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INFORME AL EMPERADOR PEDRO II
(Guerra del Paraguay)
Mariscal Luís Alves de Lima e Silva
Marqués y Duque de Caxias.
(01) Informe de Caxias
(02) Fuentes.
(03) Artículos relacionados.
El informe de Caxias al Emperdor
DESPACHO PRIVADO DEL MARQUES DE CAXIAS, MARISCAL DE EJERCITO EN LA GUERRA CONTRA EL GOBIERNO DEL PARAGUAY, A S.M. EL EMPERADOR DEL BRASIL DON PEDRO II
Cuartel General en Marcha en Tuyucué 18 de Noviembre de 1867
Majestad.
Después de besar respetuosamente la mano Imperial de V.M., paso a cumplir con su augusta orden de informar a V.M. por vía privada, de la situación e incidentes más culminantes de los ejércitos imperiales, y de manera precisa que V.M. me ha encargado.
No obstante el esfuerzo destinado en formar la conciencia de las tropas, de que el lamentable acontecimiento de Tuyutí fue favorable para nuestras armas, por tener el pequeño resto de nuestras fuerzas en aquel campo restablecido la posesión de las posiciones perdidas en manos del enemigo, durante e! combate, tales han sido sus efectos, como ya tuve la honra de informar a V.M., que es moralmente imposible sofocar la profunda conmoción que ese deplorable acontecimiento produjo y aún está produciendo en nuestras trepas.
Los gloriosos e importantes acontecimientos que por su parte coronaron nuestras armas en Vanguardia y nos dieron la ocasión de realizar la ejecución de nuestro gran pensamiento, de nuestra gran operación militar y nuestro gran paso estratégico de sitiar completamente al enemigo por agua y tierra, como el más eficaz, el más poderoso y el único medio de vencerlo, haciéndole rendirse por falta de víveres, por falta de municiones y por falta de todo recurso de que se provea con su comunicación con el resto del país, ha servido, no hay duda, de un admirable y prodigioso estímulo para nuestras fuerzas. Después de cortar la línea telegráfica en su curso desde Villa del Pilar, después de tener cortada la comunicación terrestre del enemigo, sobre la parte oriental del río Paraguay, y llegar hasta la margen izquierda de este río y establecido en un punto de la fuerte batería, de nuestros mejores cañones, como tengo oficial y particularmente informado de todo eso a V.M., era natural que hubiese un gran y universal regocijo en todo el Ejército, en que participamos, al más alto grado, sus jefes, porque creíamos, ciertamente, que no más de cuatro o seis, y cuando mucho, ocho o diez días, serían únicamente necesarios para que López se rindiese incondicionalmente con todo su ejército.
El contraste de Tuyutí fue adormecido por esta inesperada y felicísima perspectiva; pero me es pesaroso tener que informar a V.M. que si grande fue la esperanza, el ánimo y la satisfacción de los ejércitos imperiales del que tengo la gran honra de ser su comandante en jefe y en grado aún mucho mayor fue su creciente desilusión y su desmoralizador desaliento, cuando se vio por hechos prácticos de lamentables efectos y consecuencias, que el enemigo no solo conserva su vigor, después de tantos días de cerrado sitio, sino que, burlando nuestras esperanzas y nuestros medios, abrió un camino grande y largo de comunicación por la parte del Chaco, que se encuentra protegido y fuera del alcance de nuestras armas.
Un estratega europeo, un militar cualquiera que conozca el arte de la guerra, opinará, sin duda, que enviemos nuestras fuerzas al Chaco para que nos apoderemos de esa nueva vía de comunicación del enemigo; pero aquel que estuviese en el teatro de la guerra, aquel que estudiase y sintiese las operaciones y los acontecimientos existentes en ella, estoy persuadido que dirá lo que digo: que esa operación es de todo punto de vista imposible, apoyado en los siguientes fundamentos.
Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates existentes desde Coimbra y Tuyutí, muestran y demuestran, de una manera incontestable, que los soldados paraguayos están caracterizados por una bravura, por un arrojo, por una intrepidez y por una valentía que raya a la ferocidad, sin ejemplo en la historia del mundo.
Cuando esos soldados eran reclutas, esas cualidades ya las tenían y se habían adiestrado de una manera sorprendente. Hoy esos soldados reúnen a esas cualidades la pericia militar adquirida en los combates; su disciplina proverbial de morir antes que rendirse y morir antes de caer prisioneros, porque tienen esa orden de su jefe, había aumentado por la moral adquirida, es necesario decirlo, porque es la verdad, en las victorias, lo que viene a formar un conjunto que constituye esos soldados en un soldado extraordinario, invencible, sobrehumano.
López tiene también el don sobrenatural de magnetizar a los soldados, infundiéndoles un espíritu que no se puede explicar suficientemente con las palabras: el caso es que se vuelven extraordinarios, lejos de temer el peligro, enfrentando con un arrojo sorprendente, lejos de economizar su vida, parece que buscan con frenético interés y ocasión de sacrificarla heroicamente y venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos. Todo eso hace que, ante los soldados paraguayos, no sean garantía la ventaja numérica, la ventaja de elementos y las ventajas de posición: todo es fácil y accesible para ellos. A estas circunstancias que son de inestimable importancia, se une un fenómeno verdaderamente sorprendente. El número de los soldados de López es incalculable, todo cálculo a este respecto es falible, porque todos los cálculos han fallado. López tiene un gran número de fuerzas en su cuadrilátero de Paso Pucú; tiene fuerzas fuera de esas posiciones; tiene fuerzas en el interior de la República; tiene fuerzas en el Alto Paraguay; tiene fuerzas estacionadas en varios campamentos como Asunción, Cerro León y otros, y tiene fuerzas en el Chaco: y todas esas fuerzas son una misma en su valor, en su entusiasmo y su disciplina y moral; y todas esas fuerzas no son de soldados sin armas, ni de armas sin soldados, sino de fuerzas tanto al N. como al S.; aquí y en todas partes, ayer y hoy ya se han experimentado. Esas fuerzas tampoco son de hombres desnudos y hambrientos, sino de hombres, no obstante, mal vestidos, robustos, de soldados que sean de nueve palmos o de cinco, todos son uno.
