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SILVESTRE AVEIRO: TESTIGO PRESENCIAL (Cerro Corá)
Mariscal Fransisco Solano López.
(Último retrato del Mariscal)
(01) Testimonio
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(03) Fuentes.
Testimonio de Silvestre Aveiro (1)
De la obra “Memorias Militares 1864-1870”, del Coronel Silvestre Aveiro, quien fuera testigo y participante directo de los hechos, extraemos este relato textual de lo sucedido en Cerro Corá:
“Llegamos al campamento de Cerro Corá el 14 de febrero, después de una marcha en que cada día llevábamos lluvias, que si no eran de mañana eran de tarde, o de noche, y muy pocos días de tiempos seco, creciendo durante estos de agua potable, sino era que encontráramos en los arroyos.
Tan luego como llegamos y tomamos algún descanso, se dispuso la expedición del General Caballero a la colonia de Dorado, a la caza de ganados alzados, que no consiguió, porque habiendo errado el camino, los aliados, el camino del paradero de López, o sea porque trataron de impedirle seguir más adelante, mientras el grueso del ejército marchaba sobre él, se encontró con la pequeña fuerza de la expedición de Caballero una columna enemiga que le aprisionó con toda su gente.
Había una vanguardia, o gran guardia en el arroyo Tacuaras, que según referencias distará del Aquidabán una legua o poco más al oeste. De Cerro Corá (campo rodeado de cerros) se desertaron el Coronel Carmona, el Teniente vaqueano Villamayor, y el Cirujano Solalinde, con dos practicantes. Estos se habían encontrado con la fuerza expedicionaria enemiga.
Solalinde no quizo acompañarles, pretextando enfermedad, pero los otros cambiando de uniforme les sirvieron de vaqueanos, así fue que antes de amanecer el día l° de marzo, aprovechando el descuido de la gran guardia, la tomaron sin disparar un tiro, y una mujer que se hallaba en el punto, se tomó el empeño de venir a dar aviso a López, como lo hizo, un rato después de la salida del sol.
Fue entonces que mandó colocar en el paso del Aquidabán una batería de cuatro piezas a cargo del Coronel Moreno, tomando otras disposiciones en orden a ajustarse para la acción próxima, la poca fuerza que había.
Convocó también un consejo para deliberar sobre lo que en la emergencia era necesario resolver, y allí para que le dijéramos si convenía refugiamos en las Cordilleras inmediatas, o esperábamos el golpe peleando hasta morir.
En esa reunión estuvieron el General Resquín, el General Delgado, el Coronel Centurión, el Padre Maíz y el Comandante Palacios: los Padres Espinosa y Medina; el Coronel Aquino, el Coronel Abalos y yo.
El consejo opinó esperar el combate para que de una vez termine la guerra, peleando hasta morir.
Entonces me ordenó reuniera cuanta gente dispersa que había por el Cuartel General, para estar prontos a recibir órdenes, aprestándose bueyes para el coche de Ma. Lynch.
A eso de las once del día me acordé de la guardia que acompañaba a su madre y hermanos y fui a verlas, y la hice llamar con un oficial que la mandaba.
Cuando retrocedíamos ya casi dispersos del lado del Aquidabán y pasábamos por el Cuartel General, a pocas varas después, se encontró López con su madre y hermanas diciendo la primera - "Socorro Pancho" (Así llamaba al Mariscal). Y este le contestó lacónicamente “Fíese Señora de su sexo... " y pasamos.
Bajando hacia el arroyo que quedaba al este, y cuya costa seguimos hacia Chirigüelo, yendo yo como unos treinta o cuarenta varas trás el Mariscal, y a una mayor distancia el Capitán Cabrera, que era el trompa de órdenes, y después otros varios que fueron desgranándose para tomar el monte.
Seis eran los enemigos de caballería, inclusive el Cabo que los encabezaba, que llevaba lanza, y que marchaban al galope tomando el flanco izquierdo nuestro, y en una ensenada que forma el arroyo pudieron cortar la retirada a López, a quien le intimaron rendición.
En estas circunstancias, el Capitán Argüello y el Alférez Chamorro, ex-caballerizo éste de López, que andaban montados fueron también galopando a la altura que llevaban los brasileros, y en el punto en que pararon, se trabaron en pelea a sable, retirándose los dos mal heridos.
Algunos pasos de los enemigos entre quienes habían también heridos. Antes de la lucha de Argüello y Chamorro, los que intimaron rendición se acercaron a López, el cabo por un lado, y otro, por el otro, se vinieron en guerrilla, y lo señalaron:”Ese es”, con ademán de tomarle los brazos, y éste que llevaba un espadín desenvainado, quiso tirar de punta al cabo, quien ladeó el golpe al mismo tiempo de pegarle una lanzada en el bajo vientre, y el otro a su vez le dio un hachazo en la sien derecha.
Fue en estos momentos que llegaron Chamorro y Argüello.
