesos de Ituzaingó. La contestación de Cotegipe a Mitre no se hizo esperar:

“…es una realidad la celebración de los tratados entre el Imperio y Paraguay. Ni levemente fueron ofendidos los intereses presentes y futuros de la República Argentina. Brasil no faltó a la fe pública y a sus compromisos. Hizo lo que era humanamente posible para evitar que se alterasen las buenas relaciones. Siento que el tratado no merezca la aprobación de V.E. cuya opinión mucho respeto, pero no me quedaba otra salida sin sacrificio de nuestra soberanía” Recibida la bofetada, Mitre escribía el 16 de febrero a Río Branco “del ciudadano argentino al ciudadano brasileño”, porque “el barón de Cotegipe, obrando con instrucciones latas (sic) y sin un plan fijo, ha cedido a la presión de circunstancias momentáneas”

Más allá del palabrerío de Mitre, el ambiente ardía en Buenos Aires y hasta se hablaba públicamente de una guerra. Pero en Argentina no estaban las cosas para hacer alardes de fuerza: Chile agitaba la cuestión del estrecho y Bolivia protestaba por las pretensiones argentinas sobre el Chaco. El Ejército Nacional, por orden de Sarmiento, se ocupaba de sofocar la rebelión entrerriana de López Jordán.

El 16 de febrero Sarmiento le escribía a M. R. García, ministro argentino en los EE.UU. ; “Tal es la situación que ha creado el tratado Cotegipe, que nos llevará a la guerra inevitablemente o a dejar al Paraguay provincia brasileña; a la que se agregará por los mismos, días más tarde la Banda Oriental y no tardarán en seguirlas Entre Ríos y Corrientes”.

Sarmiento y Tejedor entendieron que Mitre era quien debía arreglar el asunto con los brasileños, y lo designan para que viaje a Río de Janeiro para hacerse cargo.


Bartolomé Mitre Mitre en la telaraña

En Uruguay

El Ministro Tejedor instruye a Mitre para que pase por Montevideo y acuerde con el presidente oriental una acción conjunta para exigir al Brasil el respeto del tratado de la alianza y la desocupación de Asunción por las tropas brasileñas. Si no consigue el objetivo, debía “retirarse belicosamente”.

Mitre llega a Montevideo el 2º de junio de 1872, con buen ímpetu, pero el presidente oriental Gomensoro le hace saber que, aunque las simpatías estaban por Argentina, Uruguay “permanecerá neutral” y que solamente puede “prometer sus buenos oficios para mantener la paz”.

En Río de Janeiro

El 6 de julio llega Mitre a Río de Janeiro y es recibido con cara de pocos amigos. El día 9 entrevista al Canciller Correia, y como para romper el hielo, Mitre le expresa “el gusto de volver a visitarle”. El brasileño en cambio le dice que, “infelizmente no tiene el gusto como la otra vez”.

Mitre aclara que su misión es de paz y amistad, pero Correia le contesta que no parece “a juzgar por ciertos hechos”, y le reprocha la mención de Ituzaingó en la nota de Tejedor. Mitre insinúa que Brasil “había roto la alianza”, a lo que el brasileño contesta que “no era así, y que nosotros –dice Mitre- podíamos hacer un tratado con Paraguay conforme al de la Triple” .

Mitre le expresa al brasileño que "el ánimo del gobierno argentino no habla sido nunca ofender ni al pueblo ni al gobierno brasileños, declaración que no tendría embarazo en formular por escrito”. Pero a Correia le duele todavía la mención de Ituzaingó deslizada en una de las notas de Tejedor, y a su vez le hace mención de Caseros. Mítre explica "que el recuerdo de Ituzaingó no tenía ni siquiera un intención ofensiva" y Correia le aclara “que el recuerdo de Caseros a su vez había tenido sólo por objeto ennoblecer más nuestra alianza” puesto que no olvidaba que Mitre formó entre los vencedores (Brasil) de esa batalla.

Después de estos lances irónicos, y supuestamente retirados los posibles agravios, Mitre pide una audiencia con el emperador, que el Canciller promete gestionarle.

Con Pedro II

Pedro II El 13 de julio Pedro II recibe a Mitre, quien hace mención a Caseros y Tuyuty como “sacrificios comunes de dos épocas memorables en la lucha contra las bárbaras tiranías, que eran oprobio de la humanidad y un obstáculo y un peligro para la paz y para la libertad en estas regiones"; el emperador contesta que “la política de buena fe y amistad que el Brasil ha seguido siempre para con sus vecinos, y que nadie conoce mejor que Vos cuando recordáis esas dos épocas de tanta gloria, es el medio por el cual os habéis de granjear la merecida benevolencia". El emprador le estaba tirando la mochila de responsablidad enciama pero, pero Mitre lo considera un halago y se retira orgulloso y satisfecho, como no podía ser de otra manera.