Vuestra Majestad, tiene a bien encargarme muy especialmente del empleo del oro, para, acompañado al sitio, solucionar la campaña del Paraguay, que viene haciéndose demasiado larga y cargada de sacrificios y aparentemente imposible por la acción de las armas, pero el oro, Majestad, es recurso ineficaz contra el fanatismo patrio de los paraguayos desde que están bajo el mirar fascinante y el espíritu magnetizador de López. Y es preciso convencerse, pues será crasa necedad mantener todavía lo contrario, que: los soldados, o simples ciudadanos, mujeres y niños, el Paraguay todo cuanto es él y López, son una misma cosa, una sola cosa, un solo ser moral e indisoluble; lo que viene a dar como resultado que la idea proclamada de que !a guerra es contra López y no contra el pueblo paraguayo, no solo es asaz quimérica, sino que, comprendiendo ese pueblo de que López es el medio real de su existencia, se comprenda también que es imposible que López pueda vivir sin el pueblo paraguayo, y a éste sea imposible vivir sin López, y es aquí Majestad, un escollo insuperable, un escollo que por sí mismo quiebra y repele el verbo de la guerra al Paraguay, en la causa y en los fines. Y es aquí lo que muestra la lógica de que es imposible de vencer a López, y que es imposible el triunfo de la guerra contra el Paraguay; porque resulta insostenible de que se hace contra López, y que en vez de ser una guerra que apunte hacia la meta de legítimas aspiraciones, sea una guerra determinada y terminante de destrucción, de aniquilamiento. Esto muestra, incuestionablemente, que si no tuviéramos doscientos mil hombres para continuar la guerra al Paraguay, habríamos en caso de triunfo, conseguido reducir a cenizas la población paraguaya entera; y esto no es exagerado, porque estoy en posesión de datos irrefutables que anticipadamente prueban que, si acabásemos de matar a los hombres, tendríamos que combatir con las mujeres, que reemplazarán a éstos con igual valor, con el mismo ardor marcial y con el ímpetu y la constancia que inspiran el ejemplo de. los parientes queridos y nutre la sed de venganza. Y sería admisible un posible triunfo sobre un pueblo de esa naturaleza? Podemos, acaso, contar con elementos para conseguirlo, y si aún lo consiguiésemos, cómo lo habríamos conseguido? Y, después qué habríamos conseguido? Cómo habríamos conseguido, fácil es saber, tomando por exacto o infalible antecedente del tiempo que tenemos empleado en esa guerra, los inmensos recursos y elementos estérilmente empleados en ella; los muchos millares de hombres también estérilmente sacrificados en ella; en una palabra, los incalculables e inmensos sacrificios de todo género que ella nos cuesta; y si todo eso no haya dado por resultado más que nuestra abatida situación, cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar !a guerra, esto es, para convertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto del vientre de la mujer y matarlo no como un feto, aunque como un adalid. Y lo que tendríamos conseguido, también es difícil decir: sería sacrificar un número diez veces mayor de hombres de lo que son los paraguayos; sería sacrificar un número diez o veinte veces mayor de mujeres y niños de lo que son los niños y mujeres paraguayas; sería sacrificar un número cien mil veces mayor de toda clase de recursos de lo que son los recursos paraguayos; sería conquistar no un pueblo, pero un vasto cementerio en que sepultaríamos en la nada toda la población y recursos paraguayos y cien veces más la población y recursos brasileños. Y qué seríamos sobre un vasto cementerio? Seríamos los sepultureros que tendrían que enterrar las cenizas de nuestras víctimas, que responder a Dios y al mundo de sus clamores; y más que esto, desaparecida la población paraguaya, desaparecida la nación paraguaya y desaparecida en proporción equivalente la población brasileña, quién sería, sino, única y exclusivamente el Brasil, el responsable delante de las naciones extranjeras de los inmensos daños causados con esta guerra y a sus súbditos? Y exhausto de recursos y de población el Brasil, cómo responder a estas deudas sino con sus vastos territorios: Qué harían las naciones extranjeras, aún con el mejor derecho de lo que hicieron las naciones bárbaras sobre el Imperio Romano? Qué derecho y qué práctica internacional alegaría en su apoyo el Brasil cuando se encontrase sepultando sobre una fosa de una nación soberana y de sí mismo, haría mucho menos que el Imperio Romano, que delante de los bárbaros se encontró como un cuerpo helado y frío, el Brasil ante las poderosas naciones extranjeras se encontrará como una planicie con entrañas de oro y diamantes. No habría una sola nación europea, como no habría una sola nación americana, que no se aliste y forme en las filas de esa revolución reparadora, y es para no dudar que nuestros aliados de hoy, el Estado Oriental y la República Argentina, que no se han sacrificado tanto como pretendíamos y habíamos deseado, reunirían sus restos, formando un cuerpo unido y compacto, poniéndose al frente de esa desesperada expedición sobre el Brasil, reclamando también, no solo los territorios de que se les ha despojado, sino hasta los mismos gastos y todos los daños y perjuicios causados por la guerra.
