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ROSAS Y LA CONSTITUCION
                          
JUAN MANUEL DE ROSAS. La ley y el orden

Robert Gore, arribado en 1848 en calidad de secretario de la misión Southern y luego trasladado a Montevideo, se convierte en miembro asiduo de la actividad social y oficial de la ciudad, apareciendo su nombre en las crónicas que los diarios dedican a esas actividades. No es de extrañar, por consiguiente, que se le presentaran las ocasiones para el intercambio de ideas con el Ilustre Restaurador de las Leyes.

Antes de terminar el segundo gobierno de Rosas, el 2 de febrero de 1852, Robert Gore, Encargado de Negocios de Gran Bretaña en Buenos Aires, le comenta, al Vizconde Palmerston: "No abrigo dudas en mi mente que, de triunfar, el General Rosas adoptará dentro de muy poco tiempo, un sistema muy diferente y que desarrollará las grandes riquezas de este magnífico país, asegurará la implementación rígida de la ley y extenderá la educación y, además, la civilización y la industria. Tal es, mi Lord, la noción que me he formado a través de lo aprehendido durante varias conversaciones mantenidas con el General Rosas, con quien siempre he hablado con la mayor franqueza". (Robert Gore al Vizconde Palmerston, Buenos Aires, 2 de febrero de 1852, en Public Record Office, Londres. Foreign Office 61167)

Transcurridas varias décadas, en 1873, octogenario ya, Rosas recibire en su residencia del exilio inglés, la visita de Vicente G. Quesada; "jamás fue partidario suyo", consigna su hijo Ernesto, autor de unos apuntes sobre lo conversado, en defensa de su objetividad. (ERNESTO QUESADA, "La época de Rosas", Buenos Aires 1950, pág. 244 y siguientes.)

La pregunta del casual huésped "algo que nunca pude explicarme con acierto" es la siguiente: "Vd., en su largo gobierno, dominó el país por completo, ¿por que no lo constituyó Vd. cuando eso le hubiera sido tan fácil".

- "Ah",- replicó Rosas, poniéndose súbitamente grave y dejando de sonreír: "lo he explicado ya en mi carta a Quiroga... Esa fue mi ambición, pero gasté mi vida y mi energía sin poderla realizar. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión mas completa de ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos. Me di cuenta de que si ello no se lograba modificar de raíz, nuestro gran país se diluiría definitivamente en una serie de republiquetas sin importancia y malográbamos así para siempre, el porvenir: pues demasiado se había fraccionado ya el virreinato colonial".

"La provincia de Buenos Aires tenía, con todo, un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados: me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica y, poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar no dudo de que, en poco tiempo, habría llevado al país hasta su completa normalización; pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes los emigrados organizaban constantemente invasiones. Fue así como todo mi gobierno se pasó en defenderse de esas conspiraciones, de esas invasiones y de las intervenciones navales extranjeras: eso insumió los recursos y me impidió reducir los caudillos del interior a un papel mas normal y tranquilo. Además, los hábitos de anarquía, desarrollados en 20 años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día".

Ante tal situación, "Era preciso primero gobernar con mano fuerte para garantizar la seguridad de la vida y del trabajo, en la ciudad y en la campaña, estableciendo un régimen de orden y tranquilidad que pudiera permitir la práctica real de la vida republicana. Todas las constituciones que se habían dictado habían obedecido al partido unitario, empeñado como decía el fanático Agüero en hacer la felicidad del país a palos: jamás se pudieron poner en práctica. Vivíamos sin organización constitucional y el gobierno se ejercía por resoluciones y decretos, o leyes dictadas por las legislaturas: mas todo era, en el fondo, una apariencia, pero no una realidad; quizá una verdadera mentira, pues las elecciones eran nominales, los diputados electos eran designados de antemano, los gobernadores eran los que lograban mostrarse más diestros que los otros e inspiraban mayor confianza a sus partidarios. Era, en el fondo, una arbitrariedad completa".

"Pronto comprendí, sin embargo, que había emprendido una tarea superior a las fuerzas de un sólo hombre: tomé la resolución de dedicar mi vida entera a tal propósito y me convertí en el primer servidor del país, dedicado día y noche a atender el despacho del gobierno, teniendo que estudiar todo personalmente y que resolver todo tan sólo yo, renunciando a las satisfacciones mas elementales de la vida, como si fuera un verdadero galeoto".

"Los que me han motejado de tirano y han supuesto que gozaba únicamente de las sensualidades del poder, son unos malvados, pues he vivido a la vista de todos, como en casa de vidrio, y renuncié a todo lo que no fuera el trabajo constante del despacho sempiterno. La honradez mas escrupulosa en el manejo de los dineros públicos, la dedicación absoluta al servicio del estado, la energía sin límites para resolver en el acto y asumir la plena responsabilidad de las resoluciones, hizo que el pueblo tuviera confianza en mí, por lo cual pude gobernar tan largo tiempo".