Con Río Branco

Luego Mitre entrevista a Río Branco, Presidente del Consejo de Ministros, que suma otros halagos diciéndole que “veía en la elección de un estadista como yo, -dice Mitre- la prueba de los aciertos diplomáticos argentinos”.

Todo muy lindo, pero Río Branco encuentra dificultades para un tratado que diese a la Argentina el Chaco prometido, porque estaban las pretensiones de Bolivia y el “pronunciamiento” de la opinión paraguaya.

Mitre, que fue con exigencias, termina pidiendo "el apoyo del Imperio” y Río Branco se lo da…verbalmente.

Con Pimienta Bueno

Río Branco designa entonces a José Antonio Pimienta Bueno, marqués de San Vicente, para que estipule el acuerdo con Mitre. Las negociaciones se dilatan noventa días, mientras Brasil refuerza el ejército imperial en Río Grande y las tropas de ocupación en Paraguay. La Argentina en cambio no toma ninguna medida al respecto, porque Mitre ha asegurado que desde su primera entrevista “la paz estaba consolidada”.

Pimienta Bueno era un político sagaz y experimentado, que actuaba desde el pedido de independencia del Paraguay en 1842, pasando por Caseros y la propia guerra del Paraguay.

Pimienta Bueno Con una sonrisa, Pimienta Bueno aparenta estar embelezado con la oratoria de Mitre, quien a su vez cree que Pimienta “no tiene la visión clara y la meditación profunda del hombre de Estado" y supone que lo ha dominado con su oratoria encendida, y "en lugar de un contendor he encontrado en él un aliado". Mitre le dice que "debemos vivir unidos como núcleo de luz, progreso y justicia de esas jóvenes nacionalidades”, cuya independencia debieran garantizar Argentina y Brasil. Pimienta Bueno aplaude “la independencia y la integridad”, pero de ahora en adelante, porque el tratado Cotegípe-Láizaga ya era hecho consumado, y anularlo sería inferirle un agravio a Su Majestad.

Fuera de ese detalle, debería asentarse la renovada amistad argentino-brasileña sobre bases sólidas: precisamente aquellas que ha dicho Mitre, la independencia plena del Paraguay y su integridad. Si se estaba en eso, ¿para qué exigir la Argentina todo el Chaco que molestaría a los paraguayos y pondría a la Argentina en conflicto con Bolivia, que exhumaba viejos documentos para pretender hasta el Bermejo por el Sur y el Paraguay por el Este? ¡Si la Argentina se contentase con el límite del Pilcomayo! No debería olvidar Mitre que había otras zonas de fricción: que los paraguayos habían sacado pretensiones a parte de Misiones y la isla Cerrito.

¿Cómo -se sorprende Mitre- si ni siquiera López había reclamado la soberanía del Cerrito y las Misiones?

“Es cierto -sonríe San Vicente-, porque estuvo muy ocupado en preparar su agresión, pero los paraguayos de ahora hablaban de sus derechos”, sin decirle que era Cotegipe quien los inducía. Nadie se había ocupado en limitar las misiones paraguayas de las argentinas y no estaban muy claros los derechos argentinos a Formosa entre el Bermejo y el Pilcomayo que López siempre disputó, y que ahora también disputaba Bolivia.

Si la Argentina se contentase con Formosa y no llevase sus pretensiones más allá de Villa Occidente, le podía asegurar que Brasil defendería la frontera en el Paraná con la isla Cerrito. Brasil y la Argentina, estrechamente unidas como al día siguiente de Caseros y en vísperas de la guerra de la Triple Alianza, formarían el “Coloso de Sud América" dispuesto a abatir tiranías y hacer triunfar el derecho. Todo eso sería obra de Mitre, en cuyas manos estaban los destinos diplomáticos de la unión argentino-brasileña como estuvieron en 1865 sus destinos militares.

Mitre se emocionó, y no era para menos. En nombre de la Argentina reconoció el tratado Cotegipe-I,oizaga; Brasil a su vez se comprometió a "darle su cooperación moral y eficaz" para fijar límites con Paraguay. Nada se dijo sobre estos límites, pero Mitre ya estaba convencido que en homenaje al emperador, a la paz y a la renovación de la alianza del 65, la Argentina debería contentarse con llegar al Pilcomayo, tal vez con una estrecha faja costera que le diese la Villa Occidental. Es decir, casi la "victoria no da derechos" pero con la diferencia de habérselos dado a Brasil.

Mitre se despidió entusiasmado de Pedro II. Le aseguró “la buena voluntad hacia su persona del pueblo argentino", aunque el emperador -dice Mitre- “no me pareció del todo convencido respecto hacia nuestras simpatías populares hacia el Imperio".