Pero, como en el cuadro que dejo trazado y se destacan dos acontecimientos inesperados, y de los menos esperados y no premeditados efectos de la guerra; y que, por tanto, lejos de tomar parte, contradice extremada y abiertamente el risueño repertorio de felices resultados que esperábamos de ella, basados en la gran facilidad de triunfar sobre el Paraguay, que no encontraríamos resistencia alguna que nos detuviese en nuestra marcha triunfal un solo minuto y que como César sobre Farnaces en el Asia, diríamos a V. Majestad lo que él dijo al Senado Romano "Vini, vidi vici", cúmpleme informar a V. Majestad, como me propuse, lo que es en sí nuestra situación y nuestros elementos actuales para la guerra, suponiendo que ya tengo transmitido a V. Majestad de una parte muy importante que es el conocimiento del enemigo contra quien combatimos, y ojala hubiésemos tenido de él siquiera una remotísima idea, en lugar del cúmulo de falsas y erróneas apreciaciones que se han hecho de él.
Tengo dicho a V. Majestad que la operación de pasar fuerzas al Chaco para apoderarnos de la nueva vía de comunicaciones del enemigo, y desde todo punto de vista, imposible, ya por lo que dejo expuesto a V. Majestad, relativo al enemigo y también porque, comprendiendo el enemigo la importancia vital de esa vía, pondrá todos los medios de que es capaz para conservarla a cualquier costo; pondrá todos los medios para colocarla a cubierto de cualquier riesgo, y para eso cuenta con todos los elementos que podrá necesitar y, cuenta, además, con el conocimiento del terreno de que nosotros carecemos absolutamente, pues siendo un terreno jamás transitado y, a su vez, apenas sabido pero no conocido, nuestros baqueanos se encuentran totalmente inhabilitados para suministrar la menor noción de él y aunque ese esencialísimo e indispensable conocimiento lo tuviéremos, cómo hacer el pasaje de nuestras fuerzas? No tenemos embarcaciones para eso y las embarcaciones tendrían que ser acorazados; el río es caudaloso y las márgenes occidentales son bañados, terreno falso, carrizados y enraizados montes y el pasaje de nuestras fuerzas, podríamos efectuarlas sorprendiendo o burlando la vigilancia del enemigo, impunemente? Imposible: el enemigo, en su radio de actividad, reúne una vigilancia superior a toda idea, y estoy en la verdad que ninguno de nuestros movimientos, sean ellos ejecutados de día o de noche, escapan a su observación, lo que circunscriptamente haría sumamente peligrosa una expedición rodeada de tan serias desventajas; y aún en el caso de que pudiésemos efectuarla, qué fuerzas dispondríamos para ello? No solamente correríamos un eminente peligro de que sucediese lo de Tuyucué, un contraste de mayores proporciones y de más fatales consecuencias que lo de Tuyutí, por la simple razón de que nuestras posiciones quedarían sumamente debilitadas por la falta de hombres; y entonces no solo se perdería Tuyucué, sino que también se perderían las fuerzas enviadas al Chaco, que quedarían aisladas, cortadas y a merced del enemigo, sujetas a toda clase de penurias y calamidades; en una palabra, se perdería todo; hay que además tener en cuenta una circunstancia de enorme peso, en nuestra consideración, que es la cualidad de nuestras tropas. Perdida la esperanza de que el enemigo se rind iese sin condiciones después de haber cerrado el sitio hasta la margen izquierda del río Paraguay y después de conocer la nueva vía de comunicación abierta y usada por el enemigo, no se oculta a la vista ni del más miope de nuestros soldados que: después de una campaña de tres años, plena de toda clase de privaciones y penurias, cribada de contrastes, en que todas las risueñas esperanzas se cambiaron por amargas y profundas decepciones; y cuando se confiaba estar al tan esperado final de ella, se abre una nueva campaña cuyo fin se pierde detrás de los horizontes de las borrascas que la amenazan. Esta idea que es hija de la realidad engendrada en los hechos, que es firme e ineludible, no cree V. Majestad, procediendo con buen raciocinio, que sería más que suficiente para atemorizar, para alejar, para asustar y espantar también a los soldados ejemplares de Napoleón I, y que les haría caer las armas de las manos si es que no se pronunciaran en abierta conspiración? Ciertamente que sí, porque no hay razón y menos derecho alguno para poner a tan dura prueba al hombre, y tanto más a un buen súbdito en una guerra, no de defensa, que puede ser con justicia indefinida, pero en una guerra de agresión, en una guerra de mera ofensa, cuyo final está sujeta al agresor y por cuya razón cae sobre él la responsabilidad del tiempo y de los acontecimientos. Y si esto aún debería de ocurrir con los soldados que tengan cubierto el mundo en sus armas y que guiados por un gran Capitán marchaban de victoria en victoria, juzgue V. Majestad lo que debe pasar con nuestras tropas. Nuestras tropas virtualmente opuestas a la milicia y a la carrera militar, encara a los sufrimientos, disciplina y peligros que le son inherentes; nuestras tropas, que el amor a los gozos de familia es superior y dominante a todo otro sufrimiento es que hoy se encuentran a millares de leguas de esos gozos y mucho más aún distantes todavía de la esperanza de volver a ellos; nuestras tropas que sin antecedentes, sin predisposición y sin hábitos militares, sí tendrán que arrojarse .de frente a una campaña de más sacrificios, de más sangrientas y formidables batallas, y todas funestas, de cuántas en la América y en Europa presenta la historia contemporánea; nuestras tropas que abandonan por la acción de la fuerza sus queridos lares y se lanzan a remotos climas, y un clima que por sí solo es bastante para combatirlas y consumirlas, como ha sucedido; nuestras tropas que antes de ser soldados han sido diseminadas o destrozadas por las armas enemigas o la peste; nuestras tropas, que se componen de reservas de niños y ancianos; que han venido a impregnarse de la