(Por Leonardo Castagnino / Relatos verídicos recopilados por el autor)
Don Jose Casarrota
(01) La feria de los quince
(02) El tren camarote
(03) El más bruto de colegio
(04) El forcito 38
(05) La humildita
(06) La vizcachera
(07) Nota
(08) Bibliografía.
(09) Artículos relacionados.
La feria de los quince
En esos tiempos, años 60, se hacían muchos remates feria, y Hacendados de La Pampa, los quince de cada mes lo hacia en Lonquimay: era la “feria e´los quince”. El remate era por la tarde, y a medio día, se hacia una comida o un asado para toda la concurrencia, que venía a ser como una fiesta para todos, con representantes de la zona y de otros pagos. Por supuesto que era infaltable la presencia de varios personajes de antología, que eran la diversion de los concurrentes.
Entre esos personaje estaba Don José Casarrota, Don Pedro Yeti (capataz de la Feria), “salmuera” (porque estaba en todos los asados), Felipe Romay, (encargado de la estancia San Joaquín), y por supuesto mi padre y yo.
En aquella época yo era apenas un adolecente, admirador de paisanos y criollos, y buscaba ubicarme cerca de aquellos personajes para escuchar y disfrutar de sus ocurrencias, anecdotas y cuentos, que aún recuerdo con afecto.
Don José Casarrota era un hombre muy conocido en la zona. Medio petiso, relleno, de cara sanguínea, nariz afilada y ojos picarones, andaba siempre de bombachas anchas tableadas, botas “acordeonas”, rastra, pañuelo al cuello, sombrero negro de ala ancha y revolver 38 en la cintura. Era propietario o arrendatario varias leguas de campo en la zona de Victorica y General Acha.
El tren camarote
En aquella época en que no había caminos pavimentados ni micros de larga distancia, para viajar a Buenos Aires se lo hacía “en Tren”, y de lujo “en camarote”. Para muchos fue un placer y un acontecimiento, viajar a la capital, en “el puelche”, parando en todas las estaciones con gente del pueblo que iba a esperar “el paso del tren”.
Siempre a horario, tenían muy buen servicio, con vagón comedor y camarote con dos camas simples por camarote, superpuestas, que a veces, si uno viajaba solo, debía compartir con algún desconocido de ocasión.
Don José Casarrota, que viajaba solo, había tomado el tren en Santa Rosa, como a las ocho de la noche. Cenó en el coche comedor, intercambió algunas palabras y bolazos con los guardas, y se fue para el camarote.
Cuando entró al camarote, ya había un desconocido durmiendo en la cama superior, y para colmo, “con un olor a patas que volteaba”. Don José tranquilamente colgó el sombrero en el perchero, se desvistió, colgó su ropa, guardo sus zapatos en la valija, ... y agarró los zapatos del otro, levantó la ventanilla y los tiró con medias y todo.
Al otro día de madrugada, ya llegando a Luján se despertaron ambos, y se empezaron a vestir, cuando Don José hizo la observación:
- Pero la gran siete...¡nos han robao los zapatos!...menos mal que yo traigo otro par en la valija.
...y lo largó al otro en patas nomás, ...en Plaza Once.
El más bruto del colegio
Casarrota y Pedro Yeti eran viejos conocidos, de edades parecidas, habían hecho la escuela primaria juntos en Anguil, y dotados ambos de un humor espontáneo, se cruzaban entre ambos chistes y anécdotas de todo calibre.
Contaba don Pedro que en una oportunidad llegó al colegio un inspector, y en clase comenzó a hacer algunas preguntas a los alumnos, como para ver el nivel de la enseñanza. De pronto, mirándolo a Casarrota le dijo:
- ...a ver, ...ese panzoncito...cuando murió San Martín ?
...y Casarrota, que según Yeti era el más burro de clase, se paró, quedó mirándose las espuelas y las botas e´potro, como pensando, y le contestó:
- ...no sabía ni que estaba enfermo...