Mitre volvió triunfador a Buenos Aires: traía la paz y la alianza prometida de Brasil. Fue recibido con manifestaciones populares y se lanzó su candidatura a la presidencia para suceder a Sarmiento que terminaba al año siguiente.

Mitre en Buenos Aires

En Buenos Aires Mítre tiene largas conferencias con Tejedor. Trata de convencerlo de que la política argentina no debería apartarse de la línea de Caseros y Tuyuty: los dos “Colosos de Sudamérica”, íntimamente unidos para abatir las tiranías del continente. Las cuestiones de tierras no tenían importancia ¿qué significaban unas cuantas leguas de selvas y esteros, ante el hecho capital de la amistad argentino-brasileña?

Pero Tejedor no se convenció. A su juicio la amistad no era ir a la zaga del Imperio y servir gratuitamente sus propósitos expansionistas. Si Mitre había aceptado el convenio Cotegipe-Lóizaga porque no había más remedio y porque no se estaba en condiciones de ir a una guerra, no iría a desautorizarlos por eso; el general era el hombre de más prestigio en la Argentina y posiblemente -si se conseguía vencer la resistencia del vicepresidente Alsina- sería el próximo presidente. Pero no había que renunciar a Villa Occidental. Por lo menos debería sacarse un bocado, ya que los brasileños tuvieron íntegro el suyo.

Mitre asiente. Irá ahora a Asunción a completar su obra. Tejedor le da las instrucciones “amplias" para dejarlo en mejor libertad. Sólo le recomienda que obtenga la Villa Occidental, la renuncia de las pretensiones paraguayas a la isla Cerrito y a la parte litoral de las Misiones argentinas. Deberá lograr además la desocupación de Asunción por parte del ejército brasileño, como garantía de la renuncia brasileña a anexarse los restos del Paraguay.

En Asunción (julio y agosto de 1873)

Llega el general Mitre a Asunción. Habla con el vizconde de Araguaya que ha reemplazado a Cotegipe en la legación brasileña. Mitre desdeña al presidente Jovellanos y no advierte sus mudas y desesperadas señales para entenderse a espaldas del brasileño. Al fin consigue ponerse a tiro y Jovellanos le habla francamente: el problema importante para Paraguay no eran los límites, sino la ocupación militar. Mientras haya “cambás” en los cuarteles asunceños no puede decirse que hubiese Paraguay ni nada. Mitre le asegura que los brasileños se irán apenas se firme el tratado, y Jovellanos quiere hacerle entender que no se irán porque no habrá tratado. No es cuestión del Pilcomayo, ni del río Verde, ni del arroyo Verde, ni de la bahía Negra: no habrá tratado, porque a Brasil le interesa mantenerse en Asunción y agitar la campaña de “os melhores amigos dos paraguayos” para anexarlos cuando llegue el momento a fin de protegerlos de las apetencias argentinas.

Es un lenguaje que Mitre no entiende, y por lo tanto lo sorprende e indigna ¿Como se atrevía el paraguayo a dudar de las palabras e intenciones del Imperio? Los soldados brasileños estaban en Asunción para defender la libertad de los nativos contra los brotes de las tiranías que alimentaba en su seno el país de Francia y de los dos López. Que empezaran los paraguayos por dar pruebas de su conversión “a las instituciones" y entonces la Argentina sería la primera en pedir el retiro de las tropas brasileñas. Jovellanos comprende que debe llamarse a silencio. El general lo rehuye ostensiblemente y trata exclusivamente con Alaguaya los futuros límites de la Argentina y Paraguay. El brasileño calla, y Mitre interpreta que otorga.

“... y cuando llegó el caso de darle forma práctica a los tratados -dice un testigo de presencia, el cónsul argentino Sinforíano Alcorta- se reunieron los plenipotenciarios en el despacho del presidente de la república y encomendaron al general Mitre la redacción. Escritos la mayor parte de los artículos y estando conformes en todas sus partes, se levantó Mitre de la silla y, puesto en pie, felicitó a sus colegas por el feliz término de las negociaciones que salvaban a sus respectivos países de las serias dificultades en que habían estado envueltos y cuyas consecuencias pudieron ser fatales a no ser el patriotismo y la buena voluntad de que todos estaban animados. Después de pronunciar esas palabras se volvió a sentar... El señor Magalhaes (vizconde de, Araguaya) tomó entonces la palabra y dijo que ni é1 por sus instrucciones ni el gobierno paraguayo accederían a los límites fijados por Mitre. El presidente Jovellanos apoyó al señor Magalhaes”.