Juan Manuel de Rosas "Si he cometido errores y no hay hombre que no los cometa sólo yo soy responsable. Pero el reproche de no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta dictar un "cuadernito" cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. La base de un régimen constitucional es el ejercicio del sufragio, y esto requiere no sólo un pueblo consciente y que sepa leer y escribir, sino que tenga la seguridad de que el voto es un derecho y, a la vez, un deber, de modo que cada elector conozca a quien debe elegir: en los mismos Estados Unidos dejó todo ello muy mucho que desear hasta que yo abandoné el gobierno, como me lo comunicaba mi ministro el general Alvear. De lo contrario, las elecciones de las legislaturas y de los gobiernos son farsas inicuas y de las que se sirven las camarillas de entretelones, con escarnio de los demás y de sí mismos, fomentando la corrupción y la villanía, quebrando el carácter y manoseando todo".

Sobre su rol histórico aclara que: "No se puede poner la carreta delante de los bueyes: es preciso antes amansar a éstos, habituarlos a la coyunda y la picana, para que puedan arrastrar la carreta después. Era preciso, pues, antes que dictar una constitución arraigar en el pueblo hábitos de gobierno y de vida democrática, lo cual era tarea larga y penosa: cuando me retiré con motivo de Caseros porque había con anterioridad preparado todo para ausentarme, encajonando papeles y poniéndome de acuerdo con el ministro inglés el país se encontraba quizá ya parcialmente preparado para un ensayo constitucional. Y Vd. sabe que, a pesar de ello, todavía se pasó una buena docena de años en la lucha de aspiraciones entre porteños y provincianos, con la segregación de Buenos Aires respecto de la Confederación..."

Enfatiza, acerca de su concepción central, que "ese es exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda tener determinada forma de gobierno; y, para ello, lo que se requiere son hombres que sean verdaderos servidores de la nación, estadistas de verdad y no meros oficinistas ramplones, pues, bajo cualquier constitución si hay tales hombres, el problema está resuelto, mientras que si no los hay cualquier constitución es inútil o peligrosa. Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca".

Con rara audacia, concluye su reflexión con un rudo rechazo a “los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio", mientras expresa admiración por los estadistas de mano fuerte “que han sido los primeros servidores de sus pueblos. Ese es mi gran título: he querido siempre servir al país, y si he acertado o errado, la posteridad lo dirá, pero ese fue mi propósito y mía, en absoluto, la responsabilidad por los medios empleados para realizarlo. Otorgar una constitución era asunto secundario: lo principal era preparar al país para ello ¡y esto es lo que creo haber hecho!".

La esclarecedora revelación que el Encargado de Negocios Gore transmite al Vizconde Palmerston sobre las intenciones futuras de Rosas, citada poco antes, es tanto más valedera, cuanto que va acompañada de gestos que avalaban lo dicho. De ello nos entera, con apabullante franqueza Augusto Belín Sarmiento: "Antes de sublevarse Urquiza, se presentó en 1850. el Coronel Juan Mur en Chile, en casa de Sarmiento a proponerle el Ministerio de Gobierno de parte de Don Juan Manuel de Rosas, con todos los circunloquios y promesas que son de imaginarse para demostrar el decidido intento del tirano de enmendarse y constituir la República con la ayuda de los mas eminentes de sus adversarios. Sarmiento contestó que recordaba la suerte de Berón de Astrada, sacrificado con idéntico engaño, y como el otro insistiese, no queriendo arrojar a puntapiés a un huésped, le dijo: Dentro de dos años, lo encontraré en las calles de Buenos Aires y me prometo cruzarle la cara a chicotazos". (Augusto Belín Sarmiento, "Sarmiento Anecdótico" -Ensayo Biográfico-" cit., pág. 76)

Añade Belín Sarmiento que "En efecto, algunos días después de Caseros, en la calle de Cangallo, cerca de la de 25 de Mayo, frente al Teatro Argentino, lo encontró y le cruzó la cara con un rebenque". Entonces, "El Coronel, después de salir su antagonista de Buenos Aires el 26 de Febrero, publicó en el "Diario de la Tarde" un factum titulado: "Asesinato frustrado y fuga del asesino". El Coronel B. Mitre salió noblemente a la defensa de su amigo y hemos oído de sus labios que su defensa le valió en Buenos Aires, donde era poco menos que desconocido, su primera popularidad".

                          

Fuentes:

Goñi Demarchi, Carlos A., Scala, José Nicolás, Berraondo German W.: "Rosas, Washington y Lincoln" Edit. Theoría.

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Fuente: www.lagazeta.com.ar

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