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!CADA VEZ QUE ME ACUERDO DE LA MANTECA !
En el colegio de pupilos había ciertas reglas no escritas que eran usos y costumbres que se mantenían invariables a lo largo de los años y promociones. Así en el comedor, donde las lugares eran para cinco pupilos, se guardaba una estricta prioridad para servirse la comida, manteniendo la prioridad uno por cada día, sirviéndose luego por orden rotativo, de manera que un día por la semana, cada uno se servia la tajada más grande, la segunda, y así sucesivamente hasta el último.
En el caso de un bife, una manzana o algo que ya venía separado, la cosa era sencilla, pero en el caso de queso y dulce, o manteca, que venía “en panes de cien gramos”, el último en servirse era el encargado de “cortarlo”, de manera que al dividirlo en partes iguales, no se perjudicaba al servirse último. En los desayunos y meriendas, se servía un tazón de café con leche, con pan discreción, pero el pan de manteca a repartir entre cinco, que era “de cien gramos”, de manera que la ración era escasa y codiciada.
Otra regla estricta era el “turno” para la cancha de paleta. No se apostaba por guita, pero se jugaba por algo de mucha mayor trascendencia: por el honor….y “a ganador queda”, de manera que el perdedor debía cederle el lugar a otra pareja de jugadores, que desafiaba “al ganador”, que se mantenía en juego. Por su parte los turnos, no se obtenían por sorteo ni licitación, sino que el que primero que llegaba, “agarraba cancha”, y el resto por orden de llagada. Así es que para llegar primero, íbamos a clase con el pantalón corto y la remera de juego bajo el uniforme, para “agarrar cancha primero”. Ya en la fila rumbo al dormitorio, nos íbamos desprendiendo el uniforme, y al entrar al dormitorio, de un saque quedábamos en ropa deportiva, manoteábamos la paleta y, con zapatillas en la mano, disparábamos para “agarrar cancha”.
Muchos años después de aquellas aguerridas competencias, estuve trabajando en Las Lajas, provincia de Neuquén, y tuve necesidad de conseguir una cubierta para la camioneta de trabajo La medida de llanta era poco común y difícil de conseguir, así que me fui hasta Zapala donde había una gomería de Cincota, bastante surtida. Paré frente al negocio, y entré a preguntar. Me atendió alguien de mi edad:
- Es una medida poco común, -me dijo- pero entrala que probamos alguna.
Mientras daba la vuelta manzana para acceder al patio de la gomería, iba pensando: “a este tipo lo conozco de algún lado…”
Estacioné en un amplio patio, y ni bien bajo de la camioneta, el tipo me encara derecho:
- Yo te encuentro cara conocida.
- Yo también – le contesto- ...pero no se de donde.
- Yo soy de Lobos.
- He pasado por ahí alguna vez, pero difícil que ubique de ahí – y me quedé pensando.
- ¿Vos no estuviste pupilo en Lavallol? – pregunto.
- Claro, carajo,...si vos sos “el pampa”.
- Que hacés tano desgraciado..¡mirá donde nos venimos a encotrar! - y nos fundimos en un abrazo.
- ¿sabes la imagen que tengo de vos? –me dice- ...corriendo por el patio en patas y con las zapatillas en la mano para “agarrar cancha” primero.
(...)
Nos olvidamos de los neumáticos y nos quedamos en el patio recordando viejos tiempos y acontecimientos. Como era media tarde de invierno y hacia frío, el tano me pregunta:
- ¿No querés que tomemos un café con leche y la seguimos?
- Bueno…dale.
- Che vieja, -le gritó el tano a la señora, que estaba en la cocina- preparate un café con leche que estoy con un compañero del colegio.
Al rato la señora nos invita a pasar a la cocina-comedor; una mesa grande, con mantel blanco y servidos dos tazones de café con leche, pan y tostadas, y una “manteca de 500”.
Nos sentamos, invita a servirme, y de entrada nomás el tano agarró el cuchillo y le cortó a la manteca una tajada como de medio centímetro de espesor. Reflexiona, e inclinándole un poco, con cara de picardía y complicidad, me dice:
- ¡Ahhhhh…!...¡cada vez que me acuerdo del colegio...le doy con todo a la manteca!
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Nota:
La anécdota es veridica. "El tano" es Horacio Lucesoli, y el "el pampa" es Leonardo Castagnino
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Fuente: www.lagazeta.com.ar
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