¿Qué era eso? Mitre habló privadamente con Araguaya ¿Y las conversaciones con el marqués de San Vicente? ¿y el entendimiento argentino-brasileño renovado por su viaje a Brasil? ¿y su papel como factor de la paz y la alianza, que eran precisamente el pedestal de su candidatura a la presidencia? Araguaya, se limitó a mostrarle sus instrucciones: no debía aceptarse que Villa Occidental fuese argentina, ni que abandonase la ocupación militar brasileña.

Si fuera por eso solamente, todo se podía arreglar, y Mitre escribió a Tejedor que, pensando bien la cosa, no valía la pena quedarse con Villa Occidental “que sería un punto destacado en nuestra frontera que nos obligaría a esfuerzos lejanos para sostenerlo”, y que Brasil “celebrado sus tratados definitivos no tiene interés en acompañarnos en esta cuestión y por lo tanto no nos apoyará moralmente”.

Pero Tejedor insiste con Villa Occidental; Mitre le recuerda que las instrucciones eran "amplias”. Tejedor le manda instrucciones terminantes de no renunciar a Villa Occidental; Mitre argumenta que la Argentina no tiene válidamente título sobre Villa Occidental. El buen entendimiento que cree haber conseguido con Brasil debe mantenerse a toda costa como base de la política argentina en el continente. Pero Tejedor no quiere que Mitre se haga presidente a costa de “lo único que queda de nuestra victoria” y reitera las instrucciones.

Mitre, que ha vuelto a Buenos Aires a “impedir la guerra”, renuncia altivamente el 9 de noviembre. No ha menguado su prestigio con el fracaso. Ni siquiera con la torpeza de Tejedor que por móviles políticos publica las cartas de Mitre donde niega los derechos argentinos sobre Villa Occidental. Cartas diplomáticas secretas, cuya publicidad servirá admirablemente a la política de Brasil. A partie de entonces, no solo Argentina no teñia tituloso sobre la Villa Occidental, si no que ahora Paraguay tenia la confesion pública de Mitre de que no valia la pena reclamar la Villa Occidental sobre la que además "no tenían títulos"


Tratado definitivo Irigoyen-Machain (1876)

Bernardo de Irigoyen La cuestion de limites quedó trabada. Después de varias alternativas diplomáticas y políticas, que no describimos, se llega al año 1875.

Las cosas habían cambiado para entonces. En Brasil se desata una crisis financiera por el cierre del Banco Mauá, quebrado por la guerra. La riqueza brasileña se ve disminuida y se pierde el monopolio de los cafetales que no logran reponer la mano de obra diezmada en los esteros paraguayos. Se agitan los aires republicanos y abolicionistas en Brasil, y en el gabinete de ministros ya no está Río Branco sino Caxias, un buen militar.

En Paraguay los gobiernos se mueven con mayor independencia de la influencia brasileña.

En Argentina, Avellaneda logra designar en el ministerio de Relaciones Exteriores a Bernardo de Irigoyen, resistido por los liberales por su condición de “rosista”.

El 2 de agosto de 1875 asume Bernardo de Irigoyen como ministro, y por intermedio de Adeodato de Gondra, particular afincado en Asunción, se entiende con el presidente paraguayo Juan Bautista Gill.

Irigoyen le promete apoyo contra las fuerzas brasileñas de ocupación, pero quedaba una cuestión pendiente, como era las disputa por la Villa Occidental.

Bernardo de Irigoyen Paraguay tenía los documentos para hacer valer sus derechos, inclusive las notas por Mitre a Tejedor donde argumentaba la falta de derechos sobre la Villa; Argentina en cambio no tenía los antecedentes, porque los brasileños se habían ocupado de hacerlos desaparecer del archivo paraguayo. Pero Argentina no podía renunciar alegremente a todos los “beneficios” de la guerra, sin agitar el patrioterismo porteño.

Para destrabar la situación, Irigoyen encuentra una solución, que Paraguay acepta: la Villa Occidental se sometería a un arbitraje, que los paraguayos, con los documentos que poseían, tenían ganado de antemano.

Así se hizo. El árbitro fue el presidente Estados Unidos Rutherford Hayes, quien dio su fallo en 1878.

Desde entonces, la Villa Occidental se denomina Villa Hayes.

Leonardo Castagnino

Copyright © La Gazeta Federal / Leonardo Castagnino
 El autor
Fuentes: Guerra del Paraguay  - Leonardo Castagnino

- Castagnino L. Guerra del Paraguay (La Tripe Alianza contra los paises del Plata)
- García Mellid, Atilio. Proceso a los falsificadores de la Guerra del Paraguay.
- O´Leary, Juan E. Historia de la Guerra de la Triple Alianza. Carlos Schauman Editor. Asunción.1992
- Rosa, José María. Historia Argentina.
- Resquín, Datos históricos.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

                          

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Fuente: www.lagazeta.com.ar

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