desmoralización de los que con la muerte han conducido su carrera y que debajo del constante azote del enemigo, no consiguen respirar más que el pestilente aire de la desesperación; nuestras tropas, mezcladas con tantos extranjeros, muchos sin patria, como los franceses, ingleses, austriacos, suizos, prusianos, italianos, norteamericanos, etc. y otros trayendo su patria como los argentinos y orientales, sin aspiración legítima alguna en favor de la causa del Imperio, y generalmente todos ellos, corrompidos y por demás antipáticos a los súbditos brasileños, y viceversa; nuestras tropas que no han tenido en su frente más que ruinas, montones de cadáveres y crudas derrotas en que inspirarse y que, al final se encuentran reducidas ya materialmente a una quinta parte de lo que fueron y moralmente a una quincuagésima parte. Cree, V. Majestad, por ventura que con ellas puede continuarse la campaña del Paraguay, que podrá triunfar sobre el Paraguay, o cree, como creo yo, que no serán capaces de sostenerse en nuestras posiciones fortificadas en caso de que el enemigo nos haga un ataque? Pues, en la verdad, si nuestras mejores tropas y nuestras enteramente excelentes fortificaciones de Tuyutí, que no sirvieron sino de juguete a unas pocas fuerzas paraguayas, porque realmente las deshicieron, apoderándoselas, incendiároslas e hicieron de ellas cuanto quisieron, causándonos inmensos e irreparables males y pérdidas, qué no habrá de esperar de un ejército vencedor sobre nuestras tropas y dentro de posiciones muy inferiores a las de Tuyutí?
Algo más, Majestad: la alianza con el General Flores y el General Mitre, suponía el concurso de fuerzas argentinas y orientales, y en buena hora ellas servirían moralmente o tendrían por objetivo hacer segura y tranquila la consumación de los fines de V. Majestad sobre el Paraguay, y materialmente aniquilar y destruir el elemento militar argentino y oriental, para cuando las armas imperiales triunfantes sobre el Paraguay convergiesen sobre la República Argentina y la Oriental, éstas se encontrasen sin hombres, sin soldados, sin nada que pudiese oponerse a los deseos de V. Majestad, anexándolas al Imperio con toda facilidad; servirán como era consecuente de carne de cañón, de pasto para los combates; las fuerzas argentinas y orientales estaban siempre en la vanguardia, sufrían la peor parte y por último se acabaron volviéndose apenas un pequeño resto, y resto pernicioso. De los orientales ya no tienen metido en el ejército de V. Majestad un solo hombre; y de los argentinos, si bien han venido algunos, han venido con el espíritu de revuelta y anarquía, de un espíritu claramente manifiesto de oposición a la guerra, de hostilidad a la causa imperial y de simpatía a la del enemigo. Así es, pues, si para llegar a los fines de V. Majestad desearía de dejarse de cuantos argentinos y orientales viniesen al campo de la guerra para resguardar con su vida a los súbditos de V. Majestad, hoy se presenta una alternativa funesta de dos caras: si vienen, vienen a infiltrar su desmoralizado espíritu, su espíritu de oposición y si no vienen, las fuerzas brasileñas tendrán que sufrir inmediatamente los efectos de las armas, como ya ha ocurrido en muchos encuentros, desde Tuyutí y después de Tuyutí. Ya en las pocas fuerzas argentinas que existen, hubo en estos días un comienzo de motín que fue sofocado, pero creo que el fuego no se extinguió y precisamente no nació en esas fuerzas sino que vino de la República Argentina y allí tiene su foco; lo que me hace temer que de un momento a otro, reviente una sublevación que será de todos modos funesta, porque dará lugar a un combate entre las tropas argentinas y brasileñas; el éxito de nuestra parte se hace dudoso, porque, en buena hora, nuestras fuerzas serán superiores en número a las argentinas, éstas, con el arrojo que caracterizan a las conspiraciones, con las ventajas de poder tomar las mejores posiciones de apoyo y con el amparo que en todo caso podrá encontrar el enemigo, esto es, si no .fuese su eficaz protección, nuestras fuerzas se encontrarían envueltas en una difícil y sumamente crítica situación. Mis serios temores en ese sentido me han hecho concebir la idea de colocar en la vanguardia a este resto de fuerzas argentinas para que, si el enemigo nos ataca, perezcan ellas como por acaso entre dos fuegos, como hemos hecho en muchas ocasiones anteriores; y en caso de conspiración, queden nuestras fuerzas aseguradas en sus posiciones y asegurada también su retaguardia; no obstante, por otra parte, estas fuerzas rebeldes que están contagiadas ya de la idea práctica de la conspiración que pulula en todas partes de la República Argentina contra la causa imperial sobre el Paraguay, porque el misterio retiró sus vendas y las consecuencias ya comienzan a sentirse y temerse, qué harán en la vanguardia? Nada más natural que conjeturar, sino que se pondrán de acuerdo con el enemigo, franqueándole sus posiciones en caso de un ataque a nosotros, incorporándose y operando conjuntamente sobre el ejército brasileño; o se pasen simplemente al enemigo debajo del expreso pacto que garantice sus vidas y sus actos pasados. Ya ve V. Majestad que la alianza con el General Mitre y el General Flores hoy ya no existe en cuanto a las condiciones en las propuestas; y que si de alguna forma algo se cumplió por la desaparición de más de veinte mil argentinos y más de ocho mil orientales, hoy que estos ya no vienen al campo de guerra y van aumentando los peligros que nos cercan, parece de extrema conveniencia que los ejércitos de V. Majestad queden estrictamente reducidos a sus súbditos brasileños; pero si esto se hizo así, no tendremos, por lo que dejo expuesto a V. Majestad, ni como sostener la campaña, ni la guerra contra el Paraguay y corremos el peligro de que a un golpe del enemigo desaparezcan de sobre la tierra los ejércitos de V. Majestad, y entonces, qué será del Imperio? V. Majestad debe pensarlo muy bien.