Los brasileros después del combate y como a diez varas frente a López, estaban formados, pero sin intentar agresión, y cuando llegué cerca de López, este estaba enfureciéndose diciendo en alta voz: "Maten a esos macacos...! ". Dicho que repitió varias veces, siempre a caballo en un bayo tomado en la laguna Chichí a los brasileros.
Llegué ante él, tocándole en el muslo le dije en guaraní:
"Sígame Señor para salvarle" y diciendo -"¿Es Vd. Aveiro?" dobló su caballo, y me siguió. Yo que había llegado allí sumamente fatigado y sin comer, aunque llevaba una espada filosa, no tuve aliento para cortar las ramas de los árboles, y así le fui haciendo el camino, con empujones del cuerpo, siguiendo las huellas o las pisadas que los soldados habían abierto en busca de frutas, y como a diez varas del arroyo, en una pendiente hacia el este, me caí, y pasó el caballo sobre mí, felizmente sin pisarme, y enseguida se cayó también López, llevando la cabeza hacia la pendiente.
Yo me levanté enseguida, con lo que López me alargó la mano, diciéndome que lo levantara.
Y como era pesado, aunque traté de levantarle no tenía fuerzas, y entonces procuré darle hacia el lado de la altura, y en este momento llegó el joven Ibarra, y con él procuramos levantarlo, pero tampoco pudimos, y enseguida se presentó Cabrera, con quien lo alzamos trayéndole del brazo hacia el arroyo, pero antes de bajarle en él, Cabrera me dijo: "Si quiere voy a traer la gente que hay en esa rinconada ", señalando así al sud, donde continuaban más descargas y tiroteos, y como no supiera antes la distribución de las fuerzas, le di crédito, y le dije en guaraní, que fuera a traer lo más pronto posible, con lo que se marchó, para no volver.
Llevamos a López con Ibarra en el arroyo que era muy resbaladizo, y que corre sobre piedra, hasta la orilla opuesta, en donde procuramos levantarle sobre la barranquera que daba hasta el hondo, y no pudiendo conseguir nos dijo López: “Vean a ver si no hay una parte más baja... ". Y se quedó cuando nosotros nos separamos de él, sostenido por una palma derribada que encontramos allí que cruzaba un ángulo del arroyo.
Cuando yo me retiré como a ocho pasos empezaron a salir, los infantes brasileros a la orilla del arroyo, e inmediatamente me hicieron fuego. Yo me subí al barranco, y me senté al pie de un matorral, cuando el General Cámara apareció por donde habíamos entrado, dando la voz de ¡ALTO EL FUEGO! Se echó conforme venía en el arroyo a pie.
En ese momento el Cirujano Estigarribia, que andaba con la pierna llagada, y que había entrado poco antes trás de nosotros, iba retrocediendo en el canal mismo del arroyo, de un soldado que con lanza le iba persiguiendo, y a la altura misma de donde yo estaba, recibió un lanzazo en el pecho, que le hizo caer en el agua, sin levantarse más.
Con eso volvió el soldado hacia donde había venido, y como a cada momento iba acumulándose más fuerzas sobre el arroyo, y yo me levanté para venir donde estaba López, a quien ya lo habían tomado las tropas que estaban más abajo, me dispararon algunos tiros, con lo que volví a sentarme, y con lo que ellos también cesaron.
Yo sentí que con el General Cámara se cambiaron algunas palabras; pero no pude percibir bien, sino una que otra palabra como de Patria, pero después en Río de Janeiro se publicó, y supe, que cuando fue a intimarle rendición el General Cámara, había dicho López: "¿Me garante lo que pido?". Y con la respuesta de que no puede garantirle más que la vida, había dicho: "¡Entonces muero con mi Patria!", levantando su espadín; pero enseguida se había caído en el agua donde se apoderaron de él, y lo sacaron con vida, no
como dicen que fue lanceado por un cabo en el arroyo, y que ahí había muerto (2).
Viendo yo que llevaban a López, y no se preocupaban de mí, me metí en el monte, y a poco andar encontré un grupo de mujeres como de sesenta personas, y de allí mandé a una mujer a saber si López se hallaba con vida, y al mismo tiempo averiguar el paradero de mi familia; pero la mujer no volvió y sintiendo luego que venía alguna gente, comprendí que recién se acordaban de mí, y venían en mi persecución.
Seguí entonces las huellas de otros que me precedieron, pero estaba en una arribada muy forzada, y no pude andar aceleradamente, y el salir a la orilla del monte, encontré un maciegal donde tenía preparada el arma, para cambiar con alguno la vida.
Desembocaron del bosquecillo diciendo: "Escapóse a filho da mai…” Retrocedieron y cuando no sentí ruido alguno, seguí mí camino encontrando a la orilla de otro
arroyito, por casualidad, a mi familia, con quienes, y con otros compañeros que nos fuimos reuniendo, pasamos la noche cerca del mismo campamento, al pie de la serranía,
emprendiendo el camino con rumbo a Concepción, en cuyo departamento salimos a los diez días y recién supimos en Sanguina, que fue uno de los campamentos nuestros, que
el día anterior habían pasado dos chasques, y que estos decían que había muerto López.