Don Jose Casarrota
El Forcito 38
En el pueblo de Victorica, La Pampa, había por los años 50 un zapatero italiano, apellidado Carnovalli, que tenía su local de zapatería en una esquina del pueblo.
En el año 1956, venia medio embalado Jose Casarrota en su camioncito Ford 38, y al doblar la esquina le fallaron los frenos, y fue a dar en la ochava, pared de la zapatería. Carnovalli, que estaba trabajando en su local, recibió algunos ladrillos por la espalda y en la meza de trabajo cayeron algunos escombros. El Forcito 38 quedó detenido sobre la vereda, y con la trompa dentro de la zapatería.
Pasado el susto, salió el italiano hecho una furia y comenzó a increparlo y reclamarle a Don Jose por el daño provocado en su vivienda. Intentando calmar al italiano, Don José le dijo:
- No pasó nada grave, amigo... y no se preocupe que le voy a pagar la casa.
- Que me va a pagar la casa ! -dijo el italiano- si yo no sé ni quién es usted.
- Yo soy Casarrota- dijo Don Jose, a lo que el italiano responde enojado:
- Ah... y todavía me viene con lo chiste !!!
La humildita
Sobre Ruta Nacional 5, a la altura de Lonquimay, había una estación de servicio YPF de Pascual, que tenia además un saloncito, donde servía comida rápida a algún cliente. Le decían "La humildita"
Llegó Don Jose un día y pidió un churrasco con papas fritas, y se ubicó en una mesa cerca de una heladera tipo "carnicero". Cuando Don Pascual le trajo el pan y el vino, Casarrota le dice:
- Que ruido raro hace esta heladera... Tené cuidado que estas heladeras suelen explotar.
Don Pascual miró la heladera sin notar nada raro, y se fue a la cocina a preparar el churrasco, y cuando se los trajo con fritas, Don José Casarrota le repitió la observación.
- Tené cuidado Pascual... fijate el ruido raro que hace esta heladera... A ver si todavía explota.
Terminó el almuerzo Don Jose, y cuando Pascual retiró los platos, camino a la cocina escuchó en el salón una fuerte explosión. Entró corriendo al salocito y miraba por todos lados la heladera, que seguía funcionando como siempre. No vieron nada raro, de manera que Casarrota se despidió y siguió viaje.
Todavía intrigado Don Pascual, volvió a revisar la heladera, que aun funcionaba bien, sin entender el motivo de la explosión, hasta que levantando la vista hacia el cielorraso, vió los daños de la explosión: había en el cielorraso en agujero provocado por el calibre 38 de Don Jose Casarrota.
La vizcachera
Contaba Don Jose que en una oportunidad, unos porteños le habían pedido permiso para cazar vizcachas en su campo, donde tenía algunas vizcacheras. Pasaron los porteños dos noches bajo la helada del invierno, sin lograr ver ni una vizcacha, que como se sabe, salen a comer de noche.
- ¿Quieren cazar vizcachas, muchachos? - les dijo Casarrota - tráiganme un peludo y yo les voy a hacer salir las vizcachas de la vizcachera.
Al dia siguiente los muchachos aparecieron con un peludo grandote. Casarrota -según contó- le ató a la cola del peludo un alambre de fardo de unos treinta centímetros, y en la punta del alambre le sujetó un pedazo de arpillera.
Esa misma noche don Jose acompaño a los muchachos al campo, y poniendo el peludo en la puerta de la cueva, mojó la arpillera con kerosene y le dio fuego. El peludo entró en la cueva, y aunque sin quemarse, llevaba en la cola prendida una antorcha. Según cuenta Casarrota, al ratito nomás salieron tantas vizcachas juntas que los porteños no atinaban a cual tirarle.
Vizcachas había de sobra ... pero no cazaron ninguna.
Nota:
Agradezco a Hector Casarrota, hijo de José, que me recibió cordialmente y me facilitó fotos de su padre y me confirmo algunas de las anecdotas relatadas.
Copyright © La Gazeta Federal / Leonardo Castagnino
Fuente:
- Castagnino Leonardo Historias de La Pampa. Anecdotario
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Fuente: www.lagazeta.com.ar
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