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HISTORIAS DE MI PUEBLO
                          

(Por L.Castagnino / Relatos verídicos recopilados por el autor)

Historias de La Pampa - Leonardo Castagnino Las alas en los talones

En la actualidad los pueblos de campaña dependen mas de los grandes centros urbanos, las comunicaciones, la información, etc. al punto tal que muchos pueblos fueron absorbidos totalmente por centros mayores o simplemente han desaparecido al levantarse las vías férreas que los comunicaban con el resto de la civilización. Hoy en día, ante alguna intervención médica, la gente recurre rápidamente a otro centro mayor, y un estudiante, en vez de recurrir a la biblioteca del pueblo, probablemente desactualizada, seguramente mande a pedir la bibliografia o simplemente la baje por Internet, y los muchachos, seguramente prefieran el boliche de “la ciudad” en vez de quedarse en la confitería o el baile del pueblo.

En aquella época en cambio, allá por 1950, los pueblos de campaña tenían más vida propia: sus propios hospitales bien equipados y mantenidos, cine teatro, “confiteria”, billares, club “social y deportivo”, biblioteca publica, “sociedad italiana o española”, cancha de futbol, trinquete o frontón de paleta etc.

Una de esas “instituciones” fueron “los bailes”. Organizados por clubes, comisiones etc, formaron parte de la vida de esos pueblos, y se llegaron a sentir como un orgullo para el pueblo los bailes más populares y mejor organizados. A muchos de esos bailes llegaron hasta los cantores de tango y orquestas más famosas de Buenos Aires, y en esos bailes se conocieron muchas parejas y futuras familias. Entre otros, fueron muy conocidos en la zona los bailes del club “Los Ranqueles” en que llegaron a rifar en un solo baile, un 4L, un R12 y un Torino.

A uno de esos bailes, en Catriló, habían ido mis padres y ocupado una mesa con mis tíos y unos amigos. También se arrimó a la misma mesa un vecino del campo, un chacarero rústico y de cultura poco desarrollada. Entre pieza y pieza, la conversación había desembocado en la mitología griega, de modo que el chacarero, que no entendía nada, miraba distraídamente la pista de baile y de vez en cuando volvía la atención nuevamente, como queriendo intervenir en el tema.

En un momento en que mi madre decía: ”…porque Hermes, que tenia alas en la espalda y en los talones...”, el chacarero, regresa la atención desde la pista de baile, y al escuchar solo la ultima frase, como queriendo intervenir en la conversación, pregunta: ¿ …es de Catriló ?





El vuelco

“Don Riego” era el dueño del cine de Lonquimay, frente a la plaza, y de la confitería, con deapacho de helados y bebidas, mesas de cartas y villar. Atendido por el dueño, era punto de reunion en las tardes uy noches de aquel pueblo.

Los sábados, los muchachos del pueblo sabíamos “arrancar” para el baile de algún pueblo de la zona, y lo hacíamos en el coche “del viejo”, colados con alguno, y hasta a dedo. En una oportunidad no conseguíamos en que ir a un baile de “La Pala”, y ante la desesperación “la barra” tomó una decisión: iríamos en el coche de “don Riego”, dueño de la confitería y el cine del pueblo, y padre de uno de nuestros mejores amigos. Hicimos una “vaquita” para el combustible, y con Eduardo, cuando el viejo se durmió, sacamos empujando el clásico DKW del garage. A las dos cuadras lo pusimos en marcha y una hora mas tarde estabamos todos en “La Pala”, meta cumbia y paso doble.

El baile estuvo muy bueno, y al terminar, agarramos para el lado de Catriló, por camino de tierra. El viejo DKW venía al pelo pero el camino era bastante arenoso, y en una de esas, cuando quisimos acordar, habíamos dado prácticamente una vuelta en el aire, para quedar el coche nuevamente parado, a tal punto que solo se le había abollado el techo.

Pasado el susto, nos sacudimos un poco el polvo, y arrancamos otra vez. Cuando llegamos e la YPF “del cruce”, nos detuvimos a cargar 10 litros, “como para llegar”. Bajamos del auto, y Eduardo, apoyado en el surtidor, miraba el coche con rabia y tratando de inventar alguna explicación que seguramente debería darle al padre al día siguiente. El empleado que estaba cargando el combustible, “como por decir algo”, comentó : volcaron ? …..y Eduardo, que lo miraba como para comérselo le contesta: ¡No!……Chocamos con un avión.!!!

El rubio Acuña.Molina Campos

Mi madre era muy querida en el pueblo porque tenía muy buen humor y carácter, y tenia mucha facilidad de comunicación con todo el mundo. Cuando íbamos al pueblo a “hacer las compras” no pasaba ocasión en que le daba a alguien algún kilo de carne o galleta, algún par de alpargatas y hasta algún litro de vino.

El rubio acuña, que lo único que tenía de rubio era el apodo, era un criollo bastante aficionado a la bebida. Sabia encontrar a mi madre en la carnicería y le pedía “para un kilo e´carne”, y mi madre, haciéndose la distraída, le daba unos pesos sabiendo que parte seria invertido en algún vinito. El rubio, a raíz de una caída del caballo, se había estropeado el brazo, y anduvo un tiempo con el brazo en un cabestrillo. En una oportunidad que pasamos por la carnicería, nos encontramos con “el rubio”, y mi madre, a modo de saludo, le preguntó:

- como ando ese brazo, don Acuña ?

Y el rubio, con una sonrisa pícara y haciendo un ademán como empinando una copa, le contestó:

-...y...hasta aquí lo levanto...

La marca

La Estancia, construida por los ingleses y adquirida luego por mi abuelo, tenía un chalet inmenso, con más de doce habitaciones, salones y comedores, piezas de servicio, etc. Era tan amplia, que vivíamos cómodamente unas veinte personas: dos familias con cuatro hijos cada una, personal de servicio, “matrimonio” de cocinera y peón de patio.

Eramos ocho primos, cuatro varones, de edades parecidas que formábamos un batallón de travesuras, que hasta hoy en día nos traen hermosos recuerdos y relatos en las reuniones familiares.

Como si fuéramos pocos, en los veranos se acoplaban otros primos del pueblo, de 9 de Julio y de Buenos Aires, que formábamos un batallón. Llegamos a ser unos veinte para hacer renegar a los mayores.

Yo tendría unos seis o siete años y uno de mis primos un año menos, y un peón nos había trenzado unos lazos de cuatro o cinco metros, que eran el elemento esencial para jugar a los paisanos, así que andábamos por todos lados viendo “que podíamos pialar”.

Unas primas, cinco o seis años mayores, vinieron a pasar las vacaciones de invierno, y una tarde en que una de ellas estaba acostada leyendo, la agarramos para jugar a los paisanos. Ella estaba distraídamente leyendo en una de las camas de hierro, y nosotros la tomamos de “vaca”, de manera que la maneamos bien a los barrotes de la cama, mientras yo le decía a mi primo:

- Andá preparando la marca.

Como cada pieza tenia su estufa a leña, mi primo colocó “la marca” al fuego, mientras mi prima seguía absorbida en la lectura.

Quedó marcada para siempre. Todavía tiene la cicatriz en la pierna, y a partir de ese día supo lo que es capaz de hacer un gaucho.


Leonardo Castagnino
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Fuente:

- Castagnino Leonardo Historias de La Pampa. Anecdotario
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