No se oculta, a primera vista, que mis precedentes observaciones resultan como corolarios en relación directa de la frustración de la operación ejecutada con el fin de sitiar completamente al enemigo y hacerle por medio del hambre, rendirse incondicionalmente. Pero hay otras consideraciones no menos serias que parten de esa misma operación y que me permito exponerlas a las ilustradas vistas de V. Majestad.
En justa apreciación del poder extraordinario, moral y materialmente hablando, del enemigo, probado en los muchos contrastes que activa y pasivamente han sufrido nuestros ejércitos, es que lo hemos reducido a la posible formación compacta y abandonando la idea de seguir adelante, por la propia seguridad, empleamos todos los medios de estricta defensa en que se han agotado todos los medios y la inteligencia de los numerosos ingenieros enviados por Vuestra Majestad.
Vuestra Majestad tuvo la bondad de hacerme conocer cuan triste y aflictiva era nuestra situación de manera general. Que la alianza había dejado de existir de hecho, mientras era manifiesta, sostenida y vigorosa la oposición del pueblo de las Repúblicas Argentina y Oriental a ella; y que, para calmarla o disfrazarla, ha sido necesario usar del único medio, de prometerle la cesación de la guerra y una próxima paz honrosa; pero que, siendo esa contradicción a los vastos fines del Imperio, Vuestra Majestad apenas utilizaba esa embriaguez embargadora de esos pueblos para activar la guerra, ya que acreditaba que el enemigo al fin tendría que rendirse y con su rendición todo se habría alcanzado. Que los cofres estaban exhaustos; que la deuda era inmensa y ya comprometía la tranquilidad del Imperio; que las Cámaras habían resistido abiertamente a aumentarlas, y que el gobierno pueda contraer nuevos empréstitos; y negándose también a admitir más emisiones de título de crédito nacional; que por ese lado se hacía casi imposible la continuación de la guerra por más tiempo.
Que sintiendo los contrastes de la guerra y sus desastrosos efectos, que habían mudado diametralmente su apariencia de fácil y breve a la de penosa e imposible, los gobiernos extranjeros que habían consentido en inducir públicamente a sus ciudadanos en sus mismas plazas, calles y puertos, hoy ellos negaban y también protestaban contra esos actos; y que los mismos extranjeros, que por ambición de oro, fácilmente abdicaban de su nacionalidad y de sus derechos y engañados venían de todas partes a ingresar en los ejércitos imperiales, hoy ya no había medios posibles para seducirlos, y que por tanto nuestros ejércitos se encontrarían en el futuro privado de ese valioso contingente. Que en cuanto a nuestros súbditos, desde las Cámaras generales de los gobiernos de Provincias y hasta la última choza en los montes, sostenían, una vigorosa oposición a la guerra, todo envío de contingentes a ella. Que V. Majestad, sobreponiéndose también al derecho constitucional, había allanado todas las garantías que éste proporcionaba al pueblo brasileño, y había ordenado la aprehensión capciosa y coercitiva de hombres, reclutando por este medio, a padres de familia, a ancianos y a toda clase de trabajadores y artistas y hasta niños, para encarcelarlos y mandarlos a nuestros ejércitos; pero que en Pernambuco, en Bahía y en casi todas las provincias del Imperio ocurrieron sublevaciones armadas, destrucción de cárceles y manifiestas conspiraciones contra esos medios violentos y anticonstitucionales, con marcada tendencia de una abierta oposición a la guerra, y que amenazando muy seriamente la unidad del Imperio, había Vuestra Majestad, para aquietar el espíritu público, hacer lo que hizo con la República Argentina y Oriental: prometido la paz próxima y algo más, que ya no marcharía un solo brasileño a la guerra. Que, por estas razones y otras no menos capitales que dejo de mencionar, con lo relativo a algunas repúblicas sudamericanas, los últimos sucesos de México con el Emperador Maximiliano y los Estados Unidos del Norte, V. Majestad había tenido por bien comunicarme su indeclinable resolución, en consideración a mi responsabilidad, de salir de nuestro plan de defensa; pero que sin abandonarlo, active mis operaciones hasta llegar al rio Paraguay y cerrar allí el sitio al enemigo por agua y por tierra para alcanzar el deseado objetivo de hacerlo rendirse sin condiciones.
