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EL MOLINO DE CATRILÓ
(Por "El colorado" Bompadre)
Catriló, orgullosa de su molino de viento
Los protagonistas de esta historia son los molinos de viento, “girasoles de hierro que sacan agua con viento y música” al decir del poeta Baldomero Fernández Moreno.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, el molino, junto al ferrocarril y al alambrado, constituyó uno de los principales factores que contribuyeron a la fundación de pueblos y creación de establecimientos rurales en la vasta llanura pampeana-bonaerense, en particular en el entonces Territorio Nacional de La Pampa Central, hoy La Pampa: mi provincia.
En los lugares donde no existen cursos fluviales o el agua no mana en forma natural es preciso extraerla, -aun hoy- de las profundidades de la tierra porque sin ella, cualquier forma de vida resultaría imposible.
Para disponer de agua el hombre, desde tiempos inmemoriales, apeló a su ingenio y a fatigosas labores, excavando pozos o acumulando las pluviales en aljibes y tajamares. Soluciones rudimentarias, insuficientes e ineficaces para satisfacer las crecientes necesidades del vital elemento.
La historia del molino de viento en nuestro país comienza en 1878 con la introducción del primer “Corcoran” desde los Estados Unidos por el comerciante porteño Miguel Lanús. A partir de entonces el molino, juntamente con el ferrocarril, uno de sus principales difusores, y el alambrado transforman por completo la llanura pampeana.
Noel H. Sbarra, en su obra: “Historia de las Aguadas y el Molino” (Eudeba Bs.As. 1961) apunta que para 1900 se cierra el ciclo pampeano con más de 3.200 leguas de líneas férreas que cruzan el antiguo desierto y 400.000 kilómetros de alambre que lo divide en cuadrículas, al mismo tiempo ese escenario comienza a poblarse con las esbeltas torres de los molinos que también asoman en la ajedrezada superficie de los incipientes pueblos.
Hasta la primera mitad del siglo pasado los molinos formaban parte del paisaje urbano, pero paulatinamente fueron desplazados por los bombeadores eléctricos primero y por las redes de agua potable después, a punto tal que hoy constituyen poco menos que una rareza en los centros más poblados.
Desde hace ochenta años Catriló, luce en pleno centro, codo a codo con la plaza principal, un molino de viento en la cima de una imponente estructura hexagonal de hierro que lo eleva a más de treinta metros de altura.
Ese molino además de continuar prestando servicios en forma ininterrumpida desde 1926 hasta la fecha y de constituir una figura emblemática de la localidad, tiene también su propia historia.
El molino que hoy distingue a mi pueblo, no le estaba destinado, fue adquirido en 1910 para la vecina localidad de De Bary, Partido de Pellegrini, provincia de Buenos Aires, por Teodoro De Bary, su fundador, con el propósito de dar agua a los futuros habitantes.
Sea porque la localidad no alcanzó el desarrollo esperado por su creador, por razones económicas o motivos de otra índole que el tiempo se encargó de sepultar en el olvido, lo concreto es que quince años después fue puesto a la venta encargándose de la misma el señor Pedro Vincaz administrador del propietario.
El Dr. Juan Francisco Borges, entonces Intendente Municipal de Catriló, lo adquirió en mil pesos nacionales y encomendó al más antiguo molinero de la localidad la tarea de desmontarlo y recolocarlo en el centro de la manzana donde se yergue actualmente.
Mi abuelo Ángel Mencaccini, que tenía entonces 57 años de edad, secundado por José Squizatto asumió la responsabilidad de desarmarlo, cargarlo en el ferrocarril y rearmarlo.
En 2010 cuando la Patria cumpla su bicentenario, los catrilenses festejaremos el centenario de nuestro molino, fiel testimonio de la fe en el progreso de aquella generación pionera.
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Fuente: www.lagazeta.com.ar
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