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¿Y LAS ARMAS PARA QUE, CHAMIGO?
Belgrano recibió un duro golpe en Paraguarí. Fue llevado a la derrota por los malos consejos del
coronel Espíndola y por las exigencias y órdenes de la Junta, y confundido, fue a estrellarse con las fuerzas paraguayas, bien dispuestas, en un país extraño y lejos de sus bases.
Belgrano retoma entonces el camino de la diplomacia, que nunca debió abandonar. En su
marcha hacia Paraguay había enviado emisarios, notas y gacetillas para distribuir entre los paraguayos, tratando de adherirlos a su causa. Lo siguió haciendo en su retirada luego del contraste de Paraguarí. Su ejército se retira lentamente por terrenos despoblados, y observados de cerca por el ejército paraguayo, que lo presiona sin llegar a la acción. El propio Belgrano se sorprende de esta circunstancia, y en informe a la Junta, le dice:
“He seguido mi retiradas desde que escribe a V.E. respondiendo al extraordinario sin haber tenido más novedades que aparecerse una porción de los Paraguayos, como a distancia de una legua al costado del camino que conduce desde al Aguapey hasta este punto; pero sin atreverse a cosa alguna no poniéndose en disposición de que se la pueda atacar”. Y el 17 de febrero informaba a la Junta que tenía el enemigo a la vista pero que no hacían otra cosa que mirarse.
Belgrano entiende donde aprietan las botas y entra en el camino de la reconciliación. Da buen trato a los pocos prisioneros que obtuvo y a los pocos días los libera porque “impuestos de nuestra causa podrían hablar a los suyos”.
Haciendo uso de una diplomacia no siempre sincera, como todas, en sus proclamas incita y trata de convencer a los paraguayos, prometiendo incluso cosas que la Junta de Buenos Aires no cumpliría. Ofrecía el libre comercio, incluso del tabaco, y recordaba al opresión ejercida por quienes habían “chupado sudor y sangre”, y recalcaba que el ejército porteño era “de amigos y paisanos, que tienen la misma religión, el mismo Rey Fernando, unas mismas leyes y un mismo idioma”.
¿Y entonces para que llevaba los cañones?
En ese sentido le contestaba Cavañas. En la mañana del 21 de febrero de 1811 se presenta al campamiento porteño el oficial Antonio Thomas Yegros en carácter de parlamentario. Traía un pliego de Cavañas para Belgrano:
“Sr. General: Ya sabemos los progresos de su Expedición, sabemos del refuerzo que tiene, y también sabemos, que ya no podrá tener más refuerzo ni más tiempo que el que le espera: V.E. es católico, nosotros también lo somos, y según su proclama a los Naturales de estos Pueblos vemos que aclama el nombre de nuestro amado Rey Fernando; ahora pues. ¿Por qué razón ha traído armas y se ha hecho nuestro agresor? Talando los derechos de esta Provincia, sin haber pecado ni siquiera venalmente contra el Rey, Religión, ni nuestra conocida natural Hermandad, hasta llegar a experimentar el rigor de nuestras Armas”.
Continuaba Cavañas informando como habían sido bien tratados los prisioneros de Paraguarí, y terminaba intimando al jefe expedicionario a que se rindiese, asegurándolo la vida hasta el último soldado.
Belgrano no se da por vencido, e insiste con la diplomacia y la sugestión, en una extensa nota con algunos párrafos que no se ajustan estrictamente a la realidad. Dice actuar por instrucciones del gobierno “que hoy está en manos de todos los representantes de las provincias, menos del Paraguay”, que aspira a que se conserve la monarquía en América si se pierde en España, que se halla casi toda en poder de Napoleón, cuyo yugo desean para los americanos los malos españoles europeos. Se declara verdaderamente católico y fiel vasallo de Fernando VII, y que la expedición venia con armas para auxiliar a los fieles y leales paraguayos, pero al encontrar una pertinaz resistencia resolvió retirarse. Que la expedición no ha venido a talar los derechos de la provincia oprimida por los mandones que gobiernan, y que hay tiempo para que los paraguayos reconozcan su error y él soportar con los suyos, los trabajos y penalidades que librarán al Paraguay de las cadenas, le quitarán el inicuo servicio de las milicias, les librarán de las gabelas y del estanco de tabaco y le asegurarán un comercio libre en todas las provincias del Río de la Plata. Expresa que en nada se siente responsable por haber entrado en esta empresa destinada a unir la provincia del Paraguay a las otras para la celebración de un congreso general que asegure los derechos del Rey. Agradece el trato dispensado a los prisioneros y reclama por la prisión del parlamentario Warnes, de la que culpa al gobernador Velazco. Dice haber hecho oficiar exequias por los caídos de ambos bandos. Agrega que es necesario que los paraguayos habrán los ojos y no se dejen engañar. Que el origen de esta guerra es el aspirar los pueblos americanos a gozar de los derechos que tienen los de España. ¿Sera justo – pregunta Belgrano- que se prive de ellos al Paraguay un solo mandón que lo tiene esclavizado? ¿Y será justo matarse unos contra otros para disfrutar del goce de tan santos derechos?
Belgrano les ofrecía la revolución en caja de algodones, y en un párrafo hace un alarde a mi entender innecesario. Dice que “no tiene inconveniente en probar por segunda vez el rigor de las armas paraguayas habiendo dado tiempo para ello con su pausada marcha”. ( ) Y efectivamente los paraguayos le darán la oportunidad en Tacuarí.
Leonardo Castagnino
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Fuentes:
- Julio César Chávez. Relaciones entre Buenos Aires y Paraguay.
- La Gazeta Federalwww.lagazeta.com.ar
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Fuente: www.lagazeta.com.ar
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