Esa operación se efectuó en lo que a nosotros nos toca y mi responsabilidad, séame permitido decir respetuosamente a V. Majestad, está a salvo. Pero esta operación, además de lo ya dispuesto, nos tiene colocado fatalmente en una nueva y peligrosísima situación.
Nuestros ejércitos han disminuido y disminuyen considerablemente por los contrastes bélicos, por las pestes, entre las cuales se destaca el cólera. Que en todos los cuerpos de nuestros ejércitos y Armada, y en nuestros hospitales hasta lo que tenemos en Corrientes, hace diaria y espantosa mortandad. Nuestros recursos de boca también se han tornado tan difíciles y escasos que mantienen a nuestros ejércitos en una mala e insuficiente alimentación. Las deserciones son continuas, considerables y no habrá cómo contenerlas. Y en este estado que hemos salido de nuestro plan de defensa y extendido hasta llegar a lo imposible nuestra línea; habiendo la misma escasez de hombres y la naturaleza del terreno, nos vimos en la necesidad de fraccionar nuestro poder militar en siete contingentes: la 1ª - que es la División acorazada que quedó en Humaitá y Curupayty; la 2ª - División no acorazada, que está acantonada desde abajo de Curupayty hasta Itapirú; la 3ª - los esclavos, restos de la División del Ejército que se salvó el 3 de noviembre próximo pasado en Tuyutí; la 4ª - División que está sobre mis inmediatas órdenes en este lugar de Tuyucué; la 5ª - División que se ocupa del transporte de ganados, víveres y municiones de Tuyutí a este punto; la 6ª División de Vanguardia situada entre este punto y el de Tayy, y que también se ocupa de transportes de municiones de boca y de guerra a Tayy y la 7ª - División de Tayy. Estas fracciones se encuentran aisladas y apenas protegidas entre sí, y muchas de ellas hasta en difícil y costosa comunicación. Circunstancia que presenta al enemigo y facilidad de hacer con cualquiera de ellas o lo que hizo con la mejor fortificada que era la de Tuyutí. Por mi parte, debo francamente manifestar a V. Majestad que mis temores crecen de momento a momento, como de momento a momento decae nuestra situación y se alienta al del enemigo, de que éste, repentinamente dé un asalto a las posiciones que ocupo con la 4ª División de nuestros ejércitos; y si tal sucede, no es posible responder del resultado, pues ya tengo visto y experimentado que los soldados de López no sólo son invencibles, sino que son irresistibles. Si fuesen destruidas, que el cielo no permita, nuestras posiciones de Tuyucué, habríamos perdido el punto céntrico o centro de gravedad, el corazón de toda nuestra línea: sería perdida infaliblemente la 6ª División que quedaría cortada y sin apoyo alguno; quedaría perdida y perdida por rendición, la 7ª División de Tayy y las demás Divisiones, excepto la acorazada que se encuentra imposibilitada de subir o descender, entre Humaitá y Curupayty sería obligada a abandonar sus posiciones; y los demás de este aciago porvenir, V. Majestad puede medir.
Los peligros que cercan la situación del Ejército y Armada de Vuestra Majestad en el Paraguay, no es posible narrarlos detalladamente sin caer, quien lo haga, en la sospecha de que se encuentra dominado de un gran miedo, que está atemorizado y acobardado, pero confío que V. Majestad, haciendo justicia a mis antecedentes y mis sentimientos, no encontrará en esta exposición sino rasgos de lealtad y probidad, de amor a la suerte del Imperio de Vuestra Majestad.
Debo aún agregar sobre este punto dos palabras más, por lo que me atrevo a llamar no menos seriamente la atención de V. Majestad.
Hace algún tiempo que estoy haciendo notar ciertos incidentes desagradables y sensibles en nuestros ejércitos, que inspiraban recelos de que el enemigo tuviese en ellos alguna parte. Ese género de incidentes han sido advertidos más frecuentes y más graves desde que pisamos Tuyucué. Más frecuentes y más graves aún desde que nuestra 7ª División se encuentra en Tayy; y mucho más frecuente y más grave aún a medida que avanzamos.
Es un hecho que, habiendo más líneas nuestras de fortificaciones, haya más cuerpos avanzados de grandes retenes y sus detalles, en vigilante observación del enemigo, que se han establecido uniformemente en todas las fricciones de nuestro ejército, cuadruplicados cordones de puestos, tam bién de observaciones y vigilancia; pues Majestad, a través de todos estos medios, ni dejan de haber los que pasan al enemigo, ni dejan de existir desertores por todas las panes y lo que es más, han ocurrido robos de ganado en cantidad considerable, han habido incendios en el interior de nuestros campamentos que revelan el punto casi infalible que, en el interior de nuestros cuerpos, e! enemigo tiene considerable número de cómplices que conspiran constante y secretamente contra nuestra causa y en su favor, lo que nos hace temer mucho prudentemente que de un momento a otro haya acontecimientos funestos y desgraciados, cuya extensión no puede calcularse, o que reviente una rebelión en favor del enemigo, que estará siempre activo en protegerla, y cuyos resultados, serán fatales y funestos.