Con esta noticia, y la enfermedad de la pierna, me decidí a tomar el camino de la Villa, y no el de Corrientes, que pensábamos seguir, y al día siguiente, a la tarde, nos alcanzó el General Cámara, con su Estado Mayor.
Estábamos sentados sobre el camino, comiendo naranjas verdes con el Comandante Palacios, cuando distinguimos que era el General Cámara, a quien había conocido en los parlamentos, cuando era Coronel. Le dije a Palacios que o se levantara, y no dejara de comer la naranja.
Llega el General, y me interroga si lo conocía. Le dije que sí y que también él debe conocerme.
Me preguntó enseguida si mi acompañado era algún jefe u oficial, y le dije quien era, con lo que éste se levantó le dijo: "Yo no soy nada Señor".
Yo lo que hice fue un movimiento de hombros que como queriendo significar que era lo que decía.
Llamó enseguida a un Capitán a quien te dijo: "Lléveme presos a estos hombres" y siguió adelante.
Entonces nos ordenó que marcháramos, y como fuera por mi enfermedad algo despacioso, me vino el Capitán apurando, y le dije que no podía más, que solamente después que se me calienten las piernas podría mejorar la marcha.
Me amenazó de apalearme. Le dije: "Estoy en su poder, puede hacerlo, pero no puedo más ".
Se impacientó y me hizo alzar sobre una mula cargadas, y me trajo hasta cuagtro leguas de Villa Concepción, donde había pasado el General Cámara. Alli fue la primera ez que probé fariña y carne salada.
Un rato después de nuestra llegada, me hozo llamar el Genral Cámara, recibiendo de él tremendos cargos; pero a los que contesté con altura, porque estaba decidido a todo, porque dudaba de mi suerte.
El primer cargo fue que por qué habiendo sido yo uno de los primeros en tener la facilidad de dar una puñalada a López, a quien comparó con Atila, Nerón, Calígula y otros no lo hice y que de haber procedido así habría prestado un gran servicio a mi patria, librándola de semejante tirano.
Le contesté, que me era extraño oír de su boca semejante doctrina, que tampoco a él cuadraba, cuando mi situación fuera la suya, y le dijiese igual cosa, porque, al fin y al cabo, son iguales en legalidad los gobiernos, tanto del Emperador, como de López, quien tenía a su favor la adhesión de todo un pueblo que se ha sacrificado a su lado en la defensa de una causa, de cuya justicia estábamos convencidos.
Me dijo: "¡No!... ¡No!".
Después me preguntó si era verdad que me había tomado la audacia de pegar unos cintarazos a la Señora Carrillo, y le dije que era cierto; y que, preguntándome por qué, le contesté que era en cumplimiento de una orden recibida.
Entonces me dijo, que la Señora le había pedido que en donde fuese tomado me fusilara, y le contesté: Que no me sorprendía que deseara tal cosa a un extraño cuando ha deseado tantas veces a su mismo hijo y que en fin, podían hacer de mí lo que quisieran, toda vez que estaba en su poder.
Que la vida que llevo de antemano ya había consagrado a mi Patria, y que lo mismo sería perderla antes que después.
Con lo que me hizo retirar, llamando en mi lugar a Silvero. Lo que pasó con éste, y con Palacios, no lo ví.
Pasamos la noche en medio de ocho centinelas, entre quienes sentí decir, que con el menor amago, bayoneteasen a estos patifes (malvados).
Después me embarcaron para Río de Janeiro, y volví al Paraguay a los cinco meses, llegando a la Asunción en diciembre de 1870, de cuya ciudad había salido en junio de 1865, para hacer, como hice, toda la campaña.
Notas:
(1)
Coronel Silvestre Aveiro (1835-1918)
Nació el 22 de septiembre de 1838, en Isla Aveiro, anterior paraje Luqueño, hoy perteneciente a Limpio. De humilde origen y de privilegiada inteligencia, fue hombre de confianza de don Carlos Antonio López y el último que dialogó con él. Partiió en la Escribanía de Gobierno y fue Director del Archivo Nacional. Fue quien entregó al Mariscal Francisco solano el testamento de sucesión política. Se traslado al frente de guerra siendo ayudante del Mariscal, integró tribunales militares y actuó en San Fernando, en 1868. Autor de "Memorias Militares 1864-1870 ”. Murió en Luque, el 6 de junio de 1919. J. S. Aveiro fue Juez de Paz en lo Civil y Comercial en Luque, luego de la Guerra, recibió los galardones "Orden Nacional del Mérito" y las Condecoraciones de las Batallas de Corrales y Cerro Corá.
(2)
Rosalía González, vecina de Asunción, que lo vio todo escondida en una palma, refiere que lo sacaron con vida.
Leonardo Castagnino
Copyright © La Gazeta Federal / Leonardo Castagnino
Fuentes:
- Castagnino Leonardo Guerra del Paraguay. La Triple Alianza contra los paises del Plata
- Testimonios de la Guerra Grande. Colección imaginación y memoria del Paraguay. t.I
- La Gazeta Federal: www.lagazeta.com.ar
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Fuente: www.lagazeta.com.ar
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