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BLOQUEO y CHANTAJE POR HAMBRE
(01) Odio y Latrocinio
(02) Fuentes.
(03) Artículos relacionados.
Chantaje
En el Armisticio de Compiégne los vencedores estipularon que el Tratado de Paz debería firmarse dentro de un plazo de treinta y seis días, notoriamente insuficiente para resolver todos los problemas planteados. Cada prolongación del estado de Armisticio debía ser comprada por Alemania con nuevas concesiones:
entregas de carbón, de material ferroviario, de productos alimenticios, de patentes de invención, de maquinaria...
Entre tanto, los revolucionarios de Alemania alentados y subvencionados desde fuera desencadenan una serie de revueltas que obligan a la Wehrmacht a dedicarles toda su atención. Puede afirmarse que, sin la acción de los bolcheviques a finales de 1918, y en vista del engaño que se insinuaba, el Estado Mayor alemán habría continuado las hostilidades.
En Compiégne, Alemania había firmado un Armisticio sobre la base de los puntos de Wilson, es decir, prácticamente, una paz empate. Pero entre Compiégne y Versalles, la Entente falta a sus compromisos, se aprovecha - alentándo la revolución bolchevique en Alemania, y del tiempo ganado, que permite la llegada de nuevos contingentes norteamericanos a Francia, y modifica fundamentalmente la situación a su favor.
En noviembre de 1918, cuando se firma el Armisticio de Compiégne, el Ejército alemán invicto, puede oponerse a una abusiva explotación de la victoria aliada. Pero en febrero de 1919, la Wehrmacht debe luchar en el frente interior contra los rojos y, por otra parte, la Entente ha ganado un tiempo precioso. Londres y París - y ciertas fuerzas internacionales que se mueven entre bastidores - explotarán el nuevo estado de cosas.
El chantaje aparece crudo y descarnado cuando Inglaterra y Francia deciden iniciar el bloqueo por hambre para apoyar sus exigencias, cada vez más desorbitadas.
Winston Churchill, primer Lord del Almirantazgo, declara:
«Continuemos practicando el bloqueo por hambre con todo su rigor. Alemania está a punto de perecer de hambre. Dentro de muy pocos días estará en pleno colapso... entonces será el momento de tratar con ella» (Declaración ante la Cámara de los Comunes, 3-III-1919.).
Unos días después, Alemania debe entregar toda su flota mercante a Inglaterra. La flota de guerra seguiría unos días después. Francia, por su parte exige el desmantelamiento de centenares de fábricas, y destruye todo lo que no puede llevarse.
En vano el mariscal Haig, comandante supremo de las fuerzas británicas aconseja poner fin a los abusos y no herir sin necesidad la dignidad del pueblo alemán. Lloyd George, Churchill y su «clique» le recuerdan que sus deberes de militar terminaron con el «alto el fuego». Ahora la palabra es de los políticos, que incluso empiezan a pelearse entre ellos por el derecho a la mayor cantidad posible de despojos del vencido. Es imposible imaginar una más cínica violación de unos acuerdos rubricados solemnemente. La Cruzada del Derecho y la Democracia se ha transformado en un Patio de Monipodio. Los acuerdos
de Compiégne ya no cuentan para nada. Clemenceau proclamará, sin ambages: «Los acuerdos pasan, pero las naciones quedan».
Pero hay que adoptar una apariencia de legalidad. Hay que convencer al hombre de la calle de que, siendo Alemania culpable de la guerra, justo es que sobre sus hombros caigan todas las cargas de la misma. Por eso en el «tratado» se incluye una cláusula que dice: «Las potencias aliadas declaran, y el Gobierno alemán solemnemente admite, que la culpabilidad total en el desencadenamiento de la guerra incumbe a Alemania».
El conde Brockdorff Rantzau, jefe de la Delegación alemana en Versalles, abandona su puesto, alegando que su concepto del honor le impide apoyar, con su firma, una tal enormidad.
Pero nuevamente Inglaterra y Francia amenazan con una reanudación del bloqueo y la ocupación «sine die» de territorios que, incumpliendo los acuerdos del Armisticio de Compiégne, han invadido, sobre todo en Renania y Baviera.
Von Haniel, sustituto de Brockdorff Rantzau, anuncia que «Alemania se doblegará
a todas las exigencias de sus enemigos: algunas de las cláusulas del Tratado sólo han sido incluidas para humillar a Alemania y a su pueblo. Nos inclinamos ante la violencia de que somos objeto por que después de todo lo que hemos sufrido, no disponemos ya de ningún medio para contestar. Pero este abuso de la fuerza no puede empañar el honor de Alemania».
Ciertos juristas de ocasión se rasgarán, años más tarde, sus democráticas vestiduras cuando Hitler, solemnemente, declare nula la cláusula de la culpabilidad exclusiva de Alemania en la primera hecatombe mundial.
Nota aclaratoria:
Esto es historia documentada. La transcripción es textual, y no necesariamente implica aceptación, aprobación o coincidencia con lo expresado por cada uno de los autores o documentos transcriptos.
(Ver Nota aclaratoria)
Fuentes:
- Joaquin Bochaca. Historia de los vencidos, p.12.
- La Gazeta Federalwww.lagazeta.com.ar
Copyright © La Gazeta Federal
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