Vuestra Majestad, no dudo, habrá de ver que veo a través de esa situación: de que nuestros ejércitos, en cuanto a su organización, que es, en general, la combinación de elementos constitutivos de los mismos ejércitos, basada en los intereses militares, políticos y económicos del país; y que tuvieron por objeto especial: garantizar la seguridad interna y externa del país, desarmando a sus enemigos; sostener y defender ¡as instituciones patrias; desagraviar el honor nacional y mantener los derechos del Estado en sus relaciones con las otras potencias, han dejado de existir. Como han dejado de existir como el medio poderoso y único de sustentar la guerra contra el Paraguay y de llegar a los fines del Gobierno Imperial en ella.
No solo es pesaroso decírselo, sino un cuerpo que contiene las flagrantes infracciones del derecho público interno del Imperio; un cuerpo, que lejos de salvar el honor y sustentar sus intereses y la deshonra y el poder en inminente peligro; y es un cuerpo que lejos de prometer la consecución de los fines de la guerra, compromete la vitalidad del Imperio y engrandece al enemigo, enalteciendo su fama que ya tiene subido a un grado eminentísimo y que, sin más accidentes que el hecho de su resistencia por tanto tiempo, es bastante para que ante el mundo, ante la historia, ante nosotros mismos y para sí mismo, aprecie una gran victoria ganada en cada hora, en cada minuto, en cada instante, es victoria, Majestad, sobre nosotros, sobre el Imperio, sobre la Alianza y sobre nuestros recursos.
Extrañará tal vez a V. Majestad, que en mis apreciaciones y en mis datos, se hayan guiado independientemente de nuestra Armada; pero si lo tengo hecho es porque ella no influyó de manera alguna para mejorar nuestra situación y antes, lo contrario, para empeorarla; pero pasaré a ella.
La escuadra ha jugado y juega aún importante su papel de bloquear los ríos Paraná y Paraguay en sus desembocaduras y privar de toda comunicación a! enemigo, también con las naciones neutrales; pero la Escuadra, no obstante en combinación inmediata con el Ejército, jamás adelantó una pulgada en las operaciones de la guerra. La división acorazada de la Escuadra pasó Curupayty para operar conjuntamente con el Ejército sobre Humaitá; pero quedando en su pasaje de Curupayty, inutilizada para afrontar las fortificaciones de Humaitá, tuvo que detenerse, escondiéndose de los fuegos de Curupayty como de Humaitá. El primer efecto fue frustrar el plan de ataque sobre el enemigo; el segundo, se deterioraron nuestros mejores navíos acorazados; el tercero, que quedan sin acción y bloqueada, y el cuarto, dar lugar al enemigo que haga en todo punto inexpugnables las fortificaciones de Humaitá; pues lo mismo que éstas no hubiesen absolutamente existido, no hubiesen tenido un solo cañón, un solo torpedo, una sola corriente, en cuatro meses ya había con su actividad proverbial, más que sobrado y suficiente tiempo para crear fortificaciones, para establecer todo género de obstáculos y hasta para cerrar de paredes de hierro el río. La División acorazada, pues, nuestra Escuadra, queda inutilizada, queda impotente no solo para ascender afrontando los peligros de Curupayty, que si antes se afrontaron con gran daño para nosotros, hoy no podrá hacerse sino con inminente peligro de perderse ante ella nuestra División acorazada. Esto sería sin duda, el mejor de los resultados en perspectiva, pues aún temo, y temo seriamente, que López, que todo puede con sus soldados, haga abordarla y la tome como prisionera; y entonces todo y todo estará perdido, y hasta no vería distante el peligro de ser bombardeada la Capital del Imperio. Entonces todos nuestros planes sobre las Repúblicas Argentina y Oriental, y las demás repúblicas sobre el Amazonas, quedarán frustrados y frustrados para siempre.
Ante este cuadro, diseñado con el pincel de la verdad y la tinta de una saludable razón, como dirigido por los purísimos sentimientos de amor a V. Majestad y al Imperio, qué camino nos toca seguir, cuál paso nos cumple dar? Yo no veo otro. Majestad Imperial, que el de hacer la paz, y hacerla cuanto antes, con López. Con la paz tendremos equilibrado en su manifestación moral nuestra causa, con la paz tendremos a salvo los i estos de nuestros ejércitos y nuestra Armada; con la paz tendremos a salvo el Imperio; con la paz tendremos conservada nuestra actitud d; un mejor tiempo para llevar adelante y con los otros medios a las pretensiones imperiales sobre las repúblicas americanas, con la paz conservaremos nuestra ascendencia sobre las Repúblicas Argentina y Oriental, por razón de los compromisos que el General Mitre y el General Flores han contraído con el gobierno de V. Majestad y por razón también de la aumentada deuda de estos pueblos con el Imperio.
Un punto de fácil solución que me resta aún mencionar a V. Majestad, y esto es lo que se refiere a nuestros aliados. Cuando al General Flores se le había retirado ex-abrupto del campo de la guerra y no concurrido con un solo hombre, claro es que no tiene derecho a gestión alguna sobre los actos de V. Majestad en la solución de la cuestión; debiendo considerarse por todos los acatamientos, como un miembro pasivo de las deliberaciones de V. Majestad.
Y en cuanto al General Mitre, después de su obstinado empeño en hacer prevalecer su personalidad de acuerdo con el tratado del lo. de Mayo, está convencido que sin pueblo y sin soldados debe no solamente someterse a cuanto V. Majestad haga por bien disponer, sino más aún, de ser las armas imperiales a las que debe concurrir buscando el único amparo que debe buscar. El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace todo cuanto le indico, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, hasta a que los cadáveres coléricos sean lanzados desde la escuadra, como de Itapirú a las aguas del Paraná, para llevar el contagio a las poblaciones ribereñas, principalmente las de Corrientes, Entre ríos, y Santa Fe, que le son opuestas; pero convencido de nuestra situación y aunque con la paz queden nulas sus aspiraciones de virreinato, comprende también que es razonable e imperioso abandonarlas, y que la paz es el único medio salvador de nuestra peligrosa situación. El General Mitre está también convencido que deben exterminarse los restos de fuerzas argentinas que aún le sobran, pues que de ellas no divisa sino peligros para su persona. Pero él espera, finalmente, que por medio de la paz tendrá satisfecho el clamor del pueblo argentino y de sus tropas y que así habrá podido terminar pacífica y honrosamente su presidencia y que conservando la ascendencia de su partido, podrá continuar trabajando en favor de la idea que hoy quedará postergada y podrá con el tiempo, pudiendo hacer valer su influencia oficial para la elección del nuevo presidente, preparar e! país y las cosas, con el poderoso auxilio de V. Majestad, a los mismos objetivos de la Alianza, que esta vez no se puede realizar. Si así no fuese y la guerra consumiere el tiempo bastante cono que le resta de su período presidencial, si es que no fuese depuesto por la revolución que sigue triunfante y tomando mayores proporciones en las provincias del Norte, seguramente, que su abatido partido caerá por tierra, el partido nacional se encontrará preponderante y en los trabajos electorales que ya habrían comenzado, saldría sin duda triunfante la candidatura de un Corifeo de ese partido, que el General Mitre teme mucho que sea el General Urquiza; y el General Urquiza, Majestad, en buena hora había procedido favoreciendo con eficacia los fines de V. Majestad en la guerra al Estado Oriental apoyando la conducta del General Mitre en cuanto a la Alianza, y cooperando aunque disimuladamente pero poderosamente en la guerra actual contra el Paraguay y el General Mitre y ya creemos que el General Urquiza tendrá necesidad de buscar garantías de su posición en el mismo partido nacional; y si la República Argentina en general así como el Estado Oriental, les son antipáticas a la Alianza de la guerra al Paraguay, a ese partido nacional le es odiosa; en cuanto al General Urquiza que cuando ha necesitado del Brasil le sirve bien y cuando no, le huele mal, no ofrece vacilación al juicio que a él en la presidencia de la República Argentina, le importará la rescisión de la Alianza, la denuncia contra ella, que será nada menos que la Alianza con el Paraguay y la guerra contra el Brasil, que es para temer que no sea simplemente la de la triple alianza de las Repúblicas del Paraguay, Argentina y Uruguay sino de toda la América, inclusive la del Norte, pues todas estas repúblicas, más que las causas pendientes que han tenido con el Imperio, no les faltarán pretextos que alegar; y así como el Gobierno del Brasil en la guerra con el Estado Orienta! rechazó la mediación del gobierno paraguayo; rechazó el arbitraje de las naciones neutrales y rechazó todos los medios de conciliación, porque la guerra le prometía un triunfo fácil y seguro, la alianza americana estará en el mismo derecho, autorizada, por esos notorios antecedentes, para lanzarse a la guerra sin previa declaración, sin manifestación de motivos y de una manera intransigente y de irrefrenable arbitrariedad, apoyada por el buen argumento de la seguridad y la facilidad del triunfo; seguridad y facilidad infalibles, pues que el Imperio se encontraría entonces absolutamente incapacidad para enfrentar por un solo día esa guerra, que traerá por resultado la desaparición del Imperio cuyos territorios serán recuperados por las repúblicas limítrofes que fueron sus propietarias primitivas; otras fracciones serán conquistadas y otras serán, con su población, constituidas en varias naciones independientes que abrazarán el gobierno democrático y que hoy mismo aspiran muchas provincias del Imperio y es natural en todas las asociaciones políticas del mundo. A la sombra de esa guerra, nada puede librarnos de que aquella inmensa esclavitud del Brasil del grito de su divina y humanamente legítima libertad; y tenga lugar una guerra interna, como en Haití, de negros contra blancos, que siempre tiene amenazado al Brasil, y desaparezca de él la escasísima y diminuta parte blanca que hay.
Todas esas consideraciones y otras que aún omito, por dejarla a la ilustrada interpretación de V. Majestad, me hacen insistir en la idea de la paz.
A la paz con López, la paz, Imperial Majestad, es el único medio salvador que nos resta. López es invencible, López puede todo; y sin la paz, Majestad, todo estará perdido, y antes de presenciar ese cataclismo funesto, estando yo al frente de los ejércitos imperiales, suplico a V. Majestad la espacialísima gracia de otorgarme mi dimisión del honroso puesto que V. Majestad me tiene confiado.
Entiendo cumplidos mis altos deberes, de Mariscal y Comandante en Jefe de los Ejércitos de V. Majestad, de leal súbdito de V. Majestad, de las calificadas dignidades que me ligan a la casa imperial, y de mi lealtad de ciudadano, ruego a V. Majestad, quiera dignarse recibir en buena hora mi exposición privada.
Hago sinceros votos por la augusta vida de V. Majestad, por la excelente salud de la familia imperial, y el acierto del Gobierno Imperial de V. Majestad.
Beso la Imperial Mano de V. Majestad.
El Marqués de Caxias
Fuentes:
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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