El Alto Peru y Montevideo, leales al Consejo de Regencia, ponen sus ojos en Asunción. Desde Montevideo, el gobernador Joaquín Soria remitía una nota fustigando la conducta de la Junta y anunciando una expedición punitiva contra Montevideo, y expresando la necesidad de una urgente ayuda paraguaya, al tiempo que prometía promisorias relaciones comerciales.
Mientras tanto en Asunción, los "porteñistas" partidarios de la Junta no quedaban inactivos. Eran en general comerciantes que tenían relaciones culturales e intereses comerciales con Buenos Aires. Criticaban la actitud de Velazco, que fortificaba la frontera Sur del Paraná, en vez de hacerlo en la frontera Este, argumentando que el Congreso del 24 de Julio determinaba defender la frontera para prevenir una posible invasión portuguesa. Pero Velazco sabía de que lado soplaban vientos de guerra, y actuaba en consecuencia.
La actividad de los partidarios “porteñistas” provocó algunos episodios. Velazco determinó la confinación en el presidio de Fuerte Borbón de un religioso de apellido Vaca y otros diez ciudadanos paraguayos. En los primeros días de noviembre de 1810, era denunciado y procesado en Concepción don José María Aguirre por haber expresado en presencia de un grupo de vecinos, que la Junta de Buenos Aires sabía lo que hacía porque todos los que estaban en ella eran hombres sabios y que el gobernador y sus empleados no querían obedecerla porque iban a perder sus empleos, razón los la cual había que ahorcarlos.
Belgrano marchaba hacia Paraguay con la ilusión fomentada por el coronel Espíndola, de que su llegada a suelo paraguayo provocaría por si sola el levantamiento del oprimido pueblo paraguayo.
Desde Curuzú Cuatiá, Belgrano despacha hacia Paraguay a José Espindola, hijo del coronel, con el propósito de lograr adeptos. Espindola regresa a mediado de noviembre con buenas noticias, que no seria tales.
Belgrano redacta una proclama distribuida en Corrientes y Misiones, y algunas notas al Paraguay, y un mes más tarde dictaba un reglamento liberándolos de impuestos y asegurándoles el comercio libre con las demás provincias. De esa forma, reglamentaba Belgrano sobre lo que todavía no había conquistado.
También lanza una proclama a los paraguayos, donde dice traer la representación del gobierno de las Provincias del Río de la Plata, que en vista de los clamores del pueblo paraguayo había resuelto liberarlos y restituirle sus derechos, amparar sus bienes y suprimir las trabas al progreso de la provincia.
Por último agregaba que castigaría a los que provocaran o fueran autores de una guerra civil. Envía nota al Obispo Panés y una nota al cabildo asunceño expresando la esperanza de que ese cuerpo colaborase con los fines de la expedición, como lo desean los fieles paraguayos “que no se han dejado seducir por cuatro aventureros que solo se han sevido de sanjuelas”. Y termina diciendo que, de verificarse resistencia, responsabilizaría a los capitulares, los que responderían con la pérdida total de sus bienes, y hasta de su vida. Se volvía a equivocar Belgrano, porque los paraguayos, lejos de amedrentarse con las amenazas, le opondrían una tenaz